1961: el año que cambió la historia
En sólo cuatro meses, hace 55 años, una generación de artistas argentinos presentaba en Buenos Aires cinco muestras que dejarían una profunda huella en la escena artística local
Entre agosto y noviembre de 1961, el arte argentino cambió para siempre. Cinco muestras que se sucedieron en forma ininterrumpida en un radio de pocas cuadras de Buenos Aires hicieron que la idea de lo que podía ser exhibido como arte se volviera impredecible. Cuando todavía el Instituto Di Tella no se había mudado a la calle Florida y el pop apenas era un rumor, en galerías nuevas como Lirolay o la decana Witcomb la ciudad se convertía en un laboratorio estético.
Otra Figuración
Galería Peuser, 26 de agosto
Las fotos que Sameer Makarius tomó de Luis Felipe Noé (1933), Ernesto Deira (1928-1986), Rómulo Macciò (1931-2016) y Jorge De la Vega (1930-1971) parecen hoy fotogramas para una versión nouvelle vague de Los simuladores. Fotógrafo de artistas, Makarius (invitado a esta muestra fundacional junto con Carolina Muchnik) captó en su más profunda dimensión el carácter de este cuarteto que, con un puñado de exposiciones entre 1961 y 1965, cambió el curso de la pintura argentina. Un salto al vacío desde los bordes de la abstracción, que había dominado en los años 50, hacia una nueva manera de representar la figura humana en obras que parecían explotar como bombas molotov. Contemporáneos a las sesiones de terapia lisérgica del doctor Alberto Fontana y a la bohemia del Moderno, los pintores de la Nueva Figuración –como se llamó el grupo más tarde– estrenaron hace 55 años una temporada de hitos estéticos. En una entrevista con LA NACION, en septiembre de 2015, Macciò recordaba: “Al principio tuvimos un poco de rechazo, pero al poco tiempo la gente empezó a ver que había algo, ¿no? Y quedamos en la historia de la pintura argentina. De puta casualidad”. ¿Alguien cree en las casualidades?
Collage y cosas
Galería Lirolay, 18 de setiembre
Entonces eran un circunspecto existencialista de rigurosa tricota negra y un joven recién salido del servicio militar. Ruben Santantonín (1919-1969) pasaba los 40 y Luis Wells (1939), con 21 años, era el enfant terrible del grupo informalista. Según Wells, no fue una muestra planeada como dúo sino que coincidieron en Lirolay, espacio abierto a la experimentación, cada uno con sus cosas. Justamente eso: “cosas”. Santantonín logró sintetizar con ese nombre una obra que no era pintura ni escultura; estaba hecha con materiales pobres y quería evitar ser encasillada como “arte objeto”. Frente al rechazo generalizado que provocó la propuesta, Kenneth Kemble ensayó una defensa en el Buenos Aires Herald al sumar a ambos artistas al “Grupo de los malditos de la Argentina”. El tiempo los volvió a cruzar hoy: Santantonín con la nueva versión de La Menesunda(de cuyo original, en 1965, fue coautor con Marta Minujín), en el Mamba, y Wells con la preparación para septiembre de De la destrucción al juego, una muestra sobre ese período en la galería Maman.
Las monjas
Galería Pizarro, 3 de octubre
Por su adicción al escándalo, Alberto Greco (1935-1965) ya era una leyenda viva del ambiente artístico porteño cuando realizó esta muestra, la última que se expuso en Buenos Aires antes de iniciar el periplo europeo que rubricó con su suicidio en Barcelona. Las monjas constaba de una serie de pinturas “negras” facturadas a última hora en la bañera de Lepanto, el hotel donde vivía entonces. En el centro de la sala sobresalía una pieza ominosa e indecible: La monja asesinada. Se trataba de una camisa suya intervenida con alquitrán y pintura roja, que, en una carta de Ignacio Pirovano al artista, fue definida como “crudo testimonio de los horrores de esta época”. No se equivocaba. La actitud de Greco definía el zeitgeist de los años sesenta: atravesar la barrera entre el arte y la vida.
Antonio Berni en el tema de Juanito Laguna
Galería Witcomb, 6 de noviembre
Uno de los últimos golpes de 1961, en manos de un artista que había conocido in situ el fervor de las vanguardias de entreguerras en Europa: Antonio Berni (1905-1981). En Witcomb, el espacio decano de Buenos Aires, Berni, que pertenecía a una generación mayor a la de los filoinformalistas, dio a conocer su serie Juanito Laguna, donde absorbía las audacias (in)formales de los últimos tres años y las presentaba filtradas por su estética próxima al comentario social y su ideología de izquierda. Utilizaba materiales de basurales y villas, como Kemble, pero se corría del gesto abstracto para representar la figuración desde el collage y la narrativa: cada obra de la saga correspondía al cuadro de un posible cómic distópico. De pronto, Berni se sacudía de su lugar de maestro consagrado del realismo pictórico para sumarse al grupo de artistas que, en Buenos Aires, trabajaba la realidad como materia de la obra. La vigencia de su creación se comprueba con cada nueva exhibición de Juanito: su muestra de 2014-2015 en el Malba fue vista por 148.000 personas, la tercera más concurrida en la historia del museo.
Arte destructivo
Galería Lirolay, 20 de noviembre
El grupo que orbitaba en torno a Kemble, ideólogo de esta antimuestra, ocupó Lirolay durante diez días para mostrar cómo las fronteras entre el espacio artístico y la calle se habían borroneado en ese año bisagra. En la portada del catálogo se leían en orden alfabético los apellidos de los artistas destructivos o destructores (Barilari, Kemble, López Anaya, Roiger, Seguí, Torrás, Wells) junto a la fotografía de una carroza rota en la vía pública. Con ellos, la galería de arte devino teatro de la realidad rota. Un sillón desplumado a cuchillazos hasta que el tajo pudo ser percibido como una vagina; la perpleja observación de una bañera vieja ubicada en un pedestal escultórico; sillas y paraguas rotos colgados como retratos o paisajes; una ambientación musical cacofónica hecha de fragmentos de textos de Aristóteles y Picasso. Más allá de las asociaciones inmediatas que los objetos exhibidos podían suscitar con el ready made duchampiano y el surrealismo, había algo en la lógica destructiva que estaba enraizado en la lectura que Kemble había hecho sobre la nueva sensibilidad de la cultura de masas.
Camisa y corbata. Kemble en la muestra Arte destructivo (arriba), retratado por Jorge Roiger, y el grupo de Otra figuración -Macciò, Deira, Noé y De la Vega-, por Sameer Makarius