Secreto de belleza. “Heredé de mi mamá el valor de ser autosuficiente”
Tengo la suerte de ser hija de una mujer dueña de una gran belleza. Pasé la infancia mirándola, admirando la forma autodidacta y comprometida con la que cuidaba su estética.
Mamá hacía todos sus rituales en casa, por sí misma, sin pedir ayuda: se rasuraba las piernas al bañarse; se teñía las canas religiosamente –con su pincelito y sus guantes de nylon– cada tres semanas, tenía un sobre lleno de herramientas que se veían peligrosas: con ellas se cortaba las cutículas y las uñas, luego se limaba y se esmaltaba en los pies y las manos.
Jamás se iba a dormir antes de limpiarse cuidadosamente el cutis y después de untarse la cara con cremas pegajosas y olorosas.
Usaba ruleros celestes, se hacía el brushing con cepillos redondos gigantes y usaba un secador furioso que aturdía, aunque ella –al manipularlo diestramente– parecía ni escucharlo.
Cuidaba la silueta. Mamá conseguía fotocopias que seguía al pie de la letra para hacer la dieta de la luna o la de Scardale.
Mi mamá hacía todos sus rituales de belleza en casa, sin pedir ayuda
A fines de septiembre, apenas se asomaba la primavera, ella ya se trepaba a la terraza del edificio y, sobre una lona plateada para captar más rayos, se recostaba durante horas como un lagarto a tomar sol. Eran otras épocas, si alguien nos preguntaba qué era la capa de ozono, no teníamos la menor idea, mucho menos suponíamos que se estaba agujereando y que eso nos ponía en riesgo.
Mi mamá nunca pasaba demasiado tiempo despierta sin maquillarse: base, delineador, máscara para pestañas… Cada mañana a las siete, con un café apoyado en la bacha del baño, se pintaba como una muñeca. Después, se perfumaba a lo loco, se ponía el guardapolvo blanco –perfectamente planchado– y se iba a la escuela a trabajar de maestra.
Yo la miraba y la veía hermosa, prolija. Como la veo hoy, que ya es una "señora ¿mayor?" de 75 años.
Para la belleza, como para tantas otras cosas de la vida, mi madre siempre fue autosuficiente. Heredé de ella la importancia de valerme por mí misma. Y también, la coquetería.
Lástima que no me legó su habilidad y yo sí tengo que recurrir constantemente a manos profesionales para depilarme, teñirme, hacerme un peinado digno. Será porque crecí viendo cómo eso se autogestionaba, o por la culpa de ser incapaz de seguir su ejemplo, que debo reconocer que soy terriblemente amarreta para los gastos de belleza...
Si querés compartir tu historia, podés mandarla a: lnmodaybelleza@lanacion.com.ar y será revelada por M&B bajo el más estricto anonimato