El editorial de Laura Di Marco en La trama del poder, por LN+
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Este sábado los combustibles subieron un 4,5% y por adelantado. La suba iba a ser a mediados de mes, pero la economía argentina está tan enferma y desquiciada que todo se acelera.
¿Le echará Sergio Massa la culpa de este aumento a los empresarios “parásitos” del Estado, que él mismo debería controlar y no controla?
¿O la culpa la tendrá Patricia Bullrich, como sugirió el ministro de Transporte de Axel Kcillof, Jorge D’Onofrio, frente al paro de colectivos, fruto de un sistema insostenible -y que muchas veces estuvo atravesado por la corrupción, como el caso de Ricardo Jaime- que el mismo kirchnerismo provocó?
Si no fuera dramático, sería desopilante. Este viernes estuvimos 17 horas sin colectivos. Un verdadero drama para diez millones de usuarios en el AMBA. Un auténtico vía crucis llegar al trabajo o volver a casa.
Los que sufrieron esta medida están muy lejos de ser millonarios, son trabajadores y, la mayoría de ellos, informales: plomeros, albañiles, cuentapropistas, empleadas domésticas. Todos perdieron su día de trabajo.
Pero a no equivocarse: hay que un dato brutal que explica el fracaso de 20 años de kirchnerismo. En la Argentina, la mitad de los que trabajan lo hace en negro. Es decir, sin ningún tipo de protección, jubilación u obra social. Esto significa que los que no perdieron el presentismo son los que tienen el “privilegio” del trabajo formal.
¿A algunos de los políticos enfrascados en sus campañas y en sus peleas -peleas que no le interesan a nadie- les importará realmente el sufrimiento de esta gente?
Con un sueldo de un millón y medio de pesos, el canciller Santiago Cafiero, que debe tener mucho tiempo para tomar mate, confesó que “le jodía mucho” que su yerba preferida, Playadito, cueste una luca. La pucha, como diría Alberto.
El transporte en la Argentina funciona a través de subsidios: un artefacto que el propio Néstor Kirchner inventó. ¿Qué significa? Que de cada 100 pesos que pagás en el boleto de colectivo, 90 te los da el Estado.
32 mil millones pesos reciben por mes las empresas de colectivos para que el transporte funcione. 200 mil millones de pesos para todo el transporte, incluido el aerocomercial, en lo que va del año. Si esto no se desenreda de algún modo, el próximo gobierno tendría que poner 70 mil millones de pesos por mes para financiar este monstruo.
Y claro: si el boleto de colectivo no estuviera subsidiado, saldría 300 pesos y estallaría todo por el aire. Este es el modelo en el que estamos entrampados.
Massa, que debería controlar a esas empresas que, a pesar de todo lo que reciben, tienen déficit, ayer montó un hermoso acto de campaña. Cuando dijo “empresarios parásitos” pensé, por un momento, que se refería a sus empresarios amigos, pero parece que esta vez no.
Mañana Cristina Kirchner, Alberto Fernández y el propio Massa tendrán otro acto de campaña -o de ficción de unidad, como diría la dirigente que responde a Juan Grabois, Ofelia Fernández-, en el que inaugurarán el famoso gasoducto Néstor Kirchner.
El ministro de Economía hubiera babeado si el gasoducto, en lugar de llamarse Néstor Kirchner, se hubiera llamado Sergio Massa. Pero a tanto no lo dejaron llegar. Por ahora.
Hace más o menos un año surgió un candidato que, no solo cuestionaba este Estado infinanciable, sino que cuestionaba a la “casta”, dedicada a engordarse a sí misma. Hablamos de Javier Milei.
Entrevisté a Diana Mondino, su candidata, y le pregunté por el escándalo en el que quedó envuelto Milei por dos denuncias: la supuesta venta de candidaturas -uno de sus denunciantes es Juan Carlos Blumberg- y el ingreso de massistas o peronistas a sus listas bonaerenses y a otras provincias.
¿A cambio de qué? ¿A cambio de qué pondría Milei a massistas en sus listas? En Corrientes, por ejemplo, la lista del sello de Milei la encabeza Lisandro Almirón, concejal por la capital, que entró por el Frente de Todos.
Las denuncias sobre supuestas ventas de candidaturas -o que cada cual consiga sponsors para financiarse, que es otra variante- son apenas un síntoma del agujero más negro de la política argentina.
Investigar cómo se financia la política, sobre todo en modo campaña, es asomarse a una auténtica cloaca. Te doy un ejemplo: si vos, que estás del otro lado, quisieras de la nada postularte para ser presidente, como sucedió con Milei, que era apenas un consultor económico divertido en televisión, necesitarías dos cosas: 100 millones de dólares (lo que cuesta una campaña presidencial) y un ejército de fiscales.
¿Cómo conseguís, de la nada, toda esa estructura?¿Será eso lo que el peronismo bonaerense, a través de Massa, le ofrece a Milei poniendo candidatos en sus listas? Es solo una pregunta.
La ley de financiamiento de los partidos políticos estipula que los aportes de campaña deben ser en blanco, pero apenas un diez por ciento de esos montos cumplen con el requisito.
En general, las cenas empresarias para recaudar dinero que organizan gran parte de los candidatos son, apenas, una pantalla para lo que verdaderamente sucede: en gran parte de los casos, muchos empresarios ponen dinero por debajo de la mesa, hacen sus apuestas y, luego, cuando ese candidato gana la elección, va en busca de la devolución de esos favores.
Si fuera cierto que Milei pide dinero por una candidatura (no sabemos si lo es), estaríamos ante un acto ilegal, pero no te equivoques: Milei sólo muestra un pedacito del huevo de la serpiente.