Tres diseñadores que abren sus talleres y crean un producto interactivo
La creciente puesta en valor del trabajo manual que experimenta la moda, convierte a los espacios de trabajo en protagonistas. Una nueva generación de diseñadores abre las puertas de su taller y revela cómo los oficios tradicionales toman nuevas formas y describen un modo de hacer que define tanto el perfil de sus marcas como de un estilo de vida.
BASTARDO
El diseñador de indumentaria Marcelo Yarussi, creador de la marca Bastardo, cuenta que el taller es donde pasa la mayor parte de su tiempo: trabajando, probando materiales y recibiendo a los clientes. "Siempre me interesó el papel del diseñador como transformador de la materia en producto, algo que comparto con la cocina, mi primera profesión", relata.
Su afán por poner manos a la obra lo lleva a involucrarse en todo el proceso de diseño, del dibujo al producto terminado. "Me siento como un artesano que estudió diseño. Hace unos años gané una beca de formación en París. Allí, la tarea del diseñador está muy separada del proceso productivo. Se sorprendían de mi forma de trabajo, que va desde ir a comprar cuero en bicicleta, a hacer fotos para subir a las redes". Adecuarse a los vaivenes de la demanda o recibir información de primera mano de los compradores, son algunas de las ventajas que Yarussi reconoce en su modelo de marca.
"En el hacer se resuelven muchas cosas. Antes de lanzar un producto nuevo, construyo la muestra que usaremos mis amigos y yo. A partir de sus devoluciones voy haciendo ajustes. Lo mismo sucede con los clientes que visitan el taller, podemos ver distintos materiales o incluso hacer algunas modificaciones. La relación que se genera es cercana y me permite, entre otras cosas, identificar cambios en nuestros hábitos.
Por ejemplo, la riñonera que volvió a estar de moda, no es la misma que vimos en los 90. Hoy llevamos otros objetos y nos movemos diferente", señala, y agrega que la reflexión sobre la funcionalidad de los productos es permanente, un proceso que refuerza cotidianamente como profesor en la carrera de diseño de indumentaria en la UBA. "Me interesa darles vida útil a las partidas de cuero que quedan en las mesas de saldos. También soy responsable del descarte que genera mi producción, los consumidores manifiestan cada vez más interés en esto. El cliente que se interioriza y pregunta, es el que vuelve", concluye.
FACHA
Para los creadores de Facha, Santiago Lopes y Guillermo Sukiassian, el taller es un lugar de encuentro. "Lo disfrutamos, eso es lo que queremos transmitir. El modo en que nos relacionamos hace a nuestra identidad. El barrio, la vereda, los encuentros casuales, son algunas de las cosas que nos distinguen. Por otro lado, el proceso siempre nos interesó más que el producto en sí, por eso nos parece esencial mostrarlo", dicen los diseñadores industriales.
"Cuando empezamos a pensar en productos algo más complejos, como una mochila, nos costó encontrar talleres que interpretaran lo que necesitábamos, y aquellos que trabajaban bien, concentraban mucho poder. Entonces compramos una máquina de corte láser, empezamos a indagar en los materiales y nos enfocamos en minimizar el margen de error en el proceso de construcción. Llegamos a la marroquinería sin costuras buscando la forma de tener el control sobre el producto. Durante los dos primeros años produjimos todo nosotros", continúan los autodenominados marroquineros modernos.
El lugar que surgió como necesidad, se fue convirtiendo en un espacio abierto. "A los clientes les encanta conocer el taller. Preguntan y sacan fotos, eso les permite contar la historia de su nueva adquisición". A medida que los diseñadores consolidaron sus productos fueron conociendo a los proveedores que los acompañaron en su crecimiento.
"Siempre nos planteamos qué tanto queremos crecer y de qué manera. No queremos que en el camino el producto pierda valor. Tratamos de usar la mayor cantidad posible de cuero con curtido vegetal y estamos diseñando un packaging que responde a las características de la marca, con gestos para cada producto y que se puede conservar, así generamos menos desperdicio. Estamos convencidos de que si el producto está bien respaldado desde la comunicación, la imagen y la trazabilidad, se puede aspirar a competir en el mercado global".
CARRO
Por su parte, Guillermina Balsells y Silvina Cannito, creadoras de Carro, sostienen que el hacer les da un conocimiento más profundo tanto de las formas como de los materiales. "Es haciendo que determinamos la moldería y el modo en el que construimos el producto. Nos parece superimportante, identificamos cosas que en el tablero de dibujo no se ven, como las tensiones y los refuerzos necesarios", explica Balsells.
En sus comienzos, luego de haber terminado la carrera de diseño de indumentaria, trabajaban solo con sastrería recuperada. "Encontramos unas telas increíbles recorriendo ferias, y quisimos volver a usarlas. Luego de la incubación en el Centro Metropolitano de Diseño (CMD), decidimos incorporar el showroom a nuestro espacio de trabajo, así podíamos atender a los clientes e informarles mejor sobre la procedencia de los materiales. Si bien en el proceso intervienen máquinas, el trabajo con material recuperado conserva mucho de artesanal. La mayoría de los que se acerca quiere conocer acerca de cómo están hechos los productos".
Las diseñadoras continuaron con su investigación textil como parte vital de la marca. Cada material tiene su historia. "Nos encanta explorar. Hace poco encontramos un lote de telas vinílicas de finales de los 80 abandonado en un depósito. Con ellas hicimos una edición limitada de carteras, mochilas y billeteras, entre otros. Para nuestro packaging empleamos descartes de las bolsas que se usan para los cereales", relatan. El saber hacer que forma parte del ADN de la marca, también le permitió a las diseñadoras enseñar a otros.
"Este año dimos clases de corte y confección de bolsos en la villa 20 de Lugano. Una buena experiencia, la idea es continuar así podemos profundizar en los conocimientos que favorecen la salida laboral", concluyen.