"Arruiné el poco pelo que tenía"
Fui pelada, tuve rastas, me hice la permanente, el alisado, use flequillo, después me lo saqué; fui la rubia, la morocha, la pelirroja. Llevé el pelo cortito como un varón y largo hasta la cintura. Casi siempre lo corto o tiño yo. Voy probando. Puede pasar que una mañana cualquiera entré al baño para cepillarme los dientes y salga veinte minutos después con un nuevo corte de pelo. Muchas veces me arrepiento y al día siguiente me encuentro sentada en cualquier peluquería para que me arreglen el desastre que me hice, pero pasado un tiempo vuelvo a agarrar la tijera con el mismo entusiasmo de una niña con un juguete nuevo, o caigo en la terrible tentación de entrar a una perfumería y comprar aquel tono sobre tono que nunca me puse. Porque la realidad es que tengo muy poca cantidad de cabello y es tan insulso y fino como el cabello de ángel.
Me aburro de verme siempre igual y no encuentro otras partes de mi cuerpo donde pueda notar un verdadero cambio en cuestión de segundos. Entonces intervengo mi desangelada cabellera gracias a turoriales que encuentro en Youtube o los paso a paso en Pinterest. Así, descubrí que puedo hacerme un rodete envuelto en una polaina o una media cortada, cubrirlo con mi pelo, y lograr un efecto muy parecido al que usaba la cantante de folk, Amy Winehouse.
Me aburro de verme siempre igual y no encuentro otras partes de mi cuerpo donde pueda notar un verdadero cambio en cuestión de segundos.
Y no me da pudor contar que a veces uso pelucas. Todavía no entiendo por qué pasaron de moda. Tengo colgadas en mi placard dos de corte carré con flequillo y una de pelo largo castaña oscura con rulos. Es cierto que en verano dan un poco de calor y reconozco que cuando la llevo puesta me noto algo tensa, con miedo a que se mueva o que alguien me la quite sin darse cuenta. Una vez me pasó en una fiesta y fue la situación más vergonzosa de mi historia de vida.
Pero este año creo que fui demasiado lejos cuando me empeciné en decolorarme y teñirme de color plata. Como el riesgo a quemarlo era alto, no fue fácil conseguir un colorista que se animara a hacerlo; tuve que insistir en varios lugares hasta encontrar uno donde me dijeran que sí. Ese día, después de estar seis horas dentro de la peluquería, el entusiasmo me duro menos que lo habitual. El pelo me quedó como un elástico viscoso, igual al de una Barbie y lo peor es que es imposible de peinar porque al tirar apenas un poco se corta. Y aunque vacío blisters enteros de pastillas anticonceptivas dentro del champú para fortalecerlo, sé que no me queda otra que esperar a que vuelva a crecer. Mientras tanto, sueño con volver a tener mi pelo que, aunque poco e insulso, definitivamente era mejor que esta nutria salvaje viviendo en mi cabeza.