Evangelina Bomparola: “Mi equilibrio es absoluto, pero a veces lo rompo”
Con su abuela aprendió a cortar moldes y a coser, y con su tía Hermelinda, a bordar y tejer. De niña, Evangelina Bomparola las imitaba y su desafío era tejer a mano, al crochet, con dos agujas. Pero pasaron varios años –y otras carreras– para que se encontrara de cara al diseño. Primero estudió Relaciones Públicas, y luego se recibió de periodista: el día que murió Alfredo Yabrán, terminó de confirmar que el periodismo no era lo suyo. Mientras veía que sus compañeros de la producción de América TV llegaban apurados al canal para ponerse a trabajar, ella pensaba: "Ay, que bajón, me tengo que quedar acá".
Volvió a acercarse a la moda, pero desde las relaciones públicas y la comunicación cuando, a fines de 1998, la convocaron de la firma Hermès en Buenos Aires. Cuando estaba embarazada de Beltrán, su primer hijo (ahora tiene 18 años), empezó a tomar forma su proyecto de diseño. "Tenía esta idea en incubadora desde hacía muchos años, y fue el momento de hacerlo. Lo que me faltaba, hasta ser madre, era la confianza de decir: yo puedo".
¿Por qué hasta ser madre?
Creo que hay algo que se detonó cuando me convertí en mamá, que tiene que ver con el poder. Pude llevar una vida, madurarla, parirla y él dependía de mí. Soy una persona como muy humilde, para nada soberbia, y esa humildad me había jugado a favor y en contra, porque siempre estaba pidiendo permiso. Yo veo a gente que se anima, osada. Yo soy osada para otras cosas, pero no para lo profesional.
¿Y hoy te sentís más osada en lo profesional?
Cuando empecé con esto, no me paró nadie más. Me dolieron las críticas al principio: "Esta qué se cree, que no estudió esto, que no se graduó de aquello". Y ahora, ¿sabés qué? Besos, les mando besos a todos y les digo que la pasen lindo, que ojalá les vaya bien. Ya no me engancho más.
¿Cuáles eran las principales críticas?
Yo tenía un nombre y un apellido. Cuando entrás a un lugar, a ejercer una profesión con un nombre que a la gente le suena, ocupás un lugar más grande. Después hay que sostenerlo, que es lo que nadie ve. Es como cuando te dicen: "Qué caro vendés un vestido". Sí, pero a ver… siete sueldos, dos alquileres. Es lo mismo. Vos llegaste, más rápido, por ahí te costó menos la llegada, pero después tenés que quedarte en ese lugar.
¿Cómo pudiste sobrellevarlo?
Hay algo que me hizo avanzar. Primero, tengo al mejor compañero del mundo (su marido, Juan Pons). Entonces, cuando llegaba a casa él me decía: "Vos, enfocate en tu objetivo. Ponele foco". La palabra foco me acompañó en los últimos 18 años en cada movimiento que hice. Cuando vos estás mirando fijo un punto, una línea de fuga, es tu objetivo, entonces todo lo demás pasa.
¿Y cuál era tu objetivo?
Quería hacer una empresa. Sabía que podía hacer la ropa que acá no existía, quería mezclar diseño con los mejores textiles del mundo, generar una marca de lujo nacional, pero a través de una empresa, no tener un bolichito. Una estructura seria, con un cierto orden no jerárquico, sino de división de tareas. Todos me decían que era utópico, pero lo logré. Después había objetivos más cortos: que cada colección funcionara, porque si no funciona económicamente, no podés hacer nada. Este es un trabajo bastante complicado, porque la inversión inicial para una colección es enorme y el precio está atado a los insumos en dólares. Y con los vaivenes económicos de acá, Dios mío, tenés que estar con casco, porque las balas te dan. La vuelta no se la encontrás nunca porque todo el tiempo nos cambian las reglas.
¿Armaste una estructura que ya se sostiene?
Sí, sí. Tengo gente muy profesional en cada área, a la que trato y pago muy bien, a la que cuido. No cambiamos mucho de gente, el equipo data de varios años. Hubo renovaciones, sigo siendo amiga de las chicas que se fueron, que lo hicieron para emprender, y a todas les va bastante bien. Aprendieron de mí el paso a paso, el crecimiento sostenido, el no te vuelvas loca. Empecé primero sola y Juan me ayudaba, me repetía que el sueldo no es un mes, un sueldo son doce meses… Soy muy volada, me decía que estaba todo bien con mi creatividad, pero que me pusiera el sombrero de empresaria. Hay que dedicarle un momento al número.
Sentada en su escritorio, la custodia un afiche de Radiohead, su banda favorita. "Siempre fui muy rockera y de chica iba mucho a recitales. A Spinetta lo fui a ver millones de veces, también a Serú Girán, a Baglietto", dice Evangelina, que llegó a audicionar para Viuda e Hijas de Roque Enroll. "Me gustan las bandas tradicionales, pero también sigo la música actual. Todo es un esfuerzo al principio. Escuchar bandas nuevas es un esfuerzo, pero luego te lleva a un mundo que está muy bueno".
Con la literatura transita el mismo camino. Sigue la obra de varios escritores como Paul Auster ("tiene una imagen de una época, y hay un trasfondo filosófico en cada historia"), Milan Kundera ("sus primeras obras"), Patricia Highsmith ("cuando quiero leer policiales") y ama a Borges, tanto que tiene las obras completas en su mesa de luz. Un consumo cultural que definió su identidad.
¿Cómo lograste tu identidad como diseñadora?
Uno no llega por haberlo aprendido de algún lugar, sino por ser muy buen observador. Lo primero es saber qué es lo que querés hacer. Si preferís un producto en serie, piezas. Y después, qué forma le vas a dar. Yo tengo un estilo bastante marcado y soy devota de eso, nunca pretendo ser otra cosa. Cuando hablo de la pretensión, lo relaciono con poner demasiado sobre algo, más de lo que ese algo necesita. Los griegos hablaban de la sofrosine, del equilibrio, la armonía, la belleza… Todo eso compone la imagen que quiero darle a mis creaciones.
¿Tu identidad se relaciona con ese equilibrio?
Mi equilibrio es absoluto, un equilibrio que a veces también rompo. Por ejemplo, hay colecciones donde me gusta jugar con las asimetrías o le pongo color a un lado y al otro, no. A veces también me aburro de ese equilibrio, de lo previsible, y me gusta desentonar un poquito.
¿Qué está fuera de tu identidad?
La identidad es como tu ADN. Nunca se me va a ocurrir, por ejemplo, desnudar a una mujer ni vulgarizarla. Para mí, la desnudez es un acto íntimo, privado. A mí me gusta vestir, y con todo lo que eso implica, generar misterio, generar fantasía. Hay algo conceptual que da forma a ese estilo y a esa identidad. Tampoco me gusta cuando me piden el vestido más ajustado, porque uso telas muy buenas con un tacto divino. Y nada es más lindo que ese lino bailándote sobre la piel. Eso es lujo. Un lino, una seda.
En su tiempo libre visita museos y galerías de arte. "Me parece que, en cuanto a arte y cultura, nuestro país sigue siendo groso, con una voz independiente; moderno, a pesar de estar precarizado tecnológicamente. (Leandro) Erlich es internacional, te puede gustar o no, pero no nos tenemos que quedar agarrados a los conceptos de arte de la Capilla Sixtina. El arte hoy está relacionado con el entretenimiento y está de moda la experiencia".
¿El consumo de la moda también pasa por la experiencia?
Sí, sin duda. Algo que siempre me propuse fue dar el mejor servicio posible, con mucho cuidado. Tenemos que explicar por qué esto vale lo que vale. Puede valer diez o puede valer un millón, pero no vale caprichosamente un millón. Nuestras clientas viajan, conocen, saben, entonces tenemos que dar todos esos argumentos. Además, siempre hay un muy rico café, la temperatura ideal, el perfume. Entrás a un mundo donde ya sentís que vas a estar bien. Y un asesoramiento con buen ojo. Generamos una relación con el cliente. A mí no me sirve tener un cliente de una vez.
¿Cuáles son los argumentos? ¿Por qué esto vale lo que vale?
Los argumentos son la calidad.
¿Y cuál es el valor de la calidad?
Las materias primas que usás para llegar a que el diseño, junto con ese material, dé como resultado algo óptimo, perfecto. Mis estándares son muy altos. No vas a encontrar una prenda mal cosida. Yo me ocupo personalmente de mirar cada una de las cosas antes de colgarlas. Tenemos estándares muy altos.
¿Sos muy obsesiva?
Re. Y tenemos mano de obra artesanal, que eso no es lo mismo que industrial. Son artistas o artesanos.
¿Te costó dar con esos artesanos?
Un montón. Y valen oro. Ahora estoy trabajando con el foco puesto en el consumo responsable, por eso esta nueva colección está articuladísima, donde todo va a ir con todo. O sea, vos te comprás tres piezas, con seis formas de usarlas.
El concepto de comprar menos y que dure más.
Exactamente. Después entregamos un protocolo, que es una tarjeta, con los lugares que recomendamos para limpiar la prenda, cómo cuidarla.
¿Qué lugar les das a las tendencias?
Uno de los lujos que me permito en la vida, excéntrico, es viajar un montón. Me gustan las calles, no me gustan las tiendas. En las tiendas veo las texturas, terminaciones, ruedos, puntadas. Pero miro más a la gente. ¿Y sabés qué miro de los percheros? Lo que queda.
¿Para no cometer esos errores?
Porque te dicen: se viene el camuflado. O los pantalones cargo: tenés que tenerlos, cómo no vas a hacer un cargo, la camisa se va a ver mejor con el cargo. En las liquidaciones, el 60% eran cargos.
En sus percheros son mínimas las prendas que quedan colgadas. No confecciona más de cinco de cada modelo.En algunos casos, tres, y en otros, solo uno. Ahora comenzará a enumerar las prendas, porque las piezas no se cortan en serie, sino de a una. Un lujo.