La diseñadora que mantiene su boutique casera con éxito hace 20 años
En su primer local en la calle Honduras ofrecía productos con experiencias de consumo, un concepto de avanzada para la época, tras volver de Ámsterdam a finales de 1996, donde había ido a estudiar arte en la Gerrit Rietveld Academie y terminó por quedarse a vivir unos años. "Cuando abrí el local en 1998, no tenía estrategias. Se trataba de elegir un modo de vida más que un negocio. Palermo aún no era una zona comercial que es hoy. Vendía de todo, hasta quise habilitarlo como bar, con mesas de café y libros; venían músicos a tocar en vivo, yo servía el té… el boliche era una excusa para que pasaran cosas", recuerda Carola Besasso, una de las primeras diseñadoras en instalarse en el circuito de diseño argentino por excelencia. Con el tiempo DAM se fue ajustando a lo que quiso para su vida, dice. "Es como una extensión coherente de quien soy". Al principio no ofrecía indumentaria, empezó a hacer ropa con su abuela y hoy es su fuerte. Sus estampas, su mix and match, sus collages arty portables la definen.
–¿Tu abuela cosía?
–Era modista. La recuerdo con el centímetro colgado del cuello, igual que como me suelo ver yo ahora. Cuando me mudé al local de Thames, en Palermo, volví a lo casero, a atender cara a cara. Si a una clienta le gusta un vestido que no se adapta a sus medidas, le muestro las telas disponibles para replicarlo en su tamaño. Como mis prendas son únicas, obviamente no se encuentran disponibles en todos los talles.
–Para el aniversario de la marca, le propusiste a tus seguidoras que se acercaran a brindar vistiendo su prenda DAM favorita. Eso habla del vínculo con ellas, pero también, de tu confianza en las prendas.
–¡Es que me lo dicen todo el tiempo! Me envían fotos con las prendas gastadas por el uso de años o me escriben cosas como tengo una falda de hace 10 años que amo. Creo que, inevitablemente, se respira la dedicación con la que está hecha la ropa. El vínculo cercano que tengo con las usuarias se transfiere a las prendas. Me emociona saber cómo se sienten las mujeres con mis vestidos. El contacto con ellas me empodera.
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–En el transcurso de estos 20 años ¿Qué cambios identificás en las mujeres en relación a la moda?
–Las chicas más jóvenes son mucho más libres en cuanto a los dictados de la moda o la tiranía de la imagen corporal. Lamentablemente, es difícil encontrar una mujer de más de 30 años que no se queje de su cuerpo o de su edad. Escucho con frecuencia: esto ya no me lo puedo poner porque me queda arriba de la rodilla y no puedo mostrar los brazos;o estoy vieja ¡A los 35 años!, increíble; es algo cultural, tenemos que aprender a deconstruir esa mirada. Las adolescentes no tienen nuestros prejuicios. Me despiertan admiración, no juzgan a nadie por su apariencia.
–Venís del arte, pero la moda resultó ser tu medio de expresión.
–Totalmente, siempre me expresé a través de la ropa. De chica, vestirme era mi juego favorito, le pedía a mi abuela que me hiciera la ropa que quería. Cuando estoy en el taller, mi mirada compone artísticamente a la hora de combinar telas y texturas. También empleo mis dibujos como recurso para las estampas. Con los años me fui conectando con personas con mi misma filosofía de trabajo, así conocí a un estampador artesanal que maneja pequeñas cantidades. La idea es no producir de más.
–¿Sentís cierta nostalgia?
–Sin duda. De chica me encantaban los trajes de los años 1940 y 1950 que usaba mi mamá en los años 1980 y me fascinaba esa estética. No soy muy futurista. En cierto sentido, tengo un estilo vanguardista desde lo filosófico, pre-revolución industrial, pero en lo demás me siento analógica. No manejo el Instagram de la marca, por ejemplo. Mis clientas crecieron conmigo, no es un público tan virtual. Me cuesta comprender cómo podés comprar un vestido sin probártelo o tocar la tela, aunque entiendo que comercialmente es conveniente, más en estos momentos difíciles.
–¿Cómo elegís las telas?
–Hace unos diez años descubrí los estampados africanos en Londres. Vuelvo a Ámsterdam cada vez que puedo y recorro las fábricas de telas holandesas. Compro muy poca cantidad, la suficiente como para sostener la identidad de la marca. Hoy tengo el control directo sobre la producción. Lo que más me gusta es estar en mi taller y disfrutar los beneficios del trabajo manual. Elijo desde los hilos hasta los botones. También tengo un vínculo muy cercano con mi costurera, Tere Ledesma, que es vital para mi negocio. Siempre quise tener todo al alcance de mi mano.
–¿Esa es la medida de tu crecimiento?
–De más joven quería crecer y crecer, nos educaron para eso. Una vez di una charla en la Universidad de Palermo sobre decrecimiento. A las alumnas le gustó mucho, les aconsejé tener algo que puedan manejar, sin asumir riesgos innecesarios.
–¿En qué te apoyaste para perdurar?
–La fidelidad de mis clientas me permite seguir adelante. Busco que las telas y la confección sean muy buenas. Por otro lado, sé que no suena muy marketinero, achicarme me acercó a una forma ideal de trabajo. Comparto el local con la marca de zapatos Chicco Ruiz, porque entendemos el negocio de la misma manera.
–¿Se valora una prenda única?
–El valor tiene que ver con el proceso y el trabajo que hay detrás. Me interesa mostrar la cocina del diseño, sin escondites. Estoy haciendo un video que describe el viaje de una prenda, desde la tela. En el proceso transcurre buena parte de mi vida y la de las personas que colaboran conmigo. El disfrute se contagia, si soy feliz, quiero que sean felices los que están a mi alrededor. Hoy en DAM conformamos un grupo de personas que lo entiende así.