200 años de un himno universal
Hoy se cumplen 200 años del estreno de la obra más maravillosa de todos los tiempos. La novena sinfonía de Beethoven veía la luz luego de siete años de composición aunque el proceso y la idea nacieron varios años antes. Al principio se especuló con presentar la obra fuera de Viena pero la presión de amigos y mecenas del genial músico hizo que la obra finalmente salga a la luz el día 7 de mayo de 1824 en el Teatro de la Corte de Viena o Kärntnertor con más de 2.000 personas presentes.
Creer que la sordera fue el único escollo que se le presentó a Beethoven para componer esta obra sería un grave error. Además de su conocida enfermedad que lo acompañó gran parte de su vida privándolo de su sentido más necesario para su profesión, tuvo que sortear una infancia difícil con un padre alcohólico y abusivo. La muerte de su madre a temprana edad hizo que se tuviera que hacer cargo de sus dos hermanos. Las penurias económicas, los fracasos amorosos y la siempre marcada tensión que mantenía con la nobleza en general tampoco hicieron que su camino sea más llevadero.
Pero si algo tenemos que reconocer de Beethoven además de su inconmensurable talento es su enorme capacidad de sobreponerse a situaciones adversas, levantarse del barro por sus propios medios y componer obras maravillosas que, como la Novena Sinfonía, perduran hasta nuestros días y seguramente lo hagan para siempre. Su resiliencia le permitió no darse por vencido y dotar a la música de una originalidad y emotividad nunca antes conocidas.
A pesar de todas estas situaciones, la mayor pelea del músico fue contra los mandatos preestablecidos en cuestiones referidas a la composición musical. La originalidad de Beethoven irrumpió de forma temprana, peleándose con los maestros que tuvo, de la calidad de Joseph Haydn o Antonio Salieri. Ya en sus primeras composiciones mostró no estar demasiado dispuesto a respetar todas las reglas de juego, y darle a la emoción un rol cada vez mayor en las composiciones.
Para la sorpresa de los melómanos de la época hizo casi todo lo que tuvo a su alcance para romper las reglas de la época: no tenía problema alguno en modificar las estructuras de tempo clásicas, jugaba con fuertes cambios de ritmo, incorporaba instrumentos no tradicionales, compuso obras de una duración excesiva para la época. La Novena dura aproximadamente 70 minutos (lo cual era impensado en ese momento), incorpora percusión y agrega un coro nunca antes utilizado en composiciones sinfónicas, para darle más emotividad a la obra.
Hay que decir que, como él mismo afirmaba, Beethoven amó la libertad sobre todas las cosas. Durante toda su vida se abrazó a los ideales de la Ilustración, el republicanismo, la igualdad entre los hombres, y el humanismo. Su estrecho vínculo con la nobleza no lo convirtió en parte de ella sino que, por el contrario, siempre le demandó condiciones impensadas en esa época. Porque algo que distinguió a este músico con respecto a los anteriores es que trabajó incansablemente por mantener su independencia.
En el momento de su muerte Beethoven ya se había convertido en la primera “estrella musical” de nuestra historia. Reconocido por todos, circulaba mal vestido y andrajoso por las calles de Viena como un verdadero rockstar. A su entierro, en el cementerio de Währing, casi tres años después del estreno de la Novena se estima que asistieron cerca de 20.000 personas, y también se sabe que Franz Schubert fue uno de los músicos portador del féretro.
El cumpleaños número 200 años de la Novena es una gran excusa para reflexionar sobre el poder de la música, la búsqueda honesta e incansable de una clave emotiva que sea inspiradora de muchísimas generaciones. De melodías que nos unan, que nos inviten a la paz, a la alegría y a la hermandad entre las naciones.
Autor de Beethoven, música y revolución