Emmanuel Suáres Reynaga fue testigo de la muerte de Alejandro Benítez en un hospital de Cochabamba y dio detalles de lo sucedido tras el deceso: “Le abrieron el pecho con un serrucho y nos obligaron a ver todo”
- 5 minutos de lectura'
Emmanuel Suares Reynaga, amigo de Alejandro Benítez, el argentino que murió en Bolivia luego de que le negaran atención médica en un hospital local por no contar con pesos bolivianos, habló con Eduardo Feinmann en LN+ y dejó un testimonio estremecedor sobre los hechos que rodearon a la muerte de su amigo. El joven aseguró que la policía los obligó a ser testigos de la autopsia de Martínez. “Con un serrucho le abrieron el pecho y nos hicieron ver todo”, reveló.
Benítez, Suáres Reynaga y un grupo de argentinos viajaban en moto por Bolivia cuando el primero, en una ruta que une Santa Cruz de la Sierra con Cochabamba, fue embestido por un camión. A partir de allí comenzó la odisea de los motociclistas para lograr la atención médica para su amigo, ya que en el centro de salud donde lo atendieron exigían el pago por adelantado y en moneda boliviana.
Suáres Reynaga contó en detalle cómo fue la situación luego de que su amigo sufriera el accidente. Señaló que a Benítez lo llevó al hospital de Ivirgarzama, un pueblo ubicado a 226 kilómetros de Cochabamba, una ambulancia que casualmente pasaba por la ruta: “Una persona boliviana hizo que la ambulancia frenara y lo llevase al hospital. Si fuera por el hospital, nunca hubiese llegado, nos dimos cuenta después”.
“Cuando llegamos al hospital detrás de la ambulancia lo primero que hicieron los médicos fue darnos un listado de medicinas que teníamos que comprar para poder atenderlo. No entendíamos por qué nos cobraron de antemano, nuestro amigo estaba agonizando”, señaló el joven, que luego añadió que uno de sus compañeros recorrió todas las farmacias de la localidad para conseguir los medicamentos exigidos por el personal del hospital.
“Una vez que ellos empezaron a tratarlo a Alejandro, después de 30 o 40 minutos, se dieron cuenta de que no lo iban a poder atender más por el estado en que estaba y nos pidieron que paguemos la ambulancia”, dijo luego.
Suares Reynaga contó que le señalaron que fuera a abonar el traslado de Benítez a la caja del hospital. “La cajera me cobraba mil bolivianos. Ahí fue discutir y discutir, porque yo decía que no tenía esa plata, que son como 20.000 pesos argentinos. ‘Yo tengo en el bolsillo como 40.000 pesos argentinos. Te los doy, dame la factura de la ambulancia y después arreglamos’, le decía y ella decía que no, que tus pesos no valen, que no los podía aceptar, que tenía que ser sí o sí peso boliviano”.
“¿Cómo me voy a ir del hospital con mi amigo agonizando?”
Luego, el amigo de Benítez contó que la cajera le sugirió que fuera a cambiar los pesos argentinos a la moneda local: “‘Pero cómo me voy a ir del hospital si mi amigo está agonizando´, le decía”, relató Suáres Reynaga y contó algo más: “Entre la cajera y la sala donde estaba Alejandro solamente nos separaba una ventana con una cortina y se escuchaba todo lo que Alejandro estaba sufriendo”.
El relato continuó con las peripecias que hicieron entonces para conseguir cambiar los pesos argentinos en una pequeña ciudad donde las casas de cambio no aceptaban esa moneda. Tras 40 minutos de intentar en vano hacer esa transacción, Emmanuel regresó al hospital y llegó a ofrecerle su moto a la empleada de la caja del centro de salud. “‘¿Vamos a dejar que mi compañero muera por mil pesos bolivianos? No se trata de un argentino, es una persona que sufre como todos nosotros’, le decía, pero decía que no podía. Ahí fue cuando le dije que le entregaba mi moto”.
“Entonces ella aflojó, que puede ser, dijo, llamó a la ambulancia, que habrá tardado 15 minutos en venir. Hacía como dos horas y media que teníamos a Alejandro agonizando en esa sala”, aseveró Suares Reynaga.
“¿Le tuviste que entregar la moto para que lo suban otra vez a la ambulancia?”, preguntó, azorado, Feinmann.
“Así es. Cuando llegó la ambulancia, Alejandro falleció de un paro respiratorio. Obviamente con mis compañeros nos abrazamos y nos fuimos en lágrimas. Era la impotencia de cómo se podía ver a nuestro amigo muriendo y nadie hacía nada”, dijo.
“Nos sentamos en el piso fuera de la sala y se acercó la misma señorita y nos acercó una factura y nos dijo: ‘Esto es todo lo que tienen que pagar’. Yo la miré con cara de bronca y le digo: ‘Mi amigo se acaba de morir’ y me dijo: ‘Sí, sí, no importa pero para llevarse el cuerpo tiene que pagar todo’”, relató el amigo de Benítez.
“La policía nos obligó a ver la autopsia”
La parte más tenebrosa de la narración de Suáres Reynaga llegó cuando contó que llegaron los agentes de la policía y los obligaron a ser testigos de la autopsia. “Es algo que jamás lo he vivido, creo que una persona común y corriente como nosotros no está acostumbrado a ver eso, y menos si es un amigo tuyo”.
“Perdón, ¿Abrieron el cadáver de tu amigo delante de ustedes como testigos?”, preguntó Feinmann, con incredulidad.
“Así es, nos obligaron. Nos hicieron firmar para ser testigos de lo que estaban haciendo”.
“Era una carnicería”, acotó Feinmann. “Una carnicería”, asintió el joven y contó: Con un serrucho le abrieron el pecho, con un serrucho le abrieron el cráneo, nos hicieron ver todo, las costillas que estaban quebradas, todos los moretones. Todo. Como si fuéramos estudiantes. Todo lo vimos”.
“Y sin decirte que tuvimos que pagar la autopsia. Tuvimos que volver a todas las farmacias a comprar las gasas, las agujas, los hilos para que lo vuelvan a cerrar -aseguró-. Un infierno fue lo que hemos vivido ahí”.
“La bronca de nosotros es que nadie nos va a devolver la vida de nuestro amigo. Plata nadie quiere, lo que queremos y pedimos es justicia y queremos que esto cambie porque a cualquier turista la puede pasar lo mismo en Bolivia y puede sufrir lo que nosotros hemos sufrido ahí”, concluyó Suáres Reynaga. .
LA NACION