En LN+, el periodista analizó lo que dejó la semana en materia informativa y se posó en la figura de la vicepresidenta, a quien acusó de estar “por encima de todos y de todo”
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Como casi todos los viernes, usamos series, películas o títulos de fantasía para abordar el drama de la Odisea Argentina. Luego de la infeliz amenaza con lenguaje mafioso del Presidente al fiscal Luciani, estuvimos tentados a aludir a la saga de El Padrino, y la historia de la familia Corleone, pero después lo pensamos mejor y preferimos... El mundo imaginario de Cristina.
En el mundo imaginario de Cristina, ella está por encima de todos y de todo. Ella es un ser extraordinario, al que hay que tenerle miedo.
En el mundo imaginario de Cristina, ella no responde las preguntas de los jueces, porque de todos modos, la historia, la absolverá.
En su mundo de ficción, José López, el de los bolsos, no fue secretario de Obras y Servicios Públicos, desde 2003 hasta 2015. Tampoco recibió órdenes directas de ella y de Máximo Kirchner, para pagarle antes a su socio, Lázaro Báez. En su delirio, López era amigo íntimo de Nicolás Caputo, el hermano de la vida de Mauricio Macri.
En su planeta de fantasía, la reina, perdón, la presidenta de la Argentina, juraba que la pobreza eran tan baja, tan insignificante, que se podía usar como caso de éxito, incluso, en la sede de la Oficina y Agricultura de las Naciones Unidas, más conocida como FAO. Nadie sabe de dónde sacó semejante dato, pero ella la estimó en menos del 5 por ciento. Y a la indigencia, en 1.27 por ciento.
Fue tan escandalosa la divulgación de semejante cifra, que la jefa necesitó que saliera a redoblar la apuesta, su escudero más altisonante -el mismo que acababa de ensuciar a Nisman después de muerto, su lenguaraz preferido-. Entonces Aníbal Fernández salió a proclamar que en Argentina había menos pobreza que en Alemania.
Fue en junio de 2015. ¿Te acordás?
Hacía casi una década que venían manipulando las estadísticas oficiales. Más de 10 años de prohibición estricta de reconocer que la inflación era escandalosa. Tanto, que, en 2013, a un ministro de Economía, en vez de recordarlo por su apellido, lo recuerdan por la expresión “me quiero ir”, en referencia al desesperado pedido realizado a su responsable de prensa, en medio de una entrevista de un medio extranjero.
Porque a Cristina no se la contradice.
Ni siquiera se la mira a los ojos, como dicen que pedía Carlos Zannini. Más bien, cuando levanta la cabeza hay que bajar la vista. ¿Entendés?
Y si Cristina dice que durante su gobierno no hubo inflación y la pobreza era insignificante, es así y “sanseacanbó”.
Y si no es así, para que no se enoje, mejor, a la pobreza, no se la mide. Y si el resto del planeta tiene la mala costumbre de hacerlo, se usa, para justificar la decisión, un argumento bien nacional y popular: que medir la pobreza es estigmatizante.
Igual, Cristina será muy nac and pop y podrá haber dicho que se siente una b……pero muy b…..no parece ¿no?.
Porque una cosa es defender a los pobres y otra ir de vacaciones donde van los pobres.
Porque entre San Clemente del Tuyú y Nueva York hay 8.745 kilómetros de diferencia. O de distancia. Y un poco más, entre Río Gallegos y Disney “Wall”. Exactamente 8.972 kilómetros.
¡Que contradicción! ¿no?
Se ve que todavía el kirchnerismo no había sacado de la galera el asuntito de la colisión del derecho de viajar al exterior con el de dar trabajo a los argentinos, esgrimido por Silvina Batakis, la ministra de Economía que menos tiempo duró en el cargo. Fue hace un ratito, nada más.
La vice ni se imaginaba que Martín Guzmán le iba a renunciar en your face, mientras ella seguía colocándose por encima del bien y del mal. Proclamándose como el único ser de la tierra que podía mostrar su iPhone 13, al mismo tiempo que carpeteaba al Presidente, sugiriendo que chateaba de manera inconveniente.
Después de su alegato a la bartola de 90 minutos del martes pasado ya lo sabemos: en el mundo imaginario y caprichoso de Cristina vos sos mejor si no usás WhatsApp, pero recurrís a Telegram.
En su megalomanía, la tenés que glorificar si, después de que el mundo vio a “sufun” (su funcionario) revolear un bolso con nueve palos verdes, ella, al final, reconoce, dignísima, que el chorro estaba cometiendo un delito.
En el planeta conspiranoico de Cristina un barrabrava es parte de la fiesta de todos, pero jugar al fútbol masculino y compartir un vestuario puede ser sinónimo de corrupción o una asociación ilícita para condenarla. Corrupción, en la quinta de Olivos, los viernes, con Néstor y Ricardo Jaime.
La sentencia escrita, en el vestuario de la canchita de Los Abrojos, donde a veces iba a jugar el Liverpool, el equipo de Luciani y otros. En el oscuro mundo de Cristina, usar un obituario para ensuciar al fiscal que pide su condena es legítimo.
Y concluir que el juez Rodrigo Giménez Uriburu la va a condenar porque su padre fue funcionario de dos dictaduras es una evidencia irrefutable. Pero cuidadito. Porque a sus hijos no se los puede ni mencionar, aunque ella los haya involucrado en sus presuntos negociados.
En Cristinilandia, la fortuna de Ah, pero Macri es toda producto de la corrupción, mientras ella hace silencio sobre su jubilación de privilegio de casi 4 millones 200 mil pesos y, a sus hoteles y sus propiedades, las adquirió, obviamente, porque durante años ha sido una abogada exitosa.
En sus sueños, Cristina es una mezcla de Evita y de Perón, hubiera sido la amante del general Belgrano y, en otra vida, habrá, sido, o será, una importante arquitecta egipcia.
Pero en la vida real le entregó el 85 por ciento de la obra pública de Santa Cruz a Lázaro, es la presunta jefa de una banda que se quedó con más de 2000 millones de dólares y que no terminó la mayoría de las rutas que se le encargó, por la vía de licitaciones truchas.