En LN+, el periodista analizó los cambios de gabinete en el gobierno de Alberto Fernández y la llegada de “Súper-Massa”
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Ojalá que el desembarco de Sergio Massa, como decía mi “Nona” sea para bien. Pero ¿por qué no pensar que será más de lo mismo?
En principio, tiene, como Alberto, la palabra devaluada.
Su nivel de rechazo es uno de los más altos, junto con los de Cristina, Máximo Kirchner, Alberto, Kiciloff y Daniel Scioli.
Por otra parte, nada indica que la enorme desconfianza que le tienen Alberto y Cristina se haya disipado.
Es más: si uno recurre al pensamiento vivo, de las hiper viralizadas escuchas legales, va a descubrir como Cristina le baja línea a Parrilli para que le aplique a Massa un carpetazo de marca mayor.
Tan dañino el carpetazo que ni siquiera duda en involucrar, en estos audios, a su marido, quien para entonces había fallecido.
¿Qué habrá querido decir con los partidos y los asados de los viernes a la noche? ¿Lo habrá querido embadurnar a Massa también con la sospecha de los bolsos con dinero que dicen que Ricardo Jaime llevaba todos los viernes a veces a la casa Rosada o la quinta de Olivos?
De nuevo: ojalá que su incorporación sirva para mejorarnos la vida a los argentinos.
¿Pero cómo se podrá sacar Massa de encima su asociación con un panqueque, que mostró en su momento la nube de palabras de Giaccobe?
¿Cómo va a sacudirse el apodo de “ventajita” que le puso Mauricio Macri después de que viajaron juntos a la primera reunión de Davos y parecían llevarse como dos viejos amigos de toda la vida?
Si lo analizamos fríamente, las posibilidades de éxito de Massa son bajísimas. Y ni siquiera Javier Milei, que no suele atacar a Massa, como lo ataca a Horacio Rodríguez Larreta, auguró un futuro inmediato venturoso.
Ahora vayamos al corazón del asunto.
Y supongamos, por un momento, que tanto Alberto como Cristina están chochos con esta decisión.
Que le entregan la lapicera, la tinta, el sello, la firma digital, y el poder para hacer prácticamente lo que quiera.
Que al exintendente de Tigre le sale todo bien, de entrada.
Que sus empresarios amigos y el círculo rojo operan para ayudarlo a enderezar el timón del barco, o el comando del avión que se está desplomando, en caída libre.
Que los mercados lo aplauden.
Que la súper inflación con recesión y extrema pobreza empieza a transformarse en un principio de estabilidad.
Supongamos entonces, que, como consecuencia directa de todo eso, Massa alcanza, la imagen positiva que en algún momento logró Alberto, al principio de la pandemia.
Que se posiciona como futuro candidato a presidente de esta coalición atada con alambre.
¿Cuánto tiempo creés que va a tardar Cristina en escupirle el asado?
Te doy tres opciones.
1. Un minuto.
2. Un minuto y medio.
3. Ni eso.
Pero antes de todo lo anterior viene la pura realidad, y la tenemos enfrente.
Una inflación que se estima, para julio en más de un 8 por ciento, la más alta, de los últimos 20 años.
Una proyección anual que según Miguel Ángel Broda y otros, apunta al 90 por ciento, por lo menos.
El pan a 400 mangos.
El kilo asado a 1.300.
El sachet de leche más barato a 100 pesos.
La jubilación mínima, al equivalente de 120 dólares.
El salario promedio, debajo de los 500 dólares.
El salario de un gerente general de Vaca muerta a menos de 1.000 dólares.
Pensá que un empleado de Mac Donals gana en los Estados Unidos, 2.500 dólares.
¿Cómo se saldría, entonces de esta trampa?
Según la opinión generalizada de casi todos los economistas con:
A) Una devaluación.
B) Un ajustazo
C) Una híper que genere tanto pánico como la Menem antes de asumir Domingo Cavallo, el padre de la convertibilidad.
D) Un hecho político disruptivo, que obligue a toda la dirigencia política a barajar y dar de nuevo.
Todo lo demás es fulbito para la tribuna:
El chiste del dólar soja.
El nuevo ajuste para el dólar turista.
La renuncia del secretario de Asuntos Estratégicos, Gustavo Béliz.
La renuncia de palabra de Batakis y el rechazo del presidente para que siga en el gobierno.
La permanencia o no permanencia en el cargo de Daniel Scioli.
La continuidad o la salida del presidente del Banco Central, Miguel Pesce.
El silencio cómplice, generoso o condescendiente de Cristina.
Y conste que todavía no incorporamos en esta introducción ni a las próximas jugadas extorsivas de Grabois ni a la reacción de Cristina, cuando dentro de unos días tenga que escuchar el alegato del fiscal, acusándola de corrupta.