1973: dos elecciones en medio de la conflictividad social y política
En 1973 hubo dos elecciones presidenciales, en marzo y setiembre, que consagraron respectivamente a Héctor J. Cámpora y Juan Domingo Perón. Fueron episodios de un conflicto social y político mucho más extendido, que estalló ese año, restándole algo de relevancia a los comicios. En esos años hubo muchos protagonistas y hechos dramáticos; es difícil decidir cuáles fueron los más importantes, y sobre todo, fijar con alguna objetividad las grandes líneas explicativas. Para exponer esa diversidad, fueron convocados María Sáenz Quesada y Marcelo Larraquy, dos historiadores sólidos, comprometidos con sus opiniones y bien conocidos por sus muchos lectores.
Para Larraquy, entre 1955 y 1973 la legitimidad democrática quedó viciada por la proscripción del peronismo. A lo largo de esos años, Perón pasó de jefe proscripto a presidente democrático, capaz de sacar al país del atolladero y reconstruir la unidad entre los argentinos. Fue una estrategia -nos dice Larraquy- que Perón desarrolló con flexibilidad táctica y claridad estratégica: su enemigo principal eran los militares.
Entre 1955 y 1958 alentó la violencia, pero luego de la elección de 1957, en la que un tercio de los votantes acató su consigna de votar en blanco, Perón decidió abandonar la abstención revolucionaria y apoyar a A. Frondizi, aún sabiendo que éste no podría cumplir lo acordado. Entre la violencia y el voto se inclinó por éste, señala Larraquy, subrayando así la dimensión democrática del líder peronista.
Jaqueado por los militares, Frondizi autorizó el plan Conintes y reprimió a comunistas y peronistas. En 1962 apostó a derrotar al peronismo, pero fracasó en la provincia de Buenos Aires. En nombre de la libertad -señala Larraquy- los militares anularon el comicio, exhibiendo las contradicciones del antiperonismo duro. De los años de Illia el expositor solo señaló la emergencia de un "peronismo sin Perón", fogoneada por el sindicalista A. Vandor, que Perón tronchó en 1965, pues tal alternativa -si bien democrática- constituía un obstáculo para su proyecto de retorno triunfal.
Los militares -el principal objetivo de Perón- ocuparon el gobierno en 1966 y suspendieron toda la política. Perón guardó silencio hasta 1969, cuando el Cordobazo desencadenó la reacción contra la dictadura e inició un conflicto social extendido, que remató con la aparición de las organizaciones armadas. Una de ellas, Montoneros, que salió a la luz con el espectacular asesinato de Aramburu, colocó como objetivo principal el retorno de Perón y la liquidación de sus rivales internos, los sindicalistas peronistas, calificados como burócratas traidores y "gorilas". Varios de ellos fueron "ejecutados".
Perón alentó a Montoneros y los incorporó a su nueva estrategia, que incluía además una apertura a los partidos políticos y una propuesta de acuerdo social con las grandes fuerzas corporativas. Convenció a políticos y militares de que había que acordar con él un retorno negociado. De allí salieron la convocatoria a elecciones, la candidatura de Cámpora -Perón aceptó no presentarse- y la campaña electoral de 1972, conducida por Montoneros y la Juventud Peronista, que seguían siendo su principal operativa.
El 11 de marzo de 1973 Cámpora fue consagrado presidente, y los jóvenes peronistas imaginaron que habían triunfado. Pero ese mismo día -sostiene Larraquy- Perón había decidido volver a gobernar, acompañado por los sindicatos y el peronismo tradicional, relegando a un limbo a Montoneros. Ya el 20 de junio, cuando debía culminar su regreso triunfal, se advirtió que realizar este plan no era tan sencillo y que la guerra civil peronista recién comenzaba.
M. Sáenz Quesada partió desde otro lugar: el presidente Lanusse y los militares y civiles que en 1971 concibieron una salida política basada en el fin de la proscripción y un acuerdo con Perón. Lanusse esperaba que Perón aceptara una presidencia transicional suya, pero solo logró un acuerdo tácito para que ninguno de los dos fuera candidato.
En noviembre de 1972 Perón regresó al país pacíficamente. Dialogó con las fuerzas políticas, se abrazó con R. Balbín y se acordó respetar el resultado electoral y asegurar la legalidad. El acuerdo con los partidos funcionó hasta marzo de 1976, pero no alcanzó para evitar los múltiples conflictos ni para frenar el golpe militar. No obstante -subraya la expositora- el acuerdo político dejó una base que fue muy importante en 1983.
En 1972 Perón dejó designados sus candidatos: H.J. Cámpora, un seguidor fiel, y V. Solano Lima, un político conservador en quien Perón confiaba. En la campaña electoral, JP
Montoneros y la Tendencia revolucionaria apelaron a otra imagen de Perón: el líder de la liberación nacional y social y el fundador del socialismo nacional. Eran ideas populares en la época, que incluían el uso de la violencia y el asesinato, algo que Perón no desmintió. La Tendencia dominó la campaña, ganó las calles, definió los lemas y forzó el repliegue de sus rivales dentro del peronismo, y particularmente el del sindicalismo al que venía combatiendo. Desde entonces, unos y otros procuraron imponer su imagen de Perón, y siguieron haciéndolo cuando, vuelto al país, los hechos hablaron por si mismos.
Durante el breve gobierno de Cámpora la Tendencia pudo creer que había conquistado al menos una porción importante del poder: ministerios, gobernaciones, diputaciones, universidades y algunos ministerios. Pero ya el gabinete de Cámpora incluía a distintas fracciones del peronismo, como Gelbard, encargado de instrumentar el Pacto Social, y López Rega, jefe de la ofensiva contra la Tendencia, cuyo primer y decisivo episodio transcurrió en Ezeiza, el 20 de junio.
El día del regreso definitivo del líder no fue festivo, pues hubo una batalla sangrienta, al cabo de la cuál Perón decidió hacer renunciar a Cámpora, convocar a nuevas elecciones y presentarse como candidato. Por entonces era claro que había decidido gobernar con el apoyo del sindicalismo y los grupos parapoliciales de López Rega y suprimir gradualmente los espacios de poder de las Tendencia.
Esta vez la campaña electoral estuvo dominada por los sindicatos. Perón eligió como compañera de fórmula a su esposa Isabel, indicando que asumía el poder de manera plenamente personal. Obtuvo un 62% de los votos, como en los mejores tiempos de su etapa anterior. Tuvo el respaldo de sus opositores y la aceptación de las fuerzas armadas. No bastó para contener los conflictos, instalados en el seno del peronismo, que finalmente arrastraron este intento de restablecer la democracia. Una posibilidad malograda, concluye Sáenz Quesada.
En las dos exposiciones hubo discrepancias sobre distintos aspectos: las intenciones de Lanusse y Perón, la importancia de los partidos políticos y las instituciones representativas, la índole del conflicto social, la violencia, su legitimidad y las responsabilidades respectivas. Hubo una coincidencia significativa: la común apreciación de la democracia, sus valores y sus procedimientos.
Pero sobre todo, el debate mostró una manera de intercambiar opiniones razonada y abierta, que excluyó el dogma y el faccionalismo. Esto es bueno para la historia y para la construcción de la memoria colectiva sobre un pasado que aún duele y perturba y que necesitamos pacificar y comprender si queremos construir un futuro mejor.