Javier Milei tiene una adicción evidente y una obsesión bien marcada. Es un adicto al trabajo, de manual. Él mismo lo reconoce. Y está obsesionado, muy obsesionado, con bajar la inflación. De hecho, no le presta atención a casi nada más. Por eso dedica casi todo su tiempo a eso. Fines de semana y feriados, inclusive. Por eso apuesta todo lo que tiene a que, como anticipó el ministro del Interior, Guillermo Francos, en CNN, en el término de un año, la economía “empiece a volar”.
Milei quiere pulverizar el viejo orden, sin detenerse demasiado en las formas. Y mientras lo hace, trabaja para que los argentinos identifiquen quiénes están del lado del “bien” y quiénes, del lado “del mal”.
Por ejemplo, esta semana, del lado del mal, quedó alguien que venía zafando por poquito: Martín Lousteau. En una entrevista con LN+, el Presidente le dedica un tiempo considerable.
A Milei no le importa tanto que le rindan pleitesía, sino que la mayoría de los argentinos comprendan porqué hace lo que hace. Hasta ahora, tan mal no le está yendo.
Una encuesta de Poliarquía con información reservada y que todavía no se hizo pública, demuestra que el Presidente conserva altos niveles de aprobación “a pesar de la severidad del ajuste, la caída de la actividad y la conflictividad política”.
Las conclusiones de Poliarquía están llenas de buenas noticias para el Gobierno. Algunas de las más importantes son: primero que en marzo, la “aprobación presidencial” alcanzó un nivel de aprobación del 58%, dos puntos por encima de lo que cosechaba en febrero. Y segundo que el Gobierno mantiene altos niveles de confianza y crédito abierto. El 55% cree que el Gobierno sabe como manejar los problemas, pero necesita tiempo para poder realizarlo.
Quien mejor explicó esta idea fue el senador Luis Juez, el viernes pasado, cuando pidió tiempo para la nueva administración, y denunció una actitud destituyente del peronismo, porque no se banca estar fuera del poder.
El trabajo de Poliarquía contiene otro dato clave: la presunción de que la economía del país estará mejor en un año pasó del 45 al 49%, el nivel más alto desde 2017.
En tanto, la imagen personal de Milei se mantiene estable, con el 49% de aprobación. Apenas un escalón más alto que el 45% que poseen tanto Patricia Bullrich como Victoria Villarruel.
Milei es un adicto al trabajo y un talibán del equilibrio fiscal, pero no come vidrio. Por eso, la embestida de sus escuderos contra la vicepresidente, se detuvo en seco apenas horas después del inicio. Fue cuando comprobaron que la nueva grieta iba a terminar desangrando a La Libertad Avanza.
Villarruel jugó sus cartas de manera correcta, con un mensaje multipropósito dirigido a los caranchos que quieren sacar partido de las diferencias y también los defensores más radicales del presidente. Antes de subirlo, los consultó con Milei.
¿Se dará cuenta también el Presidente que la agresividad de sus argumentos para eliminar los gastos superfluos y el uso de su cuenta de X para embestir contra quiénes “no la ven” podría estar alcanzando su límite?
Santiago Caputo, su asesor más influyente junto a su hermana Karina Milei, considera que la biblioteca está dividida en dos. Por un lado, podría ser que el dramatismo del jefe de Estado esté incubando un principio de rechazo entre quiénes lo terminaron votando para evitar que volvieran Sergio Massa junto a lo peor del kirchnerismo.
Un ejemplo típico sería el de Mirtha Legrand, quien el sábado se pronunció contra el eventual cierre del cine Gaumont y la hipotética eliminación del Incaa.
Pero Santiago Caputo también cree que, del otro lado, se encolumnan la mayoría de los argentinos que ya entendieron que organizaciones como el Incaa, Télam y el Inadi fueron usadas como un conchabo para financiar la política partidaria con nuestros impuestos.
En el medio habita una verdad incómoda: ni el Gaumont ni el Incaa van a cerrar, pero tampoco van seguir funcionando como un reducto de la militancia supuestamente progre.
El sistema político tiene un problema todavía más serio. Para empezar, atrasa unos cuántos años. No termina de comprender el modo de hacer política del oficialismo ni por qué ganó Milei.
Para seguir, los protagonistas parecen habitantes de la Torre de Babel, donde cada uno habla en un idioma distinto, e inentendible. Los cordobeses, en cordobés. Los chubutenses, en chubutense. Los porteños de la ciudad de Buenos Aires, en porteño egocéntrico. Los radicales de Yrigoyen, de un modo. Los de Alem, del otro. Y los expertos en técnica legislativa, en otro idioma muy particular, inentendible para el resto de los mortales.
En todo caso, los que dicen que quieren ayudar, deberían procesar que: Milei no está dispuesto a negociar ni la restitución del impuesto a los altos ingresos ni la fórmula de indexación para los haberes de los jubilados. No va a dejar de usar las redes sociales, porque las considera una parte constitutiva del proyecto que lo llevó a la presidencia de la Nación.
Se anticipará a un eventual nuevo rechazo del DNU en la Cámara de Diputados. Para eso tiene a equipos trabajando en dividir los 366 artículos originales del DNU en siete partes, para enviarlos en distintos momentos, y “volver locos” a quienes le quieren poner palos en la rueda.
Pero, ¿en qué Milei estaría dispuesto a cambiar? En dedicar parte su tiempo a escuchar, en persona, y por separado, a gobernadores y figuras de la política con las que todavía no tuvo un mano a mano. Incluso a quienes, en algún momento, atacó fuerte, y de modo personal.
También estaría dispuesto a allanar el camino para que Mauricio Macri, una vez confirmado como presidente de Pro, empiece a integrar a sus hombres en áreas sensibles del gobierno.
Sin embargo, la “rosca política” es otro de los temas que lo aburren. Prefiere leer encuestas. Hace bien. Porque, por un lado, el estudio le ofrece números para festejar, y por el otro, advierte que el 52% de los argentinos creen que el Gobierno tiene que seguir subsidiando el pago de las tarifas de la luz, el agua y el gas, porque pagar el abono completo les resultaría insoportable.
La respuesta que ofrece el Presidente ante semejante encrucijada no es la lógica, ni la esperada.