A un año del atentado contra la vicepresidenta, el periodista reflexionó sobre el hecho; “Está cada vez más claro que Cristina necesita una justicia arrodillada a sus pies”, aseveró
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Hace un año que se intentó asesinar a Cristina. Fue un momento estremecedor. En vivo y en directo, pudimos ver al energúmeno de Fernando Sabag Montiel gatillar su pistola a 15 centímetros de la cabeza de la vicepresidenta de la Nación. La bala no salió y Cristina siguió caminando entre la gente durante 6 minutos. Ni la custodia ni los brigadistas de La Cámpora se dieron cuenta de lo que había ocurrido.
El autor material hoy está preso en el penal de Ezeiza, con seguridad reforzada y totalmente aislado. No quiere hablar con nadie y nadie quiere hablar con él. Su exnovia, Brenda Uliarte y Nicolás Carrizo, el jefe de la banda de los copitos, también están tras las rejas.
El perfil criminal de 60 páginas que hicieron los profesionales define a Sabag Montiel como de “personalidad anormal de tipo psicopática con escasa capacidad de reflexión”.
De todos modos, no consideran que sea inimputable y por lo tanto será sometido al juicio oral correspondiente.
El prestigioso fiscal Carlos Rívolo escribió que “toda la prueba reunida hasta aquí, revela que los imputados llevaron a cabo el acto por sí solos”. Remarcó además que no existió ningún vínculo con ninguna organización de ningún tipo que haya “financiado, planeado, encubierto o contribuido”, con los tres encarcelados.
Los abogados y los periodistas de Cristina, sin evidencia alguna y con fanatismo, sostienen lo contrario. Buscan en vano, pero siguen buscando sin encontrar, datos sobre algún vínculo político con la oposición. Ya fracasaron varias veces en el intento de recusar a la jueza María Eugenia Capuchetti y al fiscal Rívolo.
Los tres detenidos se exponen a una condena a cadena perpetua. Están acusados del delito de “tentativa de homicidio agravado por el uso de arma de fuego y la premeditación”.
No hay que ser un gran analista político para sacar conclusiones inquietantes porque Cristina, públicamente, dijo que con el intento de asesinarla “se rompió el pacto democrático”. Ese acuerdo de 1983 establecía que nunca más se iba a utilizar el crimen ni la lucha armada como instrumento político. Hoy no hay ninguna fuerza que públicamente reivindique la violencia como partera de la historia ni que se haya adjudicado el repudiable atentado contra Cristina. Por lo que la justicia estableció hasta ahora, los marginales delirantes que están presos son los culpables de ese ataque contra la vicepresidenta. No se trata de un comando como brazo armado de una agrupación política.
Pero Cristina no puede admitir que eso sea todo. Alguien que se auto percibe de una estatura colosal necesita que los que le dispararon en su cabeza pertenezcan como mínimo a la CIA y que hayan ejecutado órdenes de Macri y la mafia mediático judicial. Si esa falacia absoluta que ella piensa fuera cierta, se hubiera roto el pacto democrático de verdad. Pero en este caso se trata de un hecho gravísimo que merece juicio, castigo y condena, pero, insisto, hasta ahora solo fue una situación perpetrada por lunáticos despreciables.
Como esto no alcanza para argumentar que se rompió el pacto democrático, Cristina inventó otra mentira: la proscripción. “La quieren muerta o presa”, llegó a decir Oscar Parrilli que, en marzo de este año, superó todos los límites al comparar la agresión a Cristina con el golpe del terrorismo de estado de Videla.
Dijo que creer que el único culpable es Fernando Sabbag Montiel es como decir que el único culpable de los crímenes de lesa humanidad fue Jorge Rafael Videla y que no tuvo la complicidad de empresarios y medios de comunicación.
En noviembre del año pasado, Martín Soria, el ministro formal de justicia o de injusticia dijo: “Los jueces macristas tienen un plan sistemático de impunidad para los autores materiales del atentado” contra Cristina.
Juan Martín Mena, el ministro real de injusticia y ex agente de inteligencia dijo que los camaristas que liberaron a los 4 integrantes de Revolución Federal “están dando una señal encubridora para que no se investigue el atentado”. Mena es el operador preferido de Cristina. Ella lo lanzó a la fama cuando le ordenó a su mayordomo Oscar Parrilli que le dijera que había que salir a apretar jueces.
Andrés Larroque, (a) “El Cuervo”, ex lugarteniente de Máximo en la guardia de hierro de Cristina ya lo dijo con amenazas y sin pelos en la lengua: “Los empresarios amigos de Macri, financian grupos terroristas, los jueces amigos de Macri, los protegen y los medios amigos de Macri, les dan micrófono.”
Se trata de falsedades insostenibles. ¿Cuáles son los grupos terroristas? Hasta ahora los únicos que conocemos son los seudo mapuches apoyados por tres ex jefes Montoneros.
Otro gurka K como Leopoldo Moreau exigió que se cambie la carátula porque dice “que no es un intento de homicidio, es terrorismo”. Por supuesto que estoy de acuerdo en que se castigue con todo el peso de la ley caiga a estos lúmpenes irracionales que intentaron matar a Cristina. Son tres marginales que no entienden nada, pero estuvieron a punto de producir una tragedia institucional de magnitud y con final impredecible. Pusieron en peligro la paz social con ese intento criminal.
El pobre Alberto, en su momento, no quiso ser menos y también salió a intimidar a dos camaristas y a presionar a la Corte Suprema de Justicia. En su hilo de 5 tuits, acusó a Pablo Bertuzzi y Leopoldo Bruglia de ocupar “sus asientos en forma contraria a la Constitución” y afirmó que “están empecinados en tapar lo obvio: que una banda criminal, con ramificaciones y financiamiento oscuro” atentó contra la vida de Cristina.
Haciendo alarde de una información que no exhibe porque no tiene, el presidente violó la Constitución y la independencia de los poderes. Son cuestiones sagradas de la República.
Insistió con una mirada conspirativa que solo existe en su desesperación y en la de Cristina. No hay un solo dato creíble, no hay una sola prueba que demuestre que los magistrados están protegiendo a los delincuentes copitos. A un año, está cada vez más claro que Cristina necesita una justicia arrodillada a sus pies y cumpliendo sus órdenes. Ella espera que eso ocurra. Pero desespera, porque no ocurre.