Marlene Dietrich, después
Tapados de piel, corbatas, smokings... En París, la femineidad tan personal de la actriz se evoca en una gran muestra
PARIS (International Herald Tribune).- Con voz gutural y almibarada cantando Lili Marlene, y las cejas arqueadas bajo un birrete de soldado, nace a la vida artística Marlene Dietrich. Fotos de la estrella, su vestuario y algunas de sus pertenencias se exhiben, hasta el 12 de octubre, en la exposición Marlene Dietrich, la creación de un mito , en el Museo Galliera de París, a pocos pasos de la avenida Montaigne, donde murió, solitaria y recluida, en 1992.
La exhibición hace bastante más que reforzar el mito Marlene; la instala como precursora de la moda de su tiempo, porque desde un principio intuyó la importancia del estilo andrógino en el siglo XX. Ella inventó, aun antes que Catherine Hepburn, un guardarropa inspirado en lo masculino, con trajes sastre y sacos de tweed, que ahora son un lugar común, pero fueron revolucionarios en la década del 30.
Abre la muestra una foto de sus piernas célebres, captadas en 1952 por Milton Greene; otra exhibe un par de broches perfectos sujetando el pelo tirante en la cabeza inclinada hacia adelante. El catálogo incluye la misma toma, pero con los retoques indicados por la diva, dando cuenta de cómo cuidaba su imagen.
En el catálogo, María Riva, hija de Dietrich, explica: "Marlene detestaba la moda, pero tenía estilo; por eso es atemporal. Ella pensaba que las estrellas debían verse como intocables, brillando inaccesibles, como una especie de ilusión inalcanzable para el público que las adoraba".
Un look entreguerras
Las piezas de la exhibición, que en su mayoría provienen de los archivos del Museo del Film de Berlín, revelan el costado más espontáneo de Dietrich; entre otras cosas, están las salidas de baño de corte hombruno que usaba, y las pantuflas con su nombre bordado en escarlata sobre cintas rosadas entrelazadas.
Aunque la historia la imagina sobre un pedestal de vertiginosos tacos aguja, la realidad lo desmiente: Dietrich rechazaba cualquier zapato que superara los 10 cm de alto: "Son de prostituta", decía.
Ya en Morocco (Marruecos), en 1930, se vestía con un smoking y retorcía una corbata en forma de lazo; al año siguiente usó un traje de pantalón blanco, corbata a puntitos y boina para viajar a América. Trabajando con los grandes diseñadores de Hollywood, de Travis Banton a Edith Head y Jean Louis; y después con los representantes de la alta costura de París, como Lanvin, Lelong y Vionnet, aprovechó lo mejor de esos dos mundos y combinó a la perfección su vestuario cinematográfico con su guardarropas personal, según explica Catherine Join-Dieterle, curadora del museo. Cita como ideal para Dietrich el saco de leopardo que usó en El ángel azul. " En todo momento corrí el riesgo de mezclar mis roles profesionales con mi vida privada; era inevitable", confesó Marlene más de una vez.
Tal vez también fue inevitable que el comienzo de la guerra la llevase a inclinarse por los uniformes. Join-Dieterle ve al muchachito, a la dama varonil y a la mujer fatal aunándose en el extraño personaje de Dietrich, como cuando aparece con una lujosa estola de piel de zorro en el cuello y una capa militar en la película Shangai Express , de 1932. De acuerdo con su época, Dietrich recreó la perturbadora imagen de mujer masculina de los retratos de Max Beckmann. Su look fue andrógino, pero sexualmente precursor del estilo Berlín de entreguerras: blazer de hombre, corbata y pantalones de franela blancos: labios pintados en escarlata brillante y cigarrillo en mano.
Dietrich fue única en comprender la importancia de quedar inmortalizada en las fotos y lo consiguió. El archivo que origina la muestra es amplísimo: 3000 conjuntos de los años 20 a los 90, 400 sombreros de su guardarropa privado, 70 carteras, 150 pares de guantes y 430 de zapatos. Pero son las 1500 fotografías las que dan brillo, sentido y emoción a lo que se ve; por ejemplo, cuando se muestra el baúl cubierto de etiquetas con que recorrió el mundo; su portacosméticos personal con las famosas hebillas, las jarras de plata gastadas por el uso y, sobre todo, las cartas de amor manuscritas de Yul Brynner y Jean Cocteau. Todo, con Lili Marlene como telón de fondo, que luego da paso a la sirena de un tren y la voz de Dietrich cantando Let´s Call It a Day mientras se muestra un saco de plumas vacío.