En LN+, el periodista analizó las estrategias de poder que teje la vicepresidenta; además, las causas que pesan sobre ella
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Cristina no come vidrio y sabe que falta muy poco para que la justicia la condene como jefa de una asociación ilícita destinada a saquear al estado. Todo indica que será antes de Navidad. La exitosa abogada que nunca ganó un juicio, pero que lo perdió varias veces, en esa espera, desespera. Le teme más a Wikipedia que a la cárcel. Sabe que después de apelaciones y recursos de todo tipo, pasará mucho tiempo hasta que esa sentencia condenatoria sea confirmada por la Corte Suprema. Sabe que por su edad, no terminará sus días en la cárcel. Tal vez deba pagar con una prisión domiciliaria. Su futuro puede tener la forma de una tobillera electrónica. Pero lo que más la inquieta es la historia. Y lo que dirán de ella en Google cuando alguien escriba su nombre. Ella dijo que la historia ya la absolvió, pero fue fulbito para la tribuna.
Una mentira para su propia tranquilidad. La historia en las redes va a decir que fue dos veces presidenta de la Nación, una vez vice, pero que fue condenada por haber liderado un plan sistemático de híper corrupción más grande de la historia democrática argentina. Y eso no se lo saca nadie. Esa mancha en su legajo es la que la altera, la llena de furia y la empuja a ordenar a su tropa que disparen misiles contra la justicia. En su desesperación recurre a los fanáticos para intimidar a fiscales y jueces pero los resultados que logra son muy modestos.
Sus alaridos de mañana en el acto del sindicato metalúrgico apuntaran al mismo enemigo y de paso, le pegará un par de cachetazos al títere que ungió como presidente decorativo de la Nación.
Los soldados de Cristina se movieron en estas horas con subordinación y valor para defenderla.
Martín Soria, el ministro formal de justicia o de injusticia dijo: “Los jueces macristas tienen un plan sistemático de impunidad para los autores materiales del atentado” contra Cristina.
Juan Martín Mena, el ministro real de injusticia y ex agente de inteligencia dijo que los camaristas que liberaron a los 4 integrantes de Revolución Federal “están dando una señal encubridora para que no se investigue el atentado”. Mena es el operador preferido de Cristina. Ella lo lanzó a la fama cuando le ordenó a su mayordomo Oscar Parrilli que le dijera que había que salir a apretar jueces.
Andrés Larroque, (a) “El Cuervo”, lugarteniente de Máximo en la guardia de hierro de Cristina ya lo dijo sin pelos en la lengua: “La gente nos pide más kirchnerismo”. Y en sus dos últimos tuits marcó el camino que van a recorrer.
Amenaza uno: “Los empresarios amigos de Macri, financian grupos terroristas, los jueces amigos de Macri, los protegen y los medios amigos de Macri, les dan micrófono.”
Se trata de falsedades insostenibles. ¿Cuáles son los grupos terroristas? Hasta ahora los únicos que conocemos son los seudo mapuches apoyados por tres ex jefes Montoneros.
Amenaza dos: “Frenar el abuso de las empresas es cuidar la mesa de los argentinos. Si aumentan, no compres”.
Esta orden a la militancia, además de ser infantil y voluntarista no explica porque los mismos empresarios y empresas que operaran en Chile, Brasil, Uruguay o Bolivia, por ejemplo, no remarcan los precios con intenciones de perjudicar a esos gobiernos de distinta raíz ideológica.
Las ideas que pregonan son vetustas, jurásicas y cayeron en desuso porque se comprobó su fracaso desde la hecatombe económica en Cuba y en el chavismo en Venezuela.
El Cuervo, en el tuit fijo aclara “Con Cristina no se jode”. Y esa es la razón de ser del camporismo y sus compañeros de ruta. Garantizar la impunidad de la reina de la Recoleta. Y a esta hora, parece una misión imposible.
Otro gurka K como Leopoldo Moreau exige que se cambie la carátula porque dice “que no es un intento de homicidio, es terrorismo”. Por supuesto que estoy de acuerdo en que se castigue con todo el peso de la ley caiga a estos lúmpenes irracionales que intentaron matar a Cristina. Son un grupito de marginales que no entienden nada, pero estuvieron a punto de producir una tragedia institucional de magnitud y con final impredecible. Pusieron en peligro la paz social con ese intento criminal.
El pobre Alberto no quiso ser menos y también salió a intimidar a dos camaristas y a presionar a la Corte Suprema de Justicia. En su hilo de 5 tuits, acusó a Pablo Bertuzzi y Leopoldo Bruglia de ocupar “sus asientos en forma contraria a la Constitución” y afirmó que “están empecinados en tapar lo obvio: que una banda criminal, con ramificaciones y financiamiento oscuro” atentó contra la vida de Cristina.
Haciendo alarde de una información que no exhibe porque no tiene, el presidente violó la Constitución y la independencia de los poderes. Son cuestiones sagradas de la República.
De todos modos la presión tan fuerte logró en un objetivo de mínima: el juez Martínez de Giorgi procesó sin prisión preventiva y embargó a los 4 integrantes de Revolución Federal por “incitación a la violencia”.
Insistió con una mirada conspirativa que solo existe en su desesperación y en la de Cristina. No hay un solo dato creíble, no hay una sola prueba que demuestre que los magistrados están protegiendo a los delincuentes copitos. Cristina necesita una justicia arrodillada a sus pies y cumpliendo sus órdenes. Ella espera que eso ocurra. Pero desespera, porque no ocurre.