“Me seco el pelo en los medios de transporte”
Si a alguien le preguntaran qué tipo de pelo tengo, la persona diría lacio. Aunque eso, para mí, es relativo. Los días de humedad, por ejemplo, mi melena lisa y castaña se vuelve un híbrido sin elegancia, marcado por ondas que ni siquiera llegan a ser bucles, un término medio insulso sin personalidad definida. Sumado al frizz eventual, mi enemigo vital y móvil del invierno, catástrofe capilar.
A mis 30 tardíos, solo dos veces sucumbí al alisado con keratina, pero el idilio con mi melena fue tan fugaz como caro el tratamiento, así que no reincidí. El secador de pelo es una opción intermedia para lograr un alisado medianamente natural, pero no es una opción para mí, porque dedicar tiempo a secarme el pelo es gastar segundos cruciales para alguien como yo, que sale de su casa a último momento de cualquier compromiso. Todo esto me llevó a diseñar un método propio de conseguir un lacio sin interrupciones.
Todos los días, desde los 18 años, viajo en tren y en subte. Cuando lo trenes todavía tenían ventanas que se podían abrir por completo, mi táctica de alisado consistía en entregarme a los efectos del viento: sentada del lado de la ventana, con el tren moviéndose a toda velocidad, el resultado era infalible. Gracias al secado rápido, bajaba en Retiro con el look deseado.
Desde que los trenes ya no ofrecen las ventajas de una ventanilla abierta (ahora son fijas), el plan B es el trasbordo: el subte me permite lo que antes me ofrecía el tren. Aunque haya temperaturas bajo cero, mi método radica en encontrar una ubicación estratégica debajo de los aireadores del andén. El aire que desciende produce un efecto positivo.
También descubrí que peinarme en el proceso de secado on board colaboraba con el resultado, así que en los tres minutos que tarda la formación en llegar, saco el peine y, cueste lo que me cueste (peinarse en público siempre me pareció un gesto poco elegante que mi abuela aborrecería), me peino en público.
Taxis y colectivos se suman a los medios de transporte lacio friendly. Ventanilla siempre baja, esa es la clave.
Mis tácticas tienen claroscuros. Los taxistas, si llevan encendida la calefacción o el aire acondicionado y yo me atrevo a abrir la ventanilla, me miran con desprecio. Si hacen 30 grados y yo camino por la vereda del sol, corro el riesgo de un golpe de calor. Ni hablar que, si hacen temperaturas bajo cero y yo me ubico debajo de los ventiladores del subte o del interior de los vagones, padezco los efectos del frío inclemente. "¿Con qué necesidad?", me pregunto a veces. "Y bueno –me responde la estilista autoritaria que llevo dentro–, son los costos de tener un lacio perfecto".
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