Estamos en la antesala de una crisis inédita. Con un gobierno en estado de descomposición. Es decir: estropeado, averiado, dañado, roto, defectuoso, podrido, corrompido y desmembrado. No hace falta repetir que Cristina es la principal responsable, aunque no la única, de este desastre. Al Presidente, ella, lo empezó a esmerilar, desde el mismo día en que asumió. Lo arrinconó hasta ponerlo en una terrible encrucijada. Una encrucijada de tres opciones que Alberto Fernández deberá resolver el mismo lunes 15 de noviembre, cuando deba elegir entre:
- Soportar dos años más de humillación.
- Irse a su casa, y tirarle, a la vicepresidenta, el gobierno por la cabeza.
- O enfrentarla y quitarle todos los ministerios y todas las cajas que manejan para financiar la política.
Faltan solo tres semanas para terminar de saberlo. Mientras tanto, los indicios de las últimas horas son cada vez más preocupantes. Veamos a Máximo “Peligro” Kirchner, ayer, en un acto, en Lanús, en homenaje al aniversario de la muerte de su padre. Está amenazando, con lenguaje ambiguo y sonrisa de costado, al Presidente, al gobernador de la provincia, a los medios y a los periodistas. Veamos al hijo de Cristina, echando la culpa, de nuevo, al otro, sin hacerse cargo del daño que él mismo le está propinando al Gobierno. Despotricando contra el FMI mientras el Gobierno busca un acuerdo que lo aleje del default. Veamos y escuchemos al heredero, echando nafta al fuego, jugando al revolucionario con una cuenta de 400 palos en el banco, mientras su gobierno no para de fabricar pobres, y desocupados. ¡Y todavía tiene el coraje de cantar “con el hambre de este pueblo no se jode nunca más”!
Veamos, por ejemplo, a través de estas fotos, como Cristina transformó a los Barones del conurbano, (o “los minigobernadores”, como diría el Turco Asís) en inspectores de hipermercados. Cómo los degradó y los empujó hasta ahí, después de reemplazar a Paula Español por Roberto “Moreno” Feletti, sin consultar ni a Guzmán ni a su jefe directo en el organigrama, el ministro de Producción Matías Kulfas.
Ahí los tenés, a modo de ejemplo, este fin de semana, a Fernando Espinoza, de La Matanza, a Alejo Chornobroff; de Avellaneda; a Mariel Fernández, de Moreno; a Raúl Caffaro, de Zárate y a Mayra Mendoza, intendenta de Quilmes. ¿Entendés lo que están haciendo Cristina y Máximo, una vez más, como la fábula del escorpión y la rana? ¡Están degradando a quienes los apoyan! ¡Los retan y los mandan a ponerse la pechera y a controlar los precios con una libretita en la mano! ¡Los mandan a inmolarse, mientras el paralelo, que el viernes cerró a 195, se acerca peligrosamente a los 200 pesos!
Los compañeros del peronismo deberían preguntar, tanto a Cristina como Máximo: “Si es que están convencidos de que hay que poner el cuerpo: ¿Por qué no van ellos a controlar a las góndolas?”. Pero parece que no. Que ellos están para atender cuestiones más estratégicas. Como respondernos a nosotros cuando los llamamos “Los chicos grandes de la Cámpora”. O para autorizar otro videito bien demagógico en el que Cristina aparece cantando “Rasguña las piedras” justo en el cumpleaños número 70 de Carlos Alberto García Moreno. ¡Mirá si se la iban a perder! En serio: el peronismo no kirchnerista debería despertarse de una vez.
Porque Cristina se los está comiendo por dentro. Los está asociando, en su caída libre, al fracaso electoral (y de gestión) más estrepitoso en la historia de la fuerza política. Es que tantos años en el poder, los terminó desconectando de la realidad. De las necesidades de la gente. Ayer Máximo, nos respondió por qué están tan disociados. Ellos se sienten los dueños de la verdad. Ellos no encargan focus groups ni los miran. Los desprecian.
Por eso ignoran que a los argentinos nos preocupan, y mucho, las dos grandes cosas que no controlan: la inflación, que este año superará el 50 por ciento; y la inseguridad en todas sus expresiones, desde la suelta de presos que alimentó el comandante abolicionista Raúl Eugenio Zaffaroni hasta la serie de asesinatos que se produjeron en el conurbano días atrás, pasando por los últimos ataques violentos en la Patagonia. Ataques que Alberto Fernández y Aníbal Fernández primero minimizaron, hasta que su propia tropa los corrió por derecha, como lo hizo el ministro de Seguridad de Chubut, Federico Massoni.
Lo que está pasando en la Patagonia es un ejemplo claro de la descomposición del Gobierno. Alberto le escribe una pobrísima carta a la gobernadora Arabela Carreras advirtiéndole que no es su obligación el envío de tropas federales. Pero a las pocas horas anuncia que las va a mandar, en el medio de la bronca y los reclamos de los habitantes que no los piensan votar. Sufren de disociación. No comprenden ni la angustia ni el dolor de la mayoría de los argentinos. Su sistema de poder se descompone.
Esta semana, tuvimos la misma mala sensación que nos asaltó en diciembre de 2013, cuando Cristina Kirchner bailaba en Plaza de Mayo, en el medio de una rebelión policial en Córdoba, Santa Fe y Tucumán, mientras las fuerzas de seguridad de esa última provincia desataban una feroz represión por los cacerolazos de protesta frente a los saqueos.