¿Qué hubiera pasado si los incidentes de anoche hubiesen terminado con uno o varios muertos? ¿A quién o a quiénes habría que responsabilizar?
El expresidente Macri fue el primero que se atrevió a decirlo. “La responsable de este desborde y alteración de la paz social es Cristina Kirchner”.
Es más: ¿Quién puede asegurar que, con varios muertos en la calle, gran parte de la Argentina no se convierta, entonces, en un infierno de violencia y sangre?
Estas preguntas no solo fueron planteadas en el chat abierto de la mesa nacional de Juntos por el Cambio. También las pusieron sobre la mesa altos funcionarios del gobierno nacional, gobernadores y los intendentes que no se sienten representados por La Cámpora o por Cristina. Creen que ella no está en su “sano juicio político”.
Ayer, Rodríguez Larreta explicó, demasiado tarde, algo que debería ser obvio: la policía de la Ciudad puso vallas alrededor de la casa de Cristina, porque una cosa es un día de manifestación; otra, muy distinta, es la ocupación continua del espacio público. Desde el martes pasado hasta el sábado, incluido. Con parrillas en la calle, batucadas, y la amenaza de un acampe interminable.
Por eso Cristina, cerca de las 22:30, jugó de nuevo a presentarse como una mezcla de Evita y de Perón, y le pidió a la militancia, (la rentada y la convencida) que vuelvan a sus casas, de manera pacífica.
Así, la vice terminó coronando la peor semana de su vida política:
- El lunes el fiscal Luciani pidió para ella una condena de 12 años de prisión e inhabilitación perpetua para ocupar cargos públicos. Fue una bomba de precisión, de alto impacto, contra su relato y su inmenso ego.
- El martes, apareció Cristina, desencajada, fuera de sí, haciendo la peor defensa política y jurídica de su carrera.
¿Notaron le debilidad e incoherencia de su posición? Porque no solo no pudo responder ni una sola de las acusaciones de Luciani. Peor todavía:
- Dio a entender que todos los políticos son chorros, y no solo ella.
- Pretendió vincular a José López con el “hermano de la vida” de Macri, Nicolás Caputo”, como si no hubiera sido uno de los funcionarios más importantes de su gobierno.
- Y en el revoleo, por querer ensuciar, una vez más, al presidente, metió a su propio esposo, ya fallecido, en el barro de la corrupción.
- El miércoles Alberto concedió un reportaje a TN. Fue para mejorar la impresión que le había causado a Cristina su tibio mensaje de apoyo. El resultado no pudo ser peor: fue denunciado por amenaza mafiosa y decisión. Todo el bloque de diputados de Juntos por el Cambio le pidió el juicio político, con excepción de Facundo Manes.
- El jueves, Hebe de Bonafini, quien había estado con Cristina minutos antes de su alegato trucho, le pidió a Alberto que no hable más.
- Y ese mismo día, desde Voces, nos preguntamos hasta donde serían capaces de llegar, para sostener su impunidad, y retener el poder.
En las últimas horas obtuvimos la respuesta. Ella no tiene límites. Como un animal herido, decidió ubicarse por afuera del sistema. No por fuera del sistema de poder, de las cajas y el dinero. Fuera del sistema democrático. De la división de poderes. De la República. Al borde del delito de sedición. Y no le importa nada. Ni lo que les pueda pasar a quienes dicen dar la vida por ella. Ni a los agentes de la policía de la Ciudad que ayer tuvo que lamentar cinco heridos. Ni la inflación, ni el dólar a 300. Ni quedar en la historia como la vicepresidenta del peor gobierno de la historia cuya reacción produjo varias muertes.
No le importa tragarse el sapo del ajuste de Massa. Con tarifazo incluido. Con un recorte de gastos que podría llegar hasta los 350 mil millones de pesos, según el nuevo funcionario manos de tijera, Gabriel Rubistein, el viceministro que subió el tuit de Cristina, con una pala, desenterrando dinero y el siguiente diálogo.
- ¿Dedicándose a la jardinería, jefa?
- No. Consultando el saldo.
- El viernes, los vecinos de Cristina se quejaron de varias anomalías. Desde el hecho de que algunos militantes hacían sus necesidades en las calles, hasta la interrupción del libre tránsito para entrar y salir de sus casas. Desde la imposibilidad de vender de los comerciantes hasta la prepotencia de algunos militantes para pedir agua caliente para el mate. El mismo viernes habló Máximo Kirchner en una sede de la UOM en Avellaneda, y le tiró un poquito más de nafta al fuego.
A esa altura, el ministerio de Seguridad de la Ciudad entendió que el juego de Cristina y sus seguidores ya se estaba poniendo demasiado espeso. ¿Por qué? Detectaron que las organizaciones de turnaban, para mantener “viva” la vigilia; que empezaban a traer fuegos artificiales y batucadas; que estaban a punto de montar, sobre la calle Juncal, un acampe y una feria.
- El sábado a la madrugada la policía de la Ciudad instaló las vallas. Y a partir de ese momento, decenas de funcionarios públicos que, además son dirigentes de La Cámpora, junto a otras organizaciones, no dejaron de hostigar a las fuerzas de seguridad, esgrimiendo el falso argumento de que estaban sitiando a Cristina.
La lista es larga y entristece. El gobernador de la provincia, Axel Kicillof; el secretario de Derechos Humanos, Horacio Pietragalla; el senador nacional Mariano Recalde; la portavoz del presidente, Gabriela Cerruti; Juan Grabois, flamante empujador de camiones hidrantes; el ministro del Interior, Eduardo De Pedro, fue uno de los pocos que pudo subir para conversar con Cristina; el exembajador de Israel con pedido de ocho años de prisión por corrupción, Sergio Urribarri.
Pero la explicación más estrambótica le dio Kicillof, que gobierna la provincia como si estuviera participando de una asamblea universitaria.
Mientras la policía resistía, los revolucionarios de café del Frente de Todos presentaron cuatro denuncias. Una de Paula Penaca, diputada nacional; otra de Claudia Neira, legisladora de la Ciudad; una tercera de Grabois; y una cuarta de Pietragala.
A las 18:30, con la llegada de Kicillof, los manifestantes tiraron las vallas.
A las 20 la jueza federal Susana Parada tomo la denuncia de Pietragalla y los convocó a dialogar.
Mas o menos a la misma hora, Máximo intentó pasar, junto con una decena de dirigentes, su guardia pretoriana, aduciendo que quería ver a su madre. No pudo. La policía de la Ciudad se lo impidió. Y uno de ellos se lo dejó bien clarito: “La concha de tu madre, vas a pasar”.
A partir de ese instante, para la reconstrucción de los hechos, hay que aportar los detalles más jugosos. Y las deducciones correspondientes. Hay quienes piensan que Cristina se asustó. Entendió que si no lo dejaban pasar a su hijo, la policía de la Ciudad estaba dispuesta a todo. Entonces instruyó a al viceministro de Justicia, a Juan Martín Mena, para que negociara con el gobierno de la Ciudad. Se encontraron, en las oficinas del ministerio de Seguridad de la Nación, en Gelly Obes, Mena, Aníbal Fernández, Wado de Pedro, D’Alessandro, y el ministro de gobierno, Jorge Macri. Acordaron que la policía se reagruparía, y mientras tanto la militancia se retiraría, para luego levantar las vallas y mantener la normalidad.
Para el Frente de Todos, se trató de un gran triunfo. Para Patricia Bulrich, la policía de la Ciudad no debió ceder. Para el gobierno de la Ciudad, la salida fue muy positiva. Porque se tuvieron que ir. Y porque, dicen, llegaron a un compromiso de acompañar a Cristina sin cortar las calles, ni armas ferias, ni batucadas ni acampes.
Nadie puede asegurar que hoy, dentro de cinco minutos, mañana o pasado, todo este desastre no vuelva a suceder. Pero tampoco son muy buenas las noticias para Cristina. El juicio oral y público por el que los fiscales le consideran una banda criminal que se apropió de más de 2 mil millones de dólares del Estado, va a continuar, tal como estaba previsto, a pesar de las presiones y las amenazas a los fiscales y los jueces.