Cose desde los 6 años y tiene una firma de ropa hecha con textiles orgánicos wichis
Desde su nuevo estudio taller ubicado en el microcentro porteño, el diseñador Marcelo Ariel López busca recuperar la tradición de la ropa hecha a medida. Su marca AÔ propone renovar nuestro vínculo con la vestimenta combinando prendas únicas con una línea de diseño contemporáneo y un servicio de actualización y ajuste de esas piezas queridas que solemos atesorar esperando el momento de volver a usar.
–¿Qué significa AÔ, el nombre de la marca?
–Es un término de origen guaraní y significa vestimenta, ropa, tela. Cuando pensé un nombre para el proyecto, cerca del año 2001, el idioma aún no tenía ni siquiera un diccionario propio. Lo hablo desde chico, porque si bien soy argentino mi familia es de Paraguay. Todos se dedican a la costura, cada uno con su especialidad, de jeans a alta costura, pasando por sastrería y prêt-à-porter. Mi abuela era modista en Belén, una pequeña ciudad que marca el paso del Trópico de Capricornio. Viajo para allá desde que tengo memoria. María Esther López Pana, mi madre y socia desde hace años, siempre tuvo taller de costura. De chico me acostumbré a estar en contacto con textiles, empecé a coser a los seis años. De la nueva generación, soy el único que quiso continuar con el oficio.
–¿Cómo fueron tus inicios?
–Me formé académicamente en fotografía. Estudié en la FADU con Augusto Zanela y seguí varios años en la Facultad de Filosofía. Más tarde hice unos talleres experimentales con Guillermo Ueno y expuse mis obras en la galería Belleza y Felicidad. Mientras tanto, no encontraba ropa que me gustara, todo era color negro en los años 90. Además, siempre trabajé para pagarme los estudios y la costura resultó una fuente de ingresos. En 2005 me asocié con el ilustrador Mariano Grassi, él se ocupaba de la imagen y yo del diseño. Era divertido y nos fue muy bien. Ahí descubrí que hacer ropa siempre había estado en mí.
–Encontraste tu manera de seguir la tradición familiar.
–Sí. Tenía una imagen muy sacrificada del oficio y quería asociar el trabajo a otra cosa. Disfruto de mi tarea y de la relación con las personas. Además, me di cuenta de que la ropa siempre tiene un valor emocional. Al taller llegan prendas con historias que me gusta escuchar. Son esas que heredamos o que nos acompañaron en un momento especial de la vida, pero que no sabemos bien qué hacer con ellas.
La ropa siempre tiene un valor emocional. Al taller llegan prendas con historias que me gusta escuchar. Son esas que heredamos o que nos acompañaron en un momento especial de la vida.
–¿Cómo es el perfil de una clienta que recurre al fondo de placard?
–Son mujeres, en su mayoría, que conciben su vestimenta desde el intelecto o que tienen cierta afinidad con las humanidades, como las artistas, por ejemplo. Algunas valoran las propiedades de la tela, otras tienen apego con su origen y otras con las formas. Trato de respetar el diseño original a la hora de recuperar una prenda. A veces lleva tiempo conciliar intereses, pero ayudar a ponerla en valor es parte de mi función como diseñador.
–¿Diseñador y docente a la vez?
–El conocimiento de la ropa lleva muchos años. Me gusta guiar a mis clientas más jóvenes o adolescentes en la compra de una buena prenda, esa que van a querer conservar. Cuando trabajo en el desarrollo de producto para terceros, también me gusta contribuir con alcanzar la más alta calidad posible. Lo mismo aplico a mis diseños, busco crear piezas que perduren. Para eso, voy confiando cada vez más en la simpleza. Estamos tapados de ropa, necesitamos consumir de manera diferente. La cantidad no trae felicidad, no al menos en las compras. Ese es uno de los desafíos que enfrenta la industria de la moda, junto con el de encontrar formas más justas de trabajo que permitan que las personas que realizan la ropa puedan imaginarse comprándola.
–¿Qué rol desempeñan los materiales en tu trabajo?
–Adoro los textiles. Básicamente, mi trabajo con ellos es amoroso. Mi abuela me enseñó a escuchar la tela, cada una tiene un carácter. Tengo una especie de fetiche con su origen, necesito que sea especial de algún modo. Empleo algodones plantados por comunidades wichí de Misiones y el Chaco, tengo otros orgánicos certificados en Suiza, de Paraguay. Hace poco recibí una donación de textiles originales de la década del 60. No importa si son artificiales, me interesa que sean vintage y se les pueda dar otra vida. Esas telas tienen alma.
–¿Cómo es vestir a las mujeres para ocasiones importantes de su vida?
–Intento que el proceso sea divertido, menos estresante de lo que suele ser. Le doy mucha importancia a la figura. No existen los cuerpos con problemas o difíciles de vestir, en todo caso, hay falta de conocimientos técnicos para ajustar las prendas a cada medida. Pretendemos estandarizar algo que naturalmente no lo es, cada cuerpo es único. Así como busco quebrar algunos convencionalismos en el uso de los materiales y las morfologías, me gusta poner en discusión los cánones de belleza impuestos.
–¿Cómo se traduce esa búsqueda en tus diseños?
–Ya no nos detenemos a pensar porqué usamos lo que usamos. Leí en un libro de la reconocida investigadora Ruth Corcuera, que el textil fue el primer soporte de información de la humanidad. Me encantaría que la ropa funcione como un dni, que te identifique y permita que los demás te reconozcan. Quiero llegar a eso, a lograr una identidad total, más basada en el deseo propio que en las tendencias.
–Por lo general es al revés, identificamos al diseñador a partir de las prendas.
–Nunca quise eso para mí. Aspiro a ser un medio, para que cada persona logre su propia identificación.