El periodista de LN+ reflexionó en su columna sobre las declaraciones de Gabriela Cerruti acerca de Gran Hermano y como esto afecta al presidente Alberto Fernández
- 7 minutos de lectura'
Detrás de la desopilante polémica desatada por la respuesta airada de la portavoz Gabriela Cerruti al señor Alfa-una de las atracciones de Gran Hermano- se esconde una nueva y escandalosa grieta K.
Estaba asordinada, pero acaba de estallar.
La grieta de los “honestos” versus “los corruptos”.
Para que se entienda bien.
La auto percepción de Alberto sobre su honestidad, versus la fama de corrupta de Cristina, multi procesada en tres graves causas de corrupción:
- La de Vialidad, por la que podría ser condenada como jefa de una banda criminal que le robó miles de millones de dólares al Estado.
- Hotesur y Los Sauces, que se podría reabrir en el mes de noviembre.
- Y los cuadernos de las coimas, donde aparece imputada por varios hechos, ya que el chofer Oscar Centeno confesó, en sede judicial, que llevó bolsos con dinero al edificio de Juncal y Uruguay, la Casa Rosada y la Quinta de Olivos.
Y aunque a primera vista el argumento parezca tirado de los pelos, ese es el pecado original que hizo fracasar la fórmula presidencial contra natura que ganó las elecciones en diciembre de 2019.
El motivo por el que Cristina, a pesar de ungirlo como presidente, nunca lo dejó de esmerilar, desde el minuto cero.
Es que, desde el primer día, ella se dio cuenta, y no se equivocó, que Alberto no iba a dar la vida por lograr la nulidad de las causas ni sacarle a los fiscales y a los jueces de encima.
Y el motivo parecía bastante claro: el jefe de Estado nunca creyó, de verdad, en la inocencia de la vice.
Ahora se puede entender el origen del profundo resentimiento de Cristina contra Alberto.
Ahora se puede comprender la naturaleza de su indignación por la renuncia de Fernández a la jefatura de gabinete, en julio de 2008.
Ella no estaba furiosa porque él la hubiera abandonado.
Ella estaba indignada porque lo hizo, diciendo por lo bajo, que no podía aguantar más la corrupción imperante de Ricardo Jaime, Julio De Vido y compañía.
Por eso, varios años después, Cristina siguió atragantada con el asunto. Y decidió pagarle con la misma moneda.
Es que a Néstor, pero todavía más a Cristina, siempre le dieron náuseas la superioridad moral que parecía mostrar Alberto sobre ellos.
Algo directamente proporcional al desprecio que sentían por el Grupo Clarín.
De hecho, ella todavía cree que Alberto y Clarín se protegen mutuamente.
Y que por eso el presidente no tiene, en Comodoro Py, ninguna causa de corrupción.
Pero parece que a la vice le volvieron a dar náuseas el viernes pasado, cuando Alberto, esgrimió, una vez más, como ventaja diferencial del kirchnerismo, su presunta honestidad, en el coloquio de Idea.
Y fíjate como se van encadenando los sucesos.
Porque la sospecha puesta sobre la mesa por Matías Kulfas sobre los chicos de la Cámpora en la contratación de material indispensable para el gasoducto de Vaca Muerta, fue lo que detonó, no solo la renuncia del entonces ministro de Desarrollo e Industria, sino un nuevo embate personal, íntimo, de Cristina contra Alberto.
Una alusión el uso indebido del chat y del teléfono, solo para dejar en claro que ella era mejor que él. Y que no tenía nada que ocultar.
Y fue en el momento en que Cristina gritaba esa barbaridad cuando Martín Guzmán decidió renunciar por Twitter, desencadenando así una crisis que se comió a su reemplazante en menos de un mes, llevó el dólar paralelo a casi 390 pesos, y mantiene a la Argentina en vilo, viajando hacia una inflación anual del 100 por ciento, y con los cables de la bomba pelados y entreverados, siempre a punto de explotar.
¿Se metió Cerruti en semejante berenjenal por decisión propia, o recibió una orden del jefe de Estado para que lo hiciera?
Porque parecería extraño que Alberto no compartiera su decisión, ya que al mismo tiempo instruyó a su abogado, al impresentable de Gregorio Dalbón, a pedirle al tal Alfa que se retracte de inmediato, bajo amenaza de iniciar acciones legales.
Sea como fuera, a Cerrutti y al presidente les salió el tiro por la culata.
Porque se tuvieron que bancar no solo unas cuantas clases magistrales exprés de comunicación política, sino que dirigentes como Diego Santilli y María Eugenia Vidal, que suelen evitar las alusiones personales, en sendas respuestas, pusieran sobre el tapete el Olivos gate, la fiestita de cumpleaños durante la pandemia que millones de argentinos difícilmente le vayan a perdonar.
Y como si esto fuera poco, la portavoz se tuvo que aguantar el fuego amigo del pensador contemporáneo Diego Brancatelli. Sí. El mismo que tuvo que cerrar el supermercadito que tenía cuando se dio cuenta de que le convenía más cobrar un sueldo del Estado que sacar de la suya para pagarle a sus empleados.
Como sea, Cristina no solo desprecia la honestidad declamatoria de Alberto, sino también la de colaboradores y excolaboradores como Gustavo Béliz, Marcela Losardo, Vilma Ibarra, Julio Vitobello, Juan Pablo Cafiero y María Eugenia Bielsa, la exministra que se atrevió a decir la verdad frente a decenas de compañeros peronistas.
Las vice considera que con su conducta y sus actitudes le hicieron al kirchnerismo tanto daño como Sergio Massa, cuando, para ganar votos, habló de barrer a los ñoquis de La Cámpora. E incluso de meterlos presos.
Por supuesto, al ex superministro de Economía y esforzado plomero del Titanic le conviene que se hable más de Alberto y de Gran Hermano que de su impotencia para hacer efectivos los anuncios como el de Precios Justos o el quite de los subsidios a las tarifas de luz.
Lo beneficia más que se discuta bajo cuerda algunos puntos de conflicto con el presupuesto, porque el debate público puede hacer más visible sus diferencias con Cristina y Máximo Kirchner, y los negocios políticos que se pueden estar cocinando, en las comisiones y sus alrededores.
Y a los chicos grandes de La Cámpora también les conviene el ruido.
Porque ellos están del lado de los percibidos como corruptos.
De los que piden la cabeza de ministros, pero siguen aferrados a las cajas de las empresas públicas.
De los que rechazan las investigaciones sobre corrupción porque creen que eso es una desviación ideológica de la derecha, a la que denominan “honestismo”.
Del lado de quienes garantizan que Alberto le gire a Kicillof, desde principio de año, fondos discrecionales, para la provincia, de más de 1.500 millones de dólares.
Mientras tanto, además de arruinarnos la vida todos los días, un poquito más, juegan el juego perverso de:
- oponerse a un acuerdo con el Fondo mientras Massa viaja a Washington a corroborar el ajuste.
- abrazarse a Pablo “El Salvaje” Moyano para aparentar que están del lado de los trabajadores, mientras siguen usando custodia y viajando con chofer, de manera solapada.
- Agitar la idea que detrás del atentado contra Cristina, además de la banda de los copitos, están la familia Caputo, y hasta Patricia Bulrich y Javier Milei.
- Pegarse al posible triunfo de Lula el próximo domingo 30 de octubre, para generar la falsa sensación de que Cristina, aunque la condenen, puede volver a ser presidente de la Argentina que tanto ayuda a descuajeringar.
No les queda mucho más para hacer.
Ya que están perdiendo, todos los días, parte de su base electoral, conseguida a base de subsidios y empleo público, a manos de la izquierda, de Javier Milei y de las juventudes de Juntos por el Cambio, porque parecen más rebeldes y más contestatarias.
Mucho más rebeldes que estos cuarentones aferrados a la burocracia que contratan a pibitos para armar videos presuntamente ingeniosos y alimentar la furia de su secta.