En LN+, el periodista analizó la situación polémica que se vivió en la Universidad de Buenos Aires con la prohibición del ingreso de Ricardo López Murphy
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No hay que dejar pasar lo que le hicieron a Ricardo López Murphy. No hay que minimizarlo porque ese fascismo de izquierda de los militantes de La Cámpora es la expresión más profunda del modelo que pretenden instalar. Chavismo en estado puro. Multiplicación de los pobres para utilizarlos como rehenes y censura y persecución a los que piensan distinto. Nada menos que en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, un grupo de camporistas, la guardia de hierro de Cristina, bloqueó la entrada a López Murphy, y le ordenaron donde debía ser la charla. Lo acusaron de esconderse en un salón.
Semejante muestra de intolerancia totalitaria se dio en un templo del pensamiento y el pluralismo como debería cualquier universidad. Estos muchachos grandes como su jefe, Máximo Kirchner, se creen dueños de la verdad. Se autoperciben revolucionarios y son policías del pensamiento, gendarmes ideológicos y comisarios políticos al estilo soviético.
López Murphy que se llama Ricardo por Balbín e Hipólito por Yrigoyen, no se prendió en la provocación y apeló a las palabras tanto en forma presencial como en Twitter.
Allí denunció que le bloquearon el acceso y lo obligaron a cambiar de salón como si fueran los dueños de la facultad. Y de la Argentina. Y se esperanzó en “liberarnos del adoctrinamiento kirchnerista, poniendo el cuerpo, destruyendo el relato y rescatando a los jóvenes del totalitarismo”.
“No pasarán”, le escribió el intendente de Pinamar, Martín Yeza. Y no pasarán. Porque si pasan y terminan de asaltar al estado argentino, estaremos condenados a ser Venezuela. No lo podemos permitir. El gobierno de estos autoritarios está multiplicando el hambre entre los más humildes y los jubilados, está quebrando a las pequeñas empresas y dinamitando la convivencia pacífica. Sin embargo, en lugar de militar para resolverle problemas a los que más sufren, se dedican a señalar quién puede hablar y quién no y qué nos autorizan a pensar.
Algunos querrán argumentar que son pecados de juventud. Pero veteranos intelectuales como el fallecido Horacio González quiso prohibir que el premio Nobel de literatura, Mario Vargas Llosa fuera el orador en la apertura de la Feria del Libro. No es un tema generacional. Es una convicción profunda del cristinismo que los lleva a apoyar dictaduras que encarcelan a disidentes como Cuba, Venezuela o Nicaragua y a ovacionar a delincuentes como Amado Boudou. Gigantescos ladrones de estado como Boudou o la propia Cristina, pueden hablar en donde quieran para recibir el aplauso genuflexo de estos camporistas.
Pero López Murphy, no. Es de derecha, dicen. Uno puede estar más o menos de acuerdo con el pensamiento de López Murphy. Pero es una persona profundamente democrática, culta y de excelencia técnica que no tiene ni una sola acusación de haber robado ni siquiera un alfiler. Todo lo contrario, vive con austeridad de su trabajo y viaja en colectivo. Nada que puedan hacer los líderes del kirchnerismo que nadan en millones de dinero ajeno y encima levantan el dedito.
Tal vez por eso, porque la gente ya está cansada de estos brigadistas de la superioridad moral, la intención de votos de sus dirigentes es cada vez más baja y ellos mismos han perdido gran parte de las elecciones en los centros de estudiantes universitarios. Son repudiados hasta por sus propios compañeros de estudio.
Yamil Santoro tuvo una buena idea. Organizar un gran acto de desagravio en la misma Facultad de Derecho e invitar a todo el arco de dirigentes democráticos y republicanos que se oponen al avance de los censuradores.
Diego Santilli fue creativo al parafrasear a Domingo Faustino Sarmiento, uno de los próceres de cabecera de López Murphy: “Las ideas no se bloquean, se discuten y se debaten”.
Y la diputada Karina Banfi, los acusó de déspotas. Es cierto que fueron muy exitosos en apropiarse de todas las cajas más deseadas y suculentas de la administración pública y que sembraron las segundas y terceras líneas de los ministerios con talibanes camporistas. Pero también es cierto que sus dogmas ideológicos envejecieron prematuramente, que se convirtieron en burócratas y millonarios en algunos casos y perdieron la rebeldía de la juventud.
Salvo un puñado de dirigentes, se manejan casi en la clandestinidad y no tiene cuadros que sean eficientes en la gestión o populares entre la gente. ¿Quién votaría a aparatos como Wado de Pedro o Andrés Larroque, solo por nombrar a los lugartenientes de la Orga?
Todavía tienen una gran capacidad de daño y movilización, pero han perdido encanto seductor y su imagen ante la sociedad es cada día peor. Viven en un frasco, hablan en inclusivo de los derechos de las minorías, pero se olvidan del derecho de las mayorías.
Joaquín Morales Solá supo bautizar a Máximo Kirchner (a) “El Jefe” como “El heredero que no aprendió nada y el príncipe de la sangre”.
Máximo ya tiene 45 años. Ya no es un pibe. Es un magnate que sigue utilizando ese look setentista, de pelo largo, barba desprolija y campera. No se le conocen trabajos anteriores ni estudios. No tiene la astucia de su padre ni la oratoria de su madre. Se hizo elegir de prepo presidente del Partido Justicialista de Buenos Aires pese a que era un afiliado de Santa Cruz. Conduce a los autodenominados “pibes para la liberación” que hoy son los grandulones para encubrir la corrupción. Son los gerentes del modelo fracasado del nacional populismo. Son irresponsables que se transforman en peligrosos cuando actúan como los dueños de la verdad y la Argentina. No pasarán.