El exjefe del Ejército pasó por Hablemos de otra cosa y opinó sin pelos en la lengua de Perón, Aramburu, Lanusse, Videla y otros militares golpistas
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Entre 1991 y 1999, plena década menemista, el general Martín Balza fue jefe del Estado Mayor General del Ejército argentino. Hoy, al borde de los 88 años, y a 70 años de su ingreso al Colegio Militar de la Nación, Balza recibió a Hablemos de otra cosa, el programa de LN+ que conduce Pablo Sirvén, para repasar las tempestuosas etapas que le tocó vivir dentro de esa fuerza. El Ejército se asomó al siglo XX con profesionalismo, pero a partir de 1930, con el golpe contra Hipólito Yrigoyen, comenzó a politizarse cada vez más, al protagonizar desde entonces seis movimientos que desplazaron del poder a otros tantos presidentes democráticamente elegidos por las urnas. El último de los cuales (el de 1976) fue el más cruento, por sus sistemáticas violaciones a los derechos humanos, cuyas consecuencias traumáticas se extienden hasta el presente.
“Creo que el Ejército cambió muchísimo desde mi ingreso. A partir de 1955 hubo una cierta politización”, comenta y acuerda que su fuerza contribuyó a llevar al poder a ideologías más conservadoras que no tenían aptitud electoral, pero que, al mismo tiempo, fue la cuna del peronismo.
“Perón construye el peronismo sobre tres columnas: el Ejército, la Iglesia y el movimiento obrero organizado”, describe, pero renglón seguido admite que “la ideología en las Fuerzas Armadas es un germen de destrucción”. Y agrega: “En estos últimos 50 años las importantes decisiones para lo militar se toman priorizando aspectos ideológicos o políticos”.
Sin pelos en la lengua, Balza repasa los acontecimientos y los líderes militares de cada época. “Durante el velatorio de Eva Perón era cadete de primer año y realicé dos guardias -recuerda-; hubo una organización perfecta del funeral”.
El desfile del pueblo frente al ataúd era incesante, pero cada cierto tiempo la capilla ardiente se cerraba para acondicionarla y en esos momentos de descanso Balza pudo observar más de cerca el cuerpo de la esposa del Presidente. “Tenía los dedos cruzados con esmalte natural y un rosario blanco”, rememora.
Balza confiesa que quería ser abogado pero que al año siguiente de la muerte de su padre, cuando él tenía tan solo 16 años, le pidió a su madre ingresar en el Colegio Militar. “El Ejército me dio todo, como una madre bien amada. Le debo todo”, reconoce ahora y dice que de volver el tiempo atrás volvería a abrazar la carrera militar.
Sin pelos en la lengua luego define a varios líderes de gobiernos de facto: “Aramburu fue un hombre que jugó un papel importante en nuestra historia”. Repasa su responsabilidad en los fusilamientos de 1956, pero destaca que honró su compromiso de entregar el poder, en 1958, a Arturo Frondizi que “fue un gran presidente”. Respecto de Alejandro Agustín Lanusse expresa que “fue un hombre controvertido pero honrado”. Y aclara que “ni Lanusse ni Onganía tuvieron algo que ver con el terrorismo de Estado”.
Cataloga al golpe de 1976 como “una obra maestra del terror” y respecto de Jorge Rafael Videla opina que “siempre pareció de un mando blando, que no se imponía a nadie”. Atribuye a Emilio Eduardo Massera, el jefe naval de la junta militar que dio el golpe, “decir que no se podía fusilar porque la Iglesia no iba a estar de acuerdo”, a pesar de que en uno de los primeros comunicados del gobierno de facto se instauró la pena de muerte, que formalmente nunca fue usada ya que se instrumentó un sistema de represión feroz, con centros ilegales de detención y miles de secuestros, desapariciones y asesinatos.
En abril de 1995, en el programa Tiempo Nuevo, que conducía Bernardo Neustadt, Balza, como máximo representante en ese momento del Ejército, pronunció su famosa autocrítica. “No podría haber hecho esa autocrítica si no me hubiera sentido acompañado por un excelente cuadro de generales”, reconoce, y agrega: “Fue un mensaje con el que el Ejército asumió la responsabilidad institucional del pasado”.
El exjefe de esa fuerza no suscribe la llamada “teoría de los dos demonios” (que pone en un pie de igualdad a la violencia ejercida por la guerrilla con la desplegada desde el Estado). “No son lo mismo los actos criminales que cometieron las organizaciones irregulares armadas que el Estado se convierta en criminal”, enfatiza.
Habla con respeto de Mohamed Seineldín y de Aldo Rico, líderes de las revueltas carapintadas, pero por sus desempeños profesionales anteriores a esas asonadas. “Nunca más hubo [se refiere a después de diciembre de 1990] ni va a haber un levantamiento como el de los carapintadas”. Sobre los cuales destaca que “hubo políticos, sindicalistas y empresarios que apoyaron a Seineldín”.
Veterano de Malvinas, Balza tiene la convicción de que “fue un disparate ir a la guerra contra las potencias mundiales; era una guerra incomprensible, jamás prevista. Creer que el Reino Unido no iba a reaccionar era desconocer su historia”. Y agrega: “De haber tenido éxito en Malvinas, los generales buscaban prolongar la dictadura”.
Su controversia con Domingo Cavallo por el contrabando de armas a Croacia y Ecuador sigue latente y Balza, entre otras imputaciones, acusa al exsuperministro de Economía por haber sido “funcionario del proceso militar”.
Balza asegura que “en las últimas décadas se ha pretendido incluir en las fuerzas algo partidista e ideológico, pero muchos de los mandos medios actuales no conocen del pasado” y todos cursaron sus carreras después de 1983, año en que se restauró la democracia. “La historia no se puede borrar”, puntualiza Balza y clama que “hay que terminar con la grieta”.
Hablemos de otra cosa se emite los sábados, a las 22, por LN+
LA NACION