El conductro de La Cornisa, por LN+, analizó la derrota que significó para el oficialismo la falta de aprobación del pruspuesto 2022 en la Cámara de Diputados
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El niño grande, multimillonario, prepotente, autoritario, malcriado, hijo de dos expresidentes, choca, de frente, la flamante Ferrari que le acaban de prestar, y la rompe toda. El seguro dictamina: destrucción total.
La choca después de pasar un semáforo en rojo. Su responsabilidad es evidente. Su impericia, monumental. Deberían quitarle el registro, hacerle pagar los daños y enseñarle de una vez a manejar, para evitar, en futuro, un desastre mayor.
Por si hiciera falta aclararlo: el niño grande es Máximo. La Ferrari es la presidencia del bloque del Frente de Todos. Y por extensión: el Congreso. Y por qué no, la Argentina.
Máximo “Peligro” cruzó el semáforo en rojo el viernes pasado, a eso de las 10 de la mañana. Lo hizo de manera brutal, al acusar a los principales dirigentes de la oposición de cobardes y unas cuentas cosas más.
Entonces el bloque de Juntos, que a esa altura mostraba fisuras demasiado preocupantes, encontró la excusa perfecta para rechazar el mentiroso presupuesto, sin más. A los pocos minutos, Máximo, todavía aturdido por el choque, intentó transformar el desastre en un acto heroico.
La familia disfuncional del Frente de “Todos contra Todos” entró en estado deliberativo, como los “Roy”, en Succession. Y cuando parecía que, por fin, se estaría por imponer el sentido común, la trama volvió a presentar un nuevo giro.
Le dieron, al conductor irresponsable, la llave de un nuevo prototipo de fórmula uno: la presidencia del PJ de la provincia de Buenos Aires.
Y encima, el malcriado, se dio el lujo de decirle al “tío Alberto”, en público, palabra más, palabra menos, que una vez que se ponga de acuerdo consigo mismo, él y su escudería, Los Chicos Grandes de La Cámpora, lo van a apoyar sin reparos.
Sabemos que los analistas clásicos nos van a tildar de reduccionistas. Pero nosotros seguimos pensando que para analizar al kirchnerismo hay que agregar el componente psiquiátrico de sus principales dirigentes.
Por ejemplo: su vínculo con la verdad. Porque el presupuesto 2022 que envió el ministro Martín Guzmán y suscribió el Presidente (y que fue rechazado por 132 votos contra 121) era una gran mentira. Pronosticaba una inflación del 32 por ciento cuando la de 2021 pasará el 50 por ciento. No decía como la pensaba bajar. No detallaba los aumentos de tarifas. Incorporaba 12 mil millones de dólares en créditos que no existen. No hacía referencia al acuerdo con el FMI. Le habían agregado entre gallos y medianoche 52 artículos que implicaban casi 200 mil millones de pesos más de gasto.
Era un presupuesto trucho y con trampa: estaba pensado para extender los superpoderes y modificar los impuestos por decreto, como bien lo denunció el exministro de Hacienda Alfonso Prat Gay.
Pero no solo el presupuesto enviado era una gran mentira. También es una gran mentira que Néstor y Cristina hayan desendeudado al país. Que la Argentina está así solo porque “Ah, pero Macri” nos dejó, junto con el FMI, una deuda de 44 mil millones de dólares.
El miércoles pasado, en Voces, María Eugenia Vidal, lo explicó muy bien de un solo tirón: a Máximo le molesta que los periodistas críticos no avalemos sus mentiras y sus desvaríos ideológicos.
Hace tiempo, nosotros, venimos diciendo, que no hay que presentarlo más como un vago que juega a la play, sino como un adulto inmaduro. Alguien con demasiado poder como para tomarlo en broma. Como un hombre resentido y dañino. Tan resentido y dañino como su madre, quien acaba de encolumnar a todo el Gobierno contra la Corte, solo porque el máximo tribunal ordenó cambiar la composición del Consejo de la Magistratura para que no siga respondiendo a los caprichos de la vice.
Detectamos el mesianismo en ciernes de Máximo en su primer discurso público, en el estadio Malvinas, en setiembre de 2014. Advertimos que, igual que su padre y su madre, Máximo tiene una obsesión no curada contra los medios y los periodistas. Tanto, que nos llegó a responsabilizar, de manera directa y muy perversa, por el balazo que recibió un diputado en provincia de Corrientes: y fue Máximo Peligro, también, el responsable de meter al Fondo y el Covid en una misma bolsa de gatos. El que fungió como árbitro para que las vacunas de Pfizer no llegaran en tiempo y forma, y así salvaran a miles de vidas.
Por eso. Ahora no hay derecho al pataleo. No hay derecho a sorprenderse cuando Máximo, igual que su mamá, en vez de mirarse al espejo, pretende dar clases a la oposición, los medios y el resto del mundo sobre su forma de mirar al planeta y las formas que se deben guardar para hacer política.
Quizá debería revisar la interpretación que hizo en una película sobre la conducta de su papá, mientras nosotros, los argentinos, analizamos, decepcionados, a los dirigentes que elegimos para que nos gobiernen.