La alta costura que nos atrapa
No es pecado mirar un desfile de alta costura –y no una sino varias veces–. Ya solo las cosquillas placenteras que nos procura ese despliegue desinhibido de lujos justificarían el dejarse ir sin culpa a la contemplación y al embeleso, en un retorno inesperado a aquellas regiones del deslumbramiento donde solían llevarnos los fuegos artificiales, los cuentos de hadas, o los ballets románticos. Claro que a fin de que la fascinación opere es necesaria una conjunción de atributos que no se da con frecuencia. Recuerdo algunos desfiles de Madame Grès, de Hubert de Givenchy, de Emanuel Ungaro, Christian Lacroix, Yves Saint Laurent y más de un Chanel por Karl Lagerfeld, vinculados, más allá de su gran disparidad visual, por el efecto de abstracción en el que me envolvieron, desconexión durada un soplo pero hoy todavía persistente en la memoria.
Enumeremos las cualidades que debe reunir la colección couture ideal. El distanciamiento me aparece esencial, aquel espacio, conceptual además de físico, que todo ritual exige, la barrera invisible que rodea las pistas, los púlpitos, los escenarios, todo lugar de representación. Al contrario del prêt-à-porter, desnudo sin la complicidad cálida de sus fans proclives al aplauso y al that’s genius, la couture reclama de su público una cierta forma de reverencia, aún en estos tiempos irrespetuosos.
Para merecer esa deferencia cuasi religiosa, el vestuario presentado debe alcanzar las máximas –y más divinas, si se me permite– alturas técnicas y estéticas establecidas por el dogma y perpetuadas por la tradición. La búsqueda metódica y obstinada de la perfección hasta en el menor pliegue que algunas casas practican todavía –contadas con los dedos las más notorias– y los logros que obtienen son la otra condición primordial para que haya alta costura.
Por fin, el mundo de la alta costura se apoya en la belleza clásica tal como la sociedad fue reinterpretándola a lo largo del siglo XX y hasta el presente. Belleza de las modelos, jovencísimas, naturales, con rasgos ideales de un calco escultórico d’après l’antique y cuellos, brazos y piernas estilizados a la Boldini, belleza actualizada según las variaciones que las transformaciones sociales imponen, ampliada a la variedad de los tipos humanos que pueblan las capitales donde se hace la moda, pero clásica. Clásica sí, por contraindicada y vintage que suene la palabra en un mundo donde pasado mañana ya fue.
Las innovaciones, las audacias que desde la alta costura de los 60 se permitió André Courrèges, discípulo díscolo pero disciplinado y talentoso, paradojalmente, no influyeron en el curso de la moda de lujo, ni las de Galliano, ni las Raf Simons en Dior ni tampoco lo hacen hoy las de del equipo de Balenciaga, pero sí todas impactaron y se difundieron en la moda de las tiendas independientes y en la calle. La vigencia de la haute couture tal como la conocimos pero traducida al lenguaje de hoy está garantizada por Virginie Viard en Chanel. Lo demuestra, con todos los atributos que he inventariado aquí, la muy reciente colección de primavera-verano 2021, accesible en Youtube en un estupendo video de Anton Corbijn, el fotógrafo y director rockero.
Aunque la ví –en loop– en la pantalla de mi escritorio, me restituyó intactas las emociones vividas en aquellas otras que presencié en vivo. Son diez minutos de placer sencillos y exquisitos y dignos de ser multiplicados.