Frío, frío
Sensaciones encontradas. Me paro frente a la vidriera de las marcas argentinas y me entusiasmo con la moda de invierno: me divierto imaginándome con esas superbotas negras, con el vestido oversize gris, con el tapado 7/8 camel o el de lazo rosa pálido. Todo, supercool. Sigo caminando y me encuentro con un sobre peludo soft, divino..., ¡guau, lo quiero! Avanzo y veo una campera de cuero rocker bien canchera y explosiva. Hace calor y decido que todavía es tiempo de ver más porque falta para que llegue el frío. Una excusa simplemente. El frío tarde o temprano llega.
La excusa tiene lugar porque los precios son imposibles. El invierno tiene número: 2015 y, también, tiene otros números de a miles que se escriben tibiamente, en lápiz negro, sobre las etiquetas de la moda: por el vestido oversize me piden la friolera de 5000, por las botas negras 2900, por el tapadito camel 6700, y por el rosa otros tantos pesos más. Miles y miles que me hacen repensar y suspender la compra invierno 2015 hasta que llegue el frío-frío y transforme mi decisión en una inversión analizada con algún descuento posible, de esos que circulan al rolete, desde los que hace el banco –si la marca acompaña– hasta clubes varios, las famosas 12 cuotas (no siempre), para que el gasto no se sienta tanto. Y me indigno. Las respuestas de la moda son variadas: costos fijos altos, mano de obra, materiales, llaves de shopping, importaciones, calidad, dólar. Todo lo que quieran. Pero yo me quedo con la ñata contra el vidrio. Caliente, caliente.