El pacto millonario de Qatar que se perdió la Argentina; crece la insatisfacción con la política; los límites para un hipotético acuerdo entre Macri y Cristina
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Entre el miércoles y el viernes de la semana pasada se celebró en la ciudad de México una reunión muy interesante de líderes regionales, encabezada por expresidentes que integran una organización llamada Círculo de Montevideo, fundada hace 26 años por Julio María Sanguinetti, el exmandatario de Uruguay.
Junto a Sanguinetti, estuvieron el español Felipe González, el chileno Ricardo Lagos, el dominicano Leonel Fernández Reyna y el extitular del BID -banco que ahora es noticia por el recambio en sus autoridades-, Enrique Iglesias. Además, participaron del encuentro intelectuales, diplomáticos, profesores ligados a la Ciencia Política, y se trazó un panorama de la situación mundial y regional, que Sanguinetti definió en dos variables: una gran incertidumbre por la dinámica internacional, por la innovación y el cambio tecnológico. Ese vértigo convive con dos fenómenos anacrónicos: la peste, que es un regreso al pasado, y la guerra lanzada por Rusia contra Ucrania, que Sanguinetti definió como “napoleónica”, es decir, de expansión territorial, de naciones, de lucha por la frontera, algo que parecía no existir más. Recordó que, en 1870, Karl Marx anunció que no iba a haber más guerras por el estado al que había llegado el capitalismo, una situación que requería, para funcionar, la paz.
En el centro del problema aparece la inflación en sociedades que se olvidaron hace décadas de ella y que ahora ven el deterioro del salario, sobre todo en Europa. Y aparece la gran incógnita energética, que está ligada a estas subas de precios. Familias acomodadas, que no pasan ninguna necesidad, por ejemplo, en España, están rehabilitando las viejas chimeneas para calentarse en este invierno con leña. Va a ser un invierno muy crudo que ya empezó a sentirse desde el fin de semana en Madrid.
Una noticia que apareció en los medios internacionales señala que se está jugando el Mundial en Qatar. Sin embargo, las autoridades qataríes, además de la pelota, miran las ventajas que aparecen en este nuevo escenario. Y acaban de lograr un acuerdo de 27 años con China para venderle gas licuado. Es una noticia china: la contratación corrió por cuenta de la empresa Sinopec, que es socia en la Argentina de British Petroleum y de Bridas, de la familia Bulgheroni. ¿Qué quiere decir? Que los chinos están mirando que la transición hacia otras fuentes de energía se ha demorado, y va a ser mucho más lenta de lo que se suponía. Quieren aprovisionarse de gas y, mientras se disputan los partidos, firmaron un contrato colosal para asegurarse ese insumo por casi tres décadas.
Si nosotros tuviéramos un gasoducto, o dos, una planta de licuefacción, un puerto, y una institucionalidad más estable, podríamos hacer un negocio parecido, considerando lo que posee el país, de manera potencial, en Vaca Muerta.
Sobre aquella incertidumbre, Felipe González dijo en México que plantea una crisis de liderazgos. ¿Cuál es la función de un líder?, se preguntó. Ser un proveedor de certidumbre para el resto. Pero, ¿Cómo se puede proveer si la única certidumbre vigente es la incertidumbre? Acá está el problema de la sociedad que mira a sus líderes y espera algo que ellos no proveen. Por el momento no los entiende. Ese es el desacople entre la ciudadanía, el pueblo y la política. No es un tema sólo de la Argentina. Aquí uno mira al Gobierno, a Alberto Fernández y muchas veces hay cosas que no entiende. No lo comprenden ni siquiera los propios. Mucho menos lo entienden los que no son propios. Pero no es un problema exclusivo de Fernández. Hubo una discusión muy técnica, ligada a un organismo cuyo significado no está a disposición de todo el mundo, el BID, probablemente uno de los bancos de desarrollo más importantes del mundo y el más relevante de la región. Se discutía la presidencia después de la remoción de su expresidente, el norteamericano Mauricio Claver-Carone, por problemas de conducta.
Había que elegir al nuevo titular. Finalmente se impuso el brasileño Ilan Goldfajn, muy conocido en la Argentina porque es el encargado del Hemisferio Occidental del Fondo Monetario Internacional y quien negocia con Massa el acuerdo del Fondo con la Argentina.
El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, postuló a una candidata, Alicia Bárcenas, que viene de la CEPAL. Después la retiró y propuso a Gerardo Esquivel, el segundo del Banco Central. No se entiende por qué cambió a su postulante original. Probablemente porque en Estados Unidos, en el Partido Republicano, tildaron a Bárcenas de comunista. Alberto Fernández también propuso a Cecilia Todesca y después la retiró. Hay quienes piensan que lo hizo el día que vio que Sergio Massa, en una de sus habituales picardías, logró que sus lobistas en Estados Unidos, le publiquen un cable en Bloomberg que informaba que había senadores republicanos y representantes demócratas de derecha -amigos del ministro de Economía-, que lo promovían para el BID. El Presidente habrá pensado: Ah, me querés renunciar…”, y la postuló a Todesca. Jorge Argüello, el embajador en Estados Unidos, el propio Massa, y Santiago Cafiero negociaron luego con la Secretaría del Tesoro para conseguir, mediante el retiro de Todesca, una vicepresidencia, una gerencia importante y un instituto ligado a la política de género en el BID. Hizo un buen negocio Fernández, pero quedó enemistado con el presidente de México, al que él tenía, como todos recordamos, como mentor y guía. Probablemente también se agrió la relación con el presidente de Chile, Gabriel Boric, que había postulado para el BID a Nicolás Eyzaguirre, un economista muy prestigioso del país trasandino.
Conclusión: estaba previsto para este jueves un viaje de Fernández a México, que se suspendió. En realidad, se cae sobre todo porque Alberto Fernández y el oficialismo en general tienen una gran preocupación por la salud del Presidente. Es por la hemorragia estomacal que tuvo en el viaje a Bali, donde se desmayó delante del presidente del gobierno español.
Es posible que Fernández deje de viajar por un tiempo y que sus intervenciones internacionales sean virtuales. Va a tener una muy curiosa, organizada para los primeros días de diciembre por uno de los diarios más prestigiosos del mundo, el Financial Times, que realiza un gran panel sobre la situación global. Hay funcionarios de segundo y tercer nivel de distintos países. El único presidente es Alberto Fernández. Es curioso que para hablar de la situación internacional lo haya invitado el Financial Times. Entre los speakers tenemos a Jens Stoltenberg, el secretario general de la OTAN, que obviamente está en contra de Putin. Y al mismo tiempo a Fernández, que días antes de la invasión de Rusia a Ucrania dijo “creo que inclusive tenemos que ver la manera en que la Argentina se convierta, en algún modo, en la puerta de entrada para que Rusia ingrese a América Latina de un modo más decidido”.
Habrá que ver si quien sumó a Fernández a esa lista de oradores tuvo en cuenta esta posición. O si va a haber un debate que ellos no esperaban. Siempre y cuando el Presidente mantenga esta posición que expresó en febrero.
Volvemos al comienzo. Líderes que deberían proveer certidumbre y proveen incertidumbre. Esto se refleja en la percepción general que la gente tiene de la política y en el caso de la Argentina, del Gobierno.
Se acaba de publicar un sondeo independiente que lleva adelante la Universidad de San Andrés. Es la “Encuesta de satisfacción política y opinión pública”, que se realizó entre el 28 de octubre y el 11 de noviembre. Traza un retrato muy interesante de lo que pasa hoy en la Argentina, de las relaciones de poder y de la percepción de la gente respecto del poder.
Primero están los niveles de satisfacción e insatisfacción de la gente con el gobierno de Fernández. En plena cuarentena hay un pico de satisfacción frente a lo que fue su gestión, y luego un derrumbe llamativo, que lo hace bajar, y que lo tiene hoy en un 11% de consideración positiva. Cuando el oficialismo ve este número es obvio que haya una crisis, discusiones e incertidumbre en los dirigentes y en los dirigidos. Cuando uno abre la lente y ya no se mira al gobierno, sino al Estado en general, también ve que la situación es deprimente.
En la encuesta habla de la consideración que la gente tiene respecto de los poderes del Estado. La insatisfacción supera el 80% en todos los casos. El Senado: 55% de los consultados está muy insatisfecho, 25%, algo insatisfecho y solo el 14% está satisfecho. Con el Poder Judicial la misma situación: satisfacción del 14%, insatisfacción del 60%. Igual con el Poder Ejecutivo: 14% de satisfacción, más del 60% de insatisfacción absoluta. También con la Cámara de Diputados.
Este es un cuadro preocupante que nos presenta cuál es la salud de las instituciones frente a la gente. Miremos también qué pasa con la situación de los políticos.
Sobre la aprobación al Presidente sucede lo mismo que en la otra encuesta: decae su aprobación y que crece la insatisfacción hasta llegar al 76%. Cuando uno escucha el discurso de Cristina Kirchner, haciendo un esfuerzo denodado por separarse del Gobierno y subirse a una plataforma crítica, es indudable que tiene en su cabeza estos números.
¿Qué es lo que importa? Ver el saldo de consideraciones positivas y negativas. Todos los políticos dan negativo. No hay nadie que se salve.
Para ir a los políticos más competitivos: Horacio Rodríguez Larreta tiene un saldo es negativo de -8%. Patricia Bullrich de -16%. Javier Milei, que parece ser la estrella, -26%. Poco nivel de conocimiento, pero mucha negatividad.
Mauricio Macri tiene un 33% de diferencial negativo. Sigue estando mal. Un 41% de la gente jamás lo votaría. Así se explica por qué sigue especulando, no da vuelta la carta, no dice “quiero ser candidato”. Está esperando corregir los números. Cristina Fernández de Kirchner también sigue mal, un 61% de la gente jamás la votaría. Acá está el problema de cualquier candidato frente a un régimen de ballotage, cuando se le junta todo en contra por la imagen negativa. Alberto Fernández es la pesadilla del oficialismo del Frente de Todos: 54% de negatividad, es decir si viéramos una disputa imaginaria, una interna entre Cristina y Alberto, según este cuadro gana Cristina.
En este momento es mejor medir la imagen que la intención de voto. Porque no hay campañas, las elecciones son muy lejanas, mucha gente todavía no sabe ni qué se elige. Pero miren lo que es la intención de voto.
Seleccionados los candidatos: Larreta, entre los que lo votarían seguro y los que podrían votarlo, hay 43 puntos. Otro 44% que nunca lo votaría. Daría la impresión que el jefe de Gobierno porteño sigue siendo el más competitivo. Probablemente por eso lo atacan tanto dentro de su propio partido. Bullrich, sigue estando en una situación competitiva. El problema de Massa: 60% que no lo votaría. Cristina Kirchner, 66% y Alberto Fernández, 67%.
La negatividad, más allá de la anécdota de cada uno y de las candidaturas, es el problema de la vida pública en la Argentina.
Felipe González es casi un político argentino. Si uno mira bien su relación con el país descubre una gran proximidad, no solo porque fue una figura muy importante en la que se miraba la Argentina en la restauración democrática del 83, cuando él venía de ganar la elecciones en España en 1982, siete años después de la muerte de Franco. También porque por el prestigio que tiene, o por su capacidad como político. En distintas crisis a Felipe González se lo ha convocado como en una especie de interconsulta médica, para que venga a ver si esto tenía solución o no. Concretamente, en el estallido de la convertibilidad en 2001. Es más, iba a la Casa de Gobierno y veía cómo pasaban los presidentes. Estuvo en el momento en que De la Rúa dejó por última vez la Rosada, que fue al día siguiente al del helicóptero. El mandatario saliente volvió para llevarse unos papeles e irse ya no como protagonista de una salida turbulenta. Felipe González vio después a Ramón Puerta, y luego a Adolfo Rodríguez Saá.
González vino también cuando entró en crisis el gobierno de Macri. Lo trajeron amigos del Pro, para que dictamine si era mejor que fuera el entonces presidente u otro el candidato de Cambiemos en las elecciones de 2019. González opinó que cuando alguien es presidente está condenado a presentarse y es muy difícil sustituirlo. Es un diagnóstico muy interesante para la situación de Alberto Fernández. El español regresó a Buenos Aires hace una semana para una conferencia, invitado por la UIA. Pero además tuvo una cantidad de conversaciones que le inspiraron la posibilidad de hacer un estudio acerca de si la Argentina podría volcarse a lo que él cree que es la solución de todas las democracias en un mundo tan polarizado: lograr cierta centralidad, para fijar objetivos de largo plazo. Él piensa que, tal vez, esto no tiene que venir de las figuras principales hacia abajo, sino de abajo hacia arriba. De los sindicatos, gobernadores o empresarios, que lleven a la política la posibilidad de un acuerdo. Esta idea es toda una tesis respecto de los grados de consenso y conflicto que debe haber en la política.
La propuesta hace juego con una iniciativa que nace del radicalismo de la Capital esta semana, y es un documento de convocatoria al diálogo político, haciendo palanca sobre una efeméride. El 19 de noviembre, dos días después del discurso de Cristina Kirchner en La Plata, se conmemoraron los 50 años del mítico abrazo entre Perón y Balbín. ¿Qué dicen estos radicales, que están en diálogo con peronistas? Que debería haber un mínimo acuerdo respecto de dos temas: excluir la violencia política, obviamente en referencia al atentado contra la vicepresidenta, y preservar la calidad institucional.
Cristina Kirchner hizo su movilización en el Estadio Único de La Plata. Si uno mira el razonamiento de la vicepresidenta respecto de la situación institucional es obvio que esa movilización tiene distintos significados y está pensada en distintas dimensiones. Una de ellas es la judicial. Hay una idea central en el pensamiento de Cristina: todo es política. También la Justicia se mueve por motivaciones políticas. Es lo que ella considera el lawfare, por lo que menosprecia muchas pruebas que hay en los expedientes. Todo se reduciría a una disputa de poder: el del liderazgo de aquel que fue votado y el de la Justicia, que no representa necesariamente a una mayoría circunstancial, sino que es una institución concebida en la Constitución como un factor conservador. Es posible que cuando ella moviliza a la gente le está hablando a los tribunales que, dentro de poco, probablemente la condenen.
Está también pensando en la política. Es un error suponer que en una dirigente política como Cristina Kirchner la única preocupación es la judicial. Piensa en disciplinar al peronismo, en producir alguna certidumbre, para decirlo en términos de Felipe González. En qué mensaje tiene que dar ella cuando aparece la intención, nada menos que del Presidente, de constituir un proyecto alternativo. A sus íntimos, Fernández les dice que su destino, hasta que termine su mandato, es constituir una fuerza política contraria a la de Cristina. Es lo que Wado de Pedro llamó en algún momento “el randazzismo sin Randazzo”. Es decir, volvería Fernández a 2017, cuando fue el jefe de campaña del peronismo bonaerense que pretendió enfrentar a Cristina para impedir que se convierta en senadora. Para los que rodearon a Fernández en el viaje de Bali a España, el tema de Cristina y el acto que ella encabezó eran temas tabú. No se habló de eso, no hubo referencia ni conversación a lo que iba a pasar ese día en el Estadio Único de La Plata. De hecho, no escucharon el mensaje porque estaban en vuelo.
Cristina Kirchner en ese acto vuelve a insistir sobre la idea de un acuerdo político que rescate el aspecto básico democrático. Muchos críticos dicen: “Ah, ahora te acordás del acuerdo político, pero cuando tenías el 54% de los votos, ibas por todo”. Con independencia de cuál sea el espíritu de esa convocatoria, debería estar basada en un extraordinario gesto de autoridad política, inclusive de autonomía respecto de la opinión pública.
La encuesta de la UdeSA muestra que el 47% de la gente dice que no está nada de acuerdo con un pacto entre Mauricio Macri y Cristina Kirchner, que es el único pacto posible. La paz la firman los halcones, no la firman las palomas. No puede quedar alguien en una posición extrema, denunciando a los que están pactando, Por eso fue tan interesante que, en los hechos, lo que está registrado, el único actor de la oposición que se acercó a Cristina Kirchner en el último año fue Macri, a través del senador José Torello. De todos los demás, calificados de acuerdistas, ninguno estuvo tan cerca. Ese acuerdo entre Macri y Cristina pareciera estar condenado por la gente. Más del 50% piensa que sería algo negativo, es decir que la contradicción, la polarización, la discordia. está en la sociedad. Solamente el 20% estaría de acuerdo. Y muy de acuerdo un 5%. Este es el estado de la opinión pública respecto de la política.
Cuando los políticos se pelean entre ellos, cuando establecen que la usina de poder es el conflicto y no el acuerdo, ¿lo hacen porque tienen una estrategia propia o están haciendo seguidismo de su propio electorado? Es un perro que se muerde la cola, porque esto también obedece al mensaje de la política.
En ese discurso de La Plata, Cristina Kirchner volvió a insistir en su distanciamiento respecto de la situación económica, con una posición muy incómoda, porque tiene que criticar los resultados de la política económica sin herir a Sergio Massa, que tiene el acuerdo tácito de ella.
En un cuadro de la misma encuesta, vemos la política económica de Massa y el estado de satisfacción e insatisfacción respecto de ella. Más del 60% está insatisfecho, y el 42% muy insatisfecho.
En otro cuadro muy interesante se observa la política fiscal analizada por la Oficina de Presupuesto del Congreso.
Esta entidad se ocupa de hacer el seguimiento de la política fiscal: del gasto, de los ingresos, del déficit y de cómo se va ejecutando el Presupuesto. Es una dependencia de alta calidad técnica y de una gran autonomía política. Funciona bajo la órbita de Cristina Kirchner y de Cecilia Moreau, que es presidenta de la Cámara de Diputados. Este cuadro llevado adelante por la oficina del Congreso muestra la ejecución presupuestaria y la variación año a año del equilibrio fiscal. Se ven los gastos primarios del Gobierno en la etapa de Martín Guzmán, con un 19% de aumento, luego un 12,8% de expansión, 16,8% en marzo; y luego se ve la gestión Massa, que está pagando la fiesta fiscal de su antecesor. Paga el “Plan Platita”. Hay una especie de incongruencia en el juicio del kirchnerismo respecto de la política económica. Porque a Guzmán se lo sacó por hacer un ajuste que no hizo. Y Llegó Massa para acercarse más rápido al lugar donde Guzmán decía que quería llegar, pero no llegaba. En el cuadro se ve el ajuste fiscal de Massa para llegar a la renovación de crédito con el Fondo. que le pide que corrija lo que no hizo Guzmán durante la primera mitad del año.
Si uno mira la historia de la economía argentina en los últimos años y vemos a lo que fue el gobierno de Macri en el año 2019, cuando plenamente se intenta cumplir el acuerdo con el Fondo bajo la administración de Nicolás Dujovne, se ve que hubo una retracción en los gastos de 6,4% real, es decir, en relación con la inflación. Además, un 6,1% de contracción en prestaciones sociales. En subsidios económicos, un 28,9% menos; transferencias a provincias, 13,3% menos; gastos corrientes, 3,2% menos.
Hubo una contracción que nos haría pensar que entre la política de Massa y la política de Dujovne hay bastante parecido. Acá hay un abrazo Perón-Balbín secreto, inconfesable, incomodísimo para el kirchnerismo, porque la pregunta que habría que hacerle a Cristina Kirchner es la que sigue: supongamos que Alberto Fernández se harta y renuncia y ella asume la Presidencia, ¿podría seguir una política económica distinta de la que vimos en los números de Massa? Es una interrogante de gran magnitud. ¿Ella tiene un proyecto distinto para volver a lo que sería el paraíso perdido de su propia administración y la de Néstor? ¿O aquellas presidencias dieron las prestaciones económicas que dieron porque el mundo era otro?
Hay una pregunta aún más importante, que hay que hacerle a Juntos por el Cambio. Supongamos que Mauricio Macri decide ser candidato a presidente, se postula y gana. Con los movimientos sociales enfrente, ¿va a poder hacer un ajuste mucho más severo y riguroso que el de Massa? ¿Podrá representar el cambio -como él dice- de manera mucho más nítida que lo que hoy logra hacer Massa, con Cristina detrás, los sindicatos y los movimientos sociales relativamente disciplinados? La pregunta es: ¿este país admite más ajuste que el que hoy está llevando adelante este Gobierno y que encarna Sergio Massa? Esta no es una pregunta para Cristina Kirchner, sino para los halcones de Juntos por el Cambio.
Detrás de todo esto, la polarización es una espesa capa de marketing que oculta acuerdos inevitables, que son los que exige la realidad. Políticas que no se llevan adelante por vocación sino por necesidad. Ahí está la política fiscal de Macri, ahí está la política fiscal de Massa. Parecen bastante parecidas más allá de la retórica.