En la NYFW, sin miedo al ridículo
El abanico de diseños es tan amplio como los diseñadores, artistas, celebridades, supermodelos, empresarios, compradores de grandes tiendas y pequeñas boutiques
"¡Saltá el charco, Susie, saltá! ¡Mojate los pies para la foto, por favor!". Más de una decena de paparazzi se arremolinan en una calle de Chelsea en torno a una joven asiática vestida con jeans deflecados y una falda superpuesta de gasa transparente naranja flúo, con hileras de pequeños volantes fruncidos.
En la calle, la joven saltaba el gran charco de agua de lluvia riendo y mientras se moajaba graciosamente sus zapatillas Nike de suela transparente, para deleite de los fotógrafos. "¿Quién es ella?", pregunté a uno de los fotógrafos que la perseguía esquivando el tráfico y gritándole su nombre. "¿Una bloguera?"
"¡No es una simple bloguera, es LA bloguera! ¡Susie Style Bubble! ¡Todos los demás blogueros quieren ser como ella!", me respondióe con el rostro perplejo de sorpresa, como si estuviese tomándole el pelo.
Bienvenidos a la New York Fashion Week, la fiesta bianual de la moda de una de las mayores metrópolis del mundo, un circo donde prácticamente toda la especie humana está representada.
Hay diseñadores, hay artistas, hay celebridades, hay supermodelos. Hay empresarios, hay compradores de grandes tiendas y pequeñas boutiques, hay expertos en lanzar marcas y alistar colecciones. Hay blogueros de moda y otras tribus: 'influentiers', 'trend-setters', 'wanna-bes', 'attention-seekers', es decir, personas que influyen en la moda, que imponen tendencias, que buscan fama, que quieren captar la atención. Sin hablar de los curiosos que esperan horas en la puerta para sacarse una selfie con un famoso, además de los paparazzi y periodistas.
Todos con el celular en mano, 'instagrameando' cada look que llama la atención, cada celebridad a la vista.
Los periodistas somos en general los que tratamos de pasar desapercibidos, de ropa discreta y zapatos cómodos, bloc de notas y bolígrafo en mano. Entonces, ¿cómo se viste uno para cubrir la NYFW?
El consejo de mi colega Thomas Urbain, un veterano en el tema, fue clave para mi primera NYFW, en febrero pasado, cuando recién llegada a la gran manzana puse por primera vez un pie en el mundo de la moda luego de dos décadas de coberturas principalmente políticas, diplomáticas y económicas.
"No trates de impresionar a nadie. Y vestite de negro", me dijo cuando le consulté un poco en broma sobre la posibilidad de llevar a mi primer show, de Kate Spade, una vistosa capa de más de 100 años, bordada a mano, que heredé de mi tía abuela.
No sabía aún que una gran tormenta de nieve, granizo y lluvia helada, con temperaturas bajo cero y gélidos vientos, azotaría la isla de Manhattan durante toda la semana.
Probablemente hayan escuchado alguna vez que para ser periodista uno debe superar la timidez y toda vergüenza.
Es muy cierto, y esta frase posiblemente alcanzó para mí sus máximos niveles cuando, tras un agotador recorrido a pie y en metro, debí enfrentarme en el backstage de un desfile a un refinado diseñador de alta costura vistiendo un horroroso pero abrigado anorak negro largo hasta el piso, que se asemejaba a un saco de dormir empapado, y unas botas de nieve de 20 dólares compradas de urgencia durante un Foro de Davos, manchadas de moho tras pasar cinco años en un armario de Rio de Janeiro.
Nací y crecí en Uruguay, un pequeño país de tres millones de habitantes donde todos se visten de manera bastante sobria y parecida -en general tratando de imitar las tendencias de la moda argentina-, y la diferencia se castiga habitualmente con la burla o el desprecio.
En Washington D.C., donde viví varios años, banqueros, diplomáticos y funcionarios de gobierno se visten de manera clásica, por no decir aburrida. Blusas y vestidos sin mangas, mostrar los talones o los dedos de los pies y no usar pantis puede ser considerado un pecado. Vivir en París tras esa censura sartorial fue refrescante, y aprendí a admirar la sobria elegancia de las francesas. Años más tarde, en Rio de Janeiro, constaté que un par de Hawaianas y un pequeño bikini son los mayores íconos de la moda brasileña.
Por eso, en Nueva York, con sus 8,5 millones de habitantes llegados de cada rincón del planeta, vivo con la boca abierta cada vez que pongo un pie en la calle, sobre todo durante la Semana de la Moda, cada febrero y septiembre. Aquí todos quieren exhibir su individualidad, ser diferentes.
En las calles o en las pasarelas de Chelsea, el West Village o el Soho, donde en general se celebran los desfiles, se apila una fauna tan diversa como fascinante, con tantos estilos como personalidades.
Los hay elegantísimos y sofisticados, los hay audaces, y los hay francamente ridículos. Pero qué divertidos son todos.
He visto de todo un poco, desde hombres vestidos enteramente de fucsia o amarillo yema, de pies a cabeza, con gigantescos lentes redondos de grueso marco negro o bastones usados como adornos, hasta otros de carterita Gucci y pasamontañas rosa, estilo subcomandante Marcos en clave romántica. Hay hombres de tacos altísimos, mujeres de pantuflas peludas, de vestidos transparentes que dejan ver las bombachas, de enteritos dorados pegados al cuerpo y pelucas afro rubias, de gordos abrigos de piel blanca como bolas de nieve pese a los 30ºC.
En el desfile de Custo Barcelona, un hombre de más de 70 años, tez bronceada, largas mechas blancas, chaqueta de lentejuelas doradas y sombrero vaquero de piel de serpiente se sentó al lado mío. Le sacan fotos, es un famoso que no conozco. ¿Será un rockero? El anciano escribe un mensaje de WhatsApp en su iPhone con mano temblorosa. Puedo leerlo, y ver su firma: Jim Goldstein. Lo googleo sin que se dé cuenta en mi propio teléfono, mientras nuestros muslos se tocan. Es un millonario superfanático de la NBA conocido por su extravagante estilo.
Lo mejor llega en general al final del desfile (aunque a veces es antes). Tras los aplausos y el recorrido de todos los looks por la pasarela, corremos tras bambalinas a entrevistar al diseñador esquivando modelos semidesnudas -y a veces totalmente desnudas- y amigos y famosos que quieren felicitar al artista.
Las entrevistas con los grandes creadores son muy cortas, en general de 3-4 minutos, pero al menos son exclusivas.
A veces pasan cosas inesperadas. La colección del joven creador mexicano Víctor Barragán, un talento emergente de la NYFW que desafía los géneros, me ganó en sorpresa. "¿Ese es hombre, o es mujer?", pregunto a mi vecina de banco, una artista neoyorquina, cuando pasa una modelo de largo cabello vistiendo top, falda y tacos altas, pero con pelo en el pecho y en el abdomen.
En mi cabeza, solo pienso en qué palabras explican mejor lo que veo: ¿transgénero, travesti, afeminado, masculinizado? Luego sabré que su nombre es Richie Shazam, que es una estrella de las redes sociales, y que se niega a que lo encasillen en un solo género, ya que no se halla ni hombre ni mujer.
Correr a enviar el material y luego a otro desfile, pensando en clave de drapeados, volantes, fruncidos, volumen, estructura, texturas, colores, estampas también es parte de la experiencia. O a una fiesta, pero hay tanto trabajo que la perspectiva de una resaca al día siguiente da pereza.
A veces, no obstante, una copa de rosé en la terraza, mirando el Hudson al atardecer, puede servir para inspirarse. Un pequeño privilegio de este oficio que nos abre las puertas del mundo de la creación y de una poderosa industria que aporta a Nueva York 900 millones de dólares anuales, para poder contarlo a otros.
En esta temporada, para mi último desfile, he juntado coraje y me he puesto la capa de mi tía abuela.
Edición Fotográfica: Alfredo Sánchez