En LN+, el periodista analizó las últimas medidas de Massa y la necesidad del Presidente de tener que respaldarlo
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Se despertó Alberto Fernández, el presidente embalsamado. Gritó como es su costumbre y nos tiró por la cabeza su sueño que, para la inmensa mayoría de los argentinos, es una pesadilla. Además de cometer la herejía de parafrasear a un prócer como Martin Luther King, dijo que su aspiración es entregarle la banda presidencial a Sergio Massa.
Más de siete de cada diez argentinos eligieron no votar en las elecciones primarias a quien definen como el peor ministro del peor gobierno de la historia democrática. Es que Massa no solamente cometió torpezas y despilfarros. Los hizo a gran velocidad y con la cara de piedra. El candidato a presidente hoy ya no puede hacer anuncios como ministro de economía. Pero no perdió un minuto en anunciar medidas demagógicas e irresponsables que coquetean con la híper inflación y el infierno social. El jefe de la chantocracia y el masoquismo K apunta a comprarles el voto a los argentinos más desprevenidos. Una billetera generosa para hacer campaña con los dineros de todos los argentinos. Un mamarracho institucional que no respeta las mínimas normas. Deja una bomba terrible que le puede explotar al próximo gobierno e incluso a este gobierno. Pero nada le importa a Sergio Massa ni a Alberto ni a Cristina, los integrantes del Triángulo de las Bermudas, esa metáfora oceánica donde se hundieron los sueños de la mayoría de los argentinos.
Es que en el peronismo en general y en el kirchnerismo en particular, siempre se sintieron los propietarios del estado. Se auto perciben dueños del Sillón de Rivadavia y por eso hacen lo que se les canta. De ninguna manera se les pasa por la cabeza que son inquilinos de la Casa Rosada y que su contrato se vence el 10 de diciembre próximo.
La editorial del diario LA NACIÓN definió el momento con contundencia: “Manotazos de un gobierno en retirada”.
El general San Martín decía que “el que se ahoga no repara en lo que se agarra”, esos manotazos nos están arrastrando al abismo a todos los argentinos.
Las cifras de la pobreza rompen todos los records del sentido común. Ya se fueron casi 40 grandes empresas extranjeras por la asfixia impositiva y por las extorsiones sindicales y piqueteras. Esto significa que el trabajo privado, en blanco y con sueldos dignos está más lejos todavía. Y el remedio que se les ocurre a estos muchachos del populismo chavista es bajar las horas de la jornada laboral. A años luz de la realidad, dicen que así van a aumentar las fuentes de trabajo sin bajar salarios. Un delirio insostenible que provocará que cientos de empresas pequeñas y medianas se fundan y cierren sus puertas. En cualquier momento van a proponer que todos seamos empleados del estado. De hecho, el propio Massa violó la norma que el mismo había planteado al congelar las vacantes. Hay una catarata de nombramientos. Todos los días nos enteramos de que hay un festival de designaciones que vamos a pagar los argentinos que producimos, trabajamos y cumplimos a rajatabla abonando los impuestos.
El gobierno de Alberto, Cristina y Massa hace todo lo contrario que los países más exitosos del planeta. Aumenta la deuda a niveles estratosféricos. Emiten dinero en forma compulsiva y permanente. Toman medias absolutamente arbitrarias que liquidan la previsibilidad y la seguridad jurídica. El gasto público estalla de irracionalidad. Y los resultados son obvios: más pobreza y más inflación.
Más ñoquis, mas bonos, mas planes. Solo les falta regalar plata en las esquinas.
Es tan grande la desesperación de este cuarto gobierno kirchnerista que hacen trampas de todo tipo y miran para otro lado frente a la corrupción.
Axel Kicillof y Julio Alak no dicen una palabra de la estafa que evidenció el puntero massista llamado Julio Rigau, alias Chocolate amargo. Robaron fortunas durante años y los capos del peronismo bonaerense no fueron capaces de decir aunque sea alguna palabra. Nada. Silencio cómplice. Omertá. La legislatura que preside Federico Otermin es la “cueva de Alí Babá”, como escribió Ricardo Roa.
Axel Kicillof está ahorcando financieramente a los 58 intendentes de Juntos por el Cambio. No les envía los fondos que les corresponden y de esa manera perjudican a más de 6 millones de bonaerenses que viven en esos distritos que ocupan 170 mil kilómetros cuadrados.
Ni Alberto, el presidente decorativo ni Massa, el presidente de facto le han pedido la renuncia a Silvina Batakis que hoy fue imputada por el fiscal Guillermo Marijuan. Miran para otro lado frente al escándalo de la designación de su ex pareja con sueldos altísimos y la contratación de una numeróloga por afuera de los acuerdos del directorio del Banco Nación.
Y sigue la joda. Y sigue la fiesta con el dinero, los ahorros y el esfuerzo de todos los argentinos. La propia Cristina agacha la cabeza y embiste contra la Corte Suprema una y otra vez. Desesperada porque no consigue su impunidad, avanza hacia un conflicto de poderes de gravedad institucional porque trata de salvar a su jueza amiga, Ana María Figueroa, pese a que la Corte ya resolvió que está jubilada. El país que no funciona hace todo lo contrario de los países que funcionan. Hicieron colapsar el sistema educativo que era orgullo de los argentinos. Los Baradel de la vida combatieron la capacitación, la evaluación y el mérito y apostaron a proteger sus privilegios sindicales y al adoctrinamiento. Así nos va.
La salud también la destruyeron. Tanta presión e intervención del estado generó que los médicos ganen dos pesos y se vayan a ganar dinero Chile o a Uruguay donde reconocen sus capacidades. Ahora aparece el tema de los copagos porque todo el sistema está al límite del colapso. Y como si esto fuera poco, la sinrazón del ideolgismo produjo que no se puedan importar insumos fundamentales para las enfermedades más graves, pero si se puedan comprar perfumes y whiskies a precios accesibles en el free shop.
Insisto: todo al revés del sentido común y la racionalidad. El Cuervo Larroque dijo que era una hazaña que Sergio Massa todavía sea “competitivo” en las elecciones. Veremos en las urnas si eso es cierto. ¿Es una hazaña del peor ministro del peor gobierno o un dibujo mercenario de algunos encuestadores? Las urnas despejarán esa incógnita. Por ahora el sueño de Alberto es nuestra peor pesadilla.