La paternidad creativa del joyero Juan Vellavsky
La puerta de calle de su atelier está sutilmente ilustrada, las paredes externas exhiben murales ocurrentes, en el interior todo es dibujo a mano alzada, mucha señalética en tiza orienta sobre lo que se hace en ese taller: joyería nada convencional. A la vista, fotos, frases, textos, recortes y deco en materiales recuperados, un ambiente de artista en el que se exhiben piezas terminadas, a medio hacer y, en particular, elementos que dan cuenta de la intervención de un niño. De cómo un padre aprende de su hijo o como un hijo crece de la mano de su padre. Juan Vellavsky no lo dice, pero se advierte que su vida cambió con Tao. Con tan solo cinco años, su hijo se da el lujo de decirle a su papá –un arquitecto egresado de la UBA, que siente que nunca dejará de ser escultor y que hoy se dedica a ser joyero– qué y cómo debe hacer lo suyo. Espontáneos, divertidos, despreocupados, interesados en contar historias a través de objetos, de piezas de joyería nunca tan contemporánea como en sus manos.
"Trabajar con mi hijo es uno de los mejores momentos que logré en la vida; disfruto mucho el hacerlo con él y su mirada siempre me suma", dice Vellavsky, un artista inusitado, al que se lo reconoce por su manera de representar en líneas, objetos y dibujos de cuanto quiere explicar y contar, basta con ver su blog y sus espacios en las redes. Didáctico, lúdico, no convencional, dice que "no podría vivir sin crear", y que está feliz de que su hijo se contagie de su pasión por investigar, probar, hacer, construir.
Tienen una relación que se retroalimenta. "No quiero invadirlo ni asfixiarlo, deseo que haga lo que quiera, lo que le guste, por eso jugamos haciendo y respetamos lo que quiere uno con el modo de otro y viceversa". Desde hace algunos meses, cuando Tao tomó conciencia de lo que hace su padre, reconoce que sus piezas están influidas, condicionadas y hasta dirigidas por su genuino punto de vista y mano. Crea con su hijo o, más bien, admite que su hijo crea con él. Aunque esa producción es un porcentaje mínimo de su obra, cree que ese feedback enriqueció la totalidad de su trabajo.
"No traslado sus dibujos a una pieza, sino que jugamos y creamos juntos. Él se acerca a mi trabajo si le interesa, no le impongo ni le llevo ideas. Porque soy de tomar y ocupar espacios, me cuido de preservar el de mi hijo, me pongo límites para que él sí pueda cruzar los míos. A mí me encanta que me invada me gusta dejarme llevar por su espontaneidad. Sin duda que está incentivado y quiero esté estimulado para elegir; es como si le dijera: ‘Acá tenés una pelota de fútbol, si querés o te divierte, jugá’. Entonces cuando él quiere yo me transformo en un robot en sus manos, me va guiando y hasta me dice: No, así no. Aplicar o trasladar sus dibujos sería un ejercicio primario. Por ejemplo, durante el proceso de realización de este anillo Dragón me indicaba cómo lo quería: No, estos ojos, así, no; faltan dientes porque es poderoso, y lo fui moldeando a su pedido. Es como alguien que no mueve los brazos, pero en su cabeza tiene claramente qué quiere pintar, y le dice al pintor, no, acá más azul, ahora rojo. Entonces, ¿de quién es el cuadro, de quien lo pintó o de quien señaló cómo hacerlo? Para mí, de quien dijo cómo hacerlo".
De padre a hijo, no; parecería que cambia la fórmula y es de hijo a padre. Mandato invertido, tal vez. "En piezas como la del anillo Dragón, que narra la historia de un animal de larga cola que se enrosca en el dedo para darle fuerzas, está la impronta de Tao, se nota que él tuvo que ver". Brujas, sirenas, animales y personajes que se materializan. "A su pedido, le llevo ceras blandas del tipo plastilina y hace lo que quiere, muñecotes, monstruos, y yo los fundo. Hacer esto no es algo distinto a leer un libro o jugar en un subibaja para él. Disfruto de verlo crecer y hacer lo que quiere, por eso instalé un minitaller en mi casa: una mesa para trabajar la cera, una máquina para inyectar moldes e ir transformándolos, y luego en este taller hago la fundición".
"Es que hay que disfrutar del hacer. Esto es tan efímero, porque lo hacés y se lo llevan, y no volvés a tenerlo o verlo, lo que hiciste se te va de las manos, y está bien".
De padre a hijo, de hijo a padre
¿Diferencias entre ambos? "Muchas, gracias a Dios. Cuando era chico e iba a la playa agarraba arena y hacía objetos, un hombre, una casa; Tao arma espacios, tiene otra manera de tomar que seduce mucho más, genera una relación entre él y el espacio, mientras que si hacés un objeto como lo hacía yo, no deja de ser un simple objeto. Si yo lo llevara a lo mío, lo arruino; es más interesante su propuesta".
¿Pedidos? "Y, sí, me pidió el anillo Linterna Verde de superhéroe que usa a diario. Siempre fui reticente a realizar una pieza a pedido porque me recuerda haberlo padecido cuando ejercía como arquitecto. Se me fue la fobia y enriquecí mi mundo. El trabajar por encargo no le quita valor, muchos artistas han hecho grandes trabajos por encargo, y lejos de compararme con ellos, descubrí que es otra manera de crear, con una idea fija en la mira, con un objetivo. Una vez me encargaron una pieza con el Principito, le pedí un tiempo y le sugerí regalar una caja vacía con una promesa de regalo: No te vas a arrepentir, le aseguré, y resultó un éxito; no hago piezas exclusivas, si lo son resultan carísimas, por eso les advierto que su idea es un disparador que después reproduciré".
"Tengo la teoría contraria de la tan ponderada pieza única; es que cada vez que hago una joya única la resuelvo de una, pero si voy a reproducir tardó meses porque tiene que ser la mejor de las posibilidades, tengo que estar convencido, ver los detalles para que sea una versión que amerite esa reproducción".
Pero si de su hijo se trata, cuenta que le hizo muchas cosas. "Le construí una casa en el bosque y quise sumarle una campanita que hice minuciosamente por meses agregándole animales; en general dejo madurar la idea hasta que se va dando". Y más, también: "Una casita en el árbol que estoy haciendo en madera recuperada. Todo el tiempo le hago juguetes y diversos objetos, y él interviene, claro, porque le encanta martillar".
"A algunos padres les preguntan si quieren que sus hijos hagan lo que ellos hacen y muchos dicen no, aunque por dentro les encantaría; yo digo nooooooo, por favor. Lo que yo hago es armar un universo propio, por eso quiero que Tao arme el suyo, porque si hace lo que yo hago, hace mi mundo y yo quiero que construya su propio universo". ß
Mirada Estrábica
Vellavsky & cía. logran piezas pequeñas con las que dicen mucho. "Empiezo pensando que no voy a poder contar todo lo que imagino y después me doy cuenta de que mis piezas son una foto fija de un cuento que logro materializar, un relato a través de imágenes que claramente consigo fundir, como el anillo Bruja con una lechuza que la acompaña cerca de las nubes entre las que se esconde una luna, o el anillo Frida que se convirtió en colgante, de un lado está su característica cabeza, del otro un corazón con sus arterias que reza: Viva la vida. No son simples dibujos, sino composiciones con proporciones áureas, juego a que no sea un simple dibujo". Piezas amorfas, algunas muy Miró, otras más orgánicas, hechas a partir de dibujos a mano alzada, que adquieren dimensión a la cera perdida y luego se funden en metales. "Lo mío es estrábico; es imposible que hubiese llegado a estas composiciones complejas sin 20 años de trabajo". Vellavsky insiste en que la creación está sobrevalorada. "Aunque no podría vivir sin crear, entiendo que no hace falta y no necesitan hacerla necesaria; muchos hacen, pocos crean, porque la creación es una forma de mirar el mundo; hay que tener voluntad de creación, vocación por crear para contar algo propio. En ese sentido, la joyería no tiene valor en sí, sino lo que uno hace con la joyería; la joyería es una excusa".