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Y llegó diciembre, mes de los brindis, los festejos, los balances, los encuentros, la Navidad, el Año Nuevo. Mes de los apuros. Mes del no tengo un día libre. Mes del no llegamos. Mes de compras y más compras. Del pan dulce, los turrones, los empachos. Mes del consumo desmedido, del regalo navideño empaquetado con moño y ticket de cambio. Un mes más, que se marca en el calendario como el mes final. ¿Y después qué? La vida sigue con la llegada de enero. ¿Por qué vivirlo así, tan apurados, tan poco relajados, tan estresados, tan como si fuera el último mes de nuestras vidas? ¿Por qué no vivirlo sin locura? Me imagino un diciembre festivo, lleno de alegrías. Un diciembre de unión y de encuentros disfrutados. Un diciembre lento, que se viva a pleno, porque entendemos que es un mes más como cada uno de la vida. Un tiempo entendido como tiempo y que merece ser vivido y disfrutado. ¿Regalos? Cómo no, bienvenidos, pero sin estar enceguecidos por el tamaño, el color, el modelo o la etiqueta. Simplemente sorpresas para seres queridos. Para disfrutarlas y recibirlas entendiendo lo que son. No pedidos a la carta de eternas listas navideñas, sino demostraciones pensadas con cariño y buscadas con esmero para quienes las van a recibir. Disfrutemos de cada día de diciembre, un mes largo lleno de alegrías, que merece como cualquier otro ser vivido, disfrutado lentamente y no tachado de un plumazo torpe y burdo.
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