En LN+, el periodista analizó el escenario electoral y el escalón que representa las PASO 2023 para mejorar el país
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Yo comprendo que la democracia está enferma. Me doy cuenta que una amplia franja de los argentinos están hartos de que nadie se ocupe de resolverles los problemas graves y concretos que tienen en su vida cotidiana. Eso lo entiendo perfectamente y lo sufro igual que cualquier compatriota. Pero lo que no justifico es el ausentismo a la hora de votar. Porque estoy convencido de que a esta democracia enferma, solo se la cura con más y mejor democracia. Con más y mejores votos. Con más y mejores argentinos comprometidos que se involucren en perfeccionar este sistema que es el menos malo que se conoce.
No ir a votar es mirar para otro lado. Es lavarse las manos y que se arreglen los otros. El tema es que los otros son nuestros padres, nuestros hijos, nuestros vecinos, nuestros semejantes.
Estamos tocando fondo en muchos aspectos como sociedad. También en el tema de la desilusión y del desencanto con un sector de la dirigencia política que está más preocupada por acceder el poder y mantenerlo eternamente para custodiar sus privilegios en lugar de utilizar la política para transformar las injusticias y volver a la movilidad social ascendente. Esto es que nuestros hijos estén mejor que nosotros como nosotros estuvimos mejor que nuestros padres. Comprendo al que tiene bronca y al que baja los brazos y pierde todo tipo de interés en el momento del voto.
Lamento mucho que eso ocurra pero debo decir que ese remedio de no ir a votar es peor que la enfermedad. Porque es una forma de favorecer a los que intoxicaron al sistema con coimas, ineficacia, mala praxis, inmoralidades y una superioridad moral que los hace sentirse por arriba de nosotros, los ciudadanos de a pie y de carne y hueso. Los responsables de haber envenenado las instituciones para ponerlas al servicio de su quintita y de su enriquecimiento se fortalecen a medida que menos gente va a votar. Porque ganan los aparatos, las estructuras que tienen convertidos en clientes a los ciudadanos, aquellos que viven del estado y no producen. Esos van a votar con las dos manos. El ciudadano independiente que trabaja de sol a sol, que paga los impuestos, que quiere que sus hijos no pierdan días de clases o que sueñan con vivir con seguridad en las calles no tiene otro camino que votar y expresar su queja por lo que está padeciendo. Hacer oír su grito en las urnas. El grito sagrado. Demostrar que se siente abandonado por las burocracias estatales y las oligarquías partidarias y sindicales. No hay que dejarles el terreno libre. No hay que retroceder un centímetro en luchar para que la democracia sea plena y ayude a solucionar injusticias y a progresar a los que más esfuerzo y mérito generan. No ir a votar es el triunfo de los corruptos y de los ineptos. De lo que usan la democracia para llenarse los bolsillos. Reconozcamos que tampoco es un esfuerzo tan grande. Son un par de horas el domingo 13 de agosto y después el 22 de octubre. Hay que ir a votar con orgullo y esperanza patriótica. Ir con nuestros hijos o nuestros padres. Ser didácticos y explicarles todo lo que nos costó recuperar la democracia y contarles que pasa en los países en donde no hay democracia: miseria, persecución, presos, torturas, censura y falta de libertad.
Son graves y peligrosos los números del ausentismo. Más de 5.200.000 personas pudieron ir a votar y no lo hicieron en las elecciones que se desarrollaron hasta ahora. Es una fuerza poderosa de casi el 32% del padrón que podrían dar vuelta cualquier elección. La anomia colectiva favorece a lo peor de la sociedad. Los ladrones y los inútiles se envalentonan y van por más si ven a una sociedad entregada, refugiada solamente en su vida íntima.
El voto es obligatorio. Pero sobre todo es un derecho. Ese día, todos somos iguales, todos valemos uno. Debemos firmar un nuevo pacto a 40 años de la vuelta de la democracia y el adiós a las dictaduras y los crímenes políticos.
Tenemos que recuperar la autoestima y construir entre todos el país que nos merecemos. No dejemos en las peores manos esta tarea sagrada. No permitamos que haya cada día más pobres y más crímenes en las calles. No permitamos que nuestros hijos y nietos se vayan del este país que recibió tan generosamente a nuestros abuelos. El voto es el instrumento del cambio. No hay otro camino en democracia. No nos quejemos si no nos quejamos.
Los dirigentes nuevos deben entender que la cercanía cotidiana y no solo en campaña es la manera de hacer política. El territorio de militancia es el barrio, la empresa, la facultad. No alcanza solamente con ir a la tele o escribir algo en Twitter. Los que aspiran a liderar de ahora en más, deben escuchar los problemas y estudiar las soluciones. Salir a la calle. Ir al supermercado. Bajarse de los autos polarizados y de las prebendas. Comprendo que mucha gente no sepa a quien votar. Dicen que son todos lo mismo. Pero eso no es cierto. No es lo mismo el que comete errores que el que comete delitos. No es lo mismo el que se enriquece en el estado metiendo la mano en la lata que el que trabaja con honradez en bien de la comunidad. No es lo mismo el que respeta la división de poderes que los autoritarios que buscan someter a la justicia y a los medios de comunicación.
La única salida no es Ezeiza. La única salida es mayor compromiso y participación para tener mejores dirigentes y una mejor democracia. Y eso se logra con el voto. No solamente con el voto. Pero es el comienzo. No renunciemos a ser artífices de nuestro destino. En este barco vamos todos. Y con el voto se puede expulsar a los delincuentes y a los patoteros. Con el voto solo no alcanza, es cierto. Pero sin el voto, es imposible.