En LN+, el periodista analizó los alegatos del fiscal Luciani y cómo estos alcanzan al hijo de la vicepresidenta; el rol de Lázaro Báez
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El teléfono de José López se convirtió en una caja de Pandora. Al abrirlo, en sus mensajes, salieron todos los males del mundo que confirmaron “la matriz más extraordinaria de corrupción”, como dijo el fiscal Diego Luciani. Hoy planteó que “funcionó un estado paralelo para beneficiar y no controlar a Lázaro que tenía hasta una caja clandestina”.
Hay pruebas demoledoras de algo que todos sabíamos. Que primero Néstor y luego Cristina fueron los jefes de una asociación ilícita que se dedicó a saquear al estado. Pero hubo una novedad de alto impacto que sacó de quicio a la vice presidenta. Y por eso armó esa burda operación con Página/12 para recusar al fiscal. Apareció por primera vez en esta causa, Máximo Kirchner, el príncipe heredero. Según el alegato y la información aportada, el comandante de La Cámpora “conocía, intervenía, decidía, supervisaba y controlaba las obras de Lázaro Báez”.
La fiscalía denunció de arranque una organización criminal y uno de los males que Pandora permitió escapar de la tinaja fue el crimen. Hubo entre los Kirchner y Lázaro Báez negocios sucios de todo tipo. De coimas, retornos, sobre precios del 65% de promedio, lavado de dinero, alquileres inflados, licitaciones ficticias, amañadas y como traje a medida y sociedades comerciales. Los unieron todo tipo de delitos. Pero lo más grave es que ambos, Néstor y Lázaro involucraron a sus hijos. Los metieron en el barro y les mancharon las manos y la vida para siempre. Néstor y Lázaro no tuvieron ni siquiera el gesto humano de proteger y mantener al margen de la corrupción a sus hijos.
Hay 93 cheques que involucran a Máximo. Y muchos mensajes cruzados con José López y Lázaro. Hasta 2010 los cheques salían a nombre de Néstor. Pero después de su muerte, a nombre de la sucesión de la herencia administrada por el hijo presidencial.
En la última obra que se le pagó a Lázaro, ni siquiera hubo una licitación mentirosa y Máximo fue el que decidió cuales debían ser las 100 cuadras que se iban a pavimentar en Río Gallegos. Esa sola contratación directa fue de 25 millones de dólares.
Según las diversas cotizaciones en 12 años, Lázaro embolsó por lo menos 2.200 millones de dólares. Algunos cálculos llegan hasta más 3 mil millones.
La angurria, la codicia y la bulimia por el dinero y el poder nunca tuvieron límites entre los Kirchner.
Hay intercambios de mensajes donde resuelven situaciones antes de que se realizaran las licitaciones. Las daban por seguro porque todo el esquema de la cleptocracia estaba armado para que siempre ganara Lázaro.
Se sentían tan impunes y eternos políticamente que dejaron los dedos pegados en todos los robos y estafas.
En aquella época Máximo ni siquiera era funcionario público. No heredó la oratoria de su madre ni la astucia táctica de su padre. Solo el apellido y esa voracidad por el dinero ajeno.
Máximo ya tiene 45 años. Ya no es un pibe. Es un magnate que sigue utilizando ese look setentista, de pelo largo, barba desprolija y campera. No se le conocen trabajos anteriores ni estudios superiores. Cristina apuesta a él para garantizar la continuidad del nacional populismo chavista y de asegurar que ella logre su impunidad tan deseada.
Máximo vivió todos esos años firmando balances y poniendo su apellido en las estafas que hicieron sus padres.
No tiene problemas digestivos para elogiar a Chávez o Fidel Castro, ningunear a José Ignacio Rucci y simultáneamente, abrazarse a derechosos mafiosos como los Moyano o a directamente fascistas. No le hace asco a nada que tenga que ver con la acumulación insaciable de poder y de dinero. En eso es igual a sus padres.
Es un millonario que dice combatir a los millonarios.
Máximo está procesado por asociación ilícita y lavado en la causa Los Sauces y por blanqueo de activos en Hotesur. Los que decían ser los pibes para la liberación, terminaron siendo los muchachotes para encubrir la corrupción.
Son la gendarmería de la ideología. Los gerentes del modelo. Los dueños de la marca Cristina. Los ciudadanos debemos elegir: Máxima democracia o el Príncipe Máximo.
En otra causa, José López, el corrupto arrepentido y ex mano derecha de Julio De Vido mandó al frente a Máximo Kirchner, a Cristina y al estado mayor de La Cámpora. Dijo que el príncipe heredero manejaba los fondos ilegales y las coimas por teléfono.
Máximo Kirchner es quien, según declaró Leonardo Fariña por televisión, también era de los que recaudaban dinero entre los empresarios. Máximo bajó mucho de peso, pero todavía se le podría decir la histórica frase de Raúl Alfonsín: “A vos no te va tan mal, gordito”. Es que declara un patrimonio de magnate. Nunca cobró ni pagó un sueldo en la actividad privada.
Los de La Cámpora hoy son jóvenes a los que les afeitaron la rebeldía. Les dieron un cheque en blanco. O mejor dicho, varios. Son los catadores de la ideología y la pureza del cristinismo. Hoy se ocultan porque no quieren dar la cara con el ajuste que impulsa Sergio Massa, con ese Masazo que se parece más al neo menemismo que a la revolución chavista con la que sueñan. Son los dueños de la marca Cristina. Más lazaristas que Lázaro.
En la caja de Pandora, el recipiente de la mitología griega, solo quedó atrapada la esperanza, que es lo último que se pierde. La esperanza de que los máximos corruptos tengan el juicio, castigo y condena que corresponde.
Un nunca más a la corrupción de Estado.