En LN+, el periodista analizó el camino de la vicepresidenta desde su llegada al poder hasta victoria de Milei
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Cristina se esconde siempre que ocurre algo malo. Está en su ADN. Se borra, deja de aparecer públicamente y se aleja del acontecimiento negativo. Puede ser la tragedia de Cromañón, el siniestro del tren de Once o una derrota electoral como la que sufrió el domingo pasado. No pone la cara. Le saca el cuerpo a las malas noticias. Es como una superstición. Cree que si no hay una foto suya en los lugares del derrumbe, va a poder decir que no tuvo nada que ver. O se va a salvar de pagar el costo político. Es casi una chiquilinada. Pero Cristina tiene esas cosas. Hubiera sido un papelón y una provocación antidemocrática que no recibiera a la vice presidenta electa, Victoria Villarruel. Por eso aceptó el encuentro en el Senado y cumplió de una forma fría y protocolar. Pero hizo dos cosas bien de Cristina. Ordenó que no hubiera una foto del momento.
No hay documento gráfico de ambas y en el comunicado que emitió después, se dedicó a auto elogiar su gestión en la Cámara Alta. Esa altanería que lleva a flor de piel y se le nota en la cara siempre es parte de sus posturas autoritarias, de sueños hegemónicos y chavistas. Pero la realidad no se puede ocultar con tonterías. Se tuvo que bancar el intercambio de palabras con alguien como Villarruel a la que desprecia profundamente. Están a las antípodas en casi todos los temas. Y la boleta que llevaba la fórmula con Milei superó el porcentaje y la cantidad de votos que había sacado Cristina. Fue el 55,69 % lo que significan 14.476.462 votos.
Lo que se dice una paliza electoral. Milei fue el presidente más votado, después de dos iconos populares como Perón e Irigoyen. Esa hecatombe que sufrió el peronismo secuestrado por el kirchnerismo tiene muchos culpables. El peor presidente de la historia, Alberto Fernández, el peor ministro de economía de la historia, Sergio Massa pero, fundamentalmente Cristina Elisabet Fernández de Kirchner, la mariscal de la derrota. Ella fue la persona que más daño le hizo a la democracia y la que más daño le podía seguir haciendo.
Su voracidad por el dinero ajeno la condenó a seis años de prisión. Instaló una cleptocracia y lideró una asociación ilícita para saquear al estado. Intentó quedar impune de todos los delitos que cometió atacando a la justicia en general y a la Corte en particular. No lo pudo lograr. Sus atropellos institucionales y sus actitudes autoritarias encontraron diversos límites entre los ciudadanos republicanos que a puro banderazo callejero se hicieron escuchar.
También hubo jueces y fiscales, dirigentes políticos y periodistas que se mantuvieron implacables para defender la división de poderes y el valor de la transparencia y la honradez en el manejo de los fondos públicos.
Es tan grande la derrota personal que sufrió y tan evidente su resentimiento y necesidad de venganza que no me extrañaría que un oportuno resfrío le permita faltar a la ceremonia de traspaso del poder. Y, así, evitar las fotos que tanto la preocupan. De hecho fue históricamente ridículo su capricho de no querer entregarle el bastón y la banda presidencial a Mauricio Macri. Mintió e inventó excusas para no traspasar los atributos del mando como se hizo siempre en nuestro país. Ese símbolo de continuidad democrática ella lo rompió en pedazos y hubo que recurrir a la asunción fugaz como presidente de Federico Pinedo para solucionar su desafío y falta de respeto.
Es memorable su cara de asco y su gesto cuando le dio la mano fofa a Macri cuando asumió Alberto Fernández.
En su libro, “Cristina miente”, digo “Sinceramente”, ella confesó que pensó en no darle la mano. Directamente. En su cabeza asoció un gesto de cordialidad democrática con la idea de “rendición”.
Estas actitudes, la inoculación del odio al que piensa distinto, de la persecución al que no se somete, la voracidad por el poder hegemónico del “vamos por todo”, la cooptación de todas las siglas y sellos posibles, la hipocresía de profanar los derechos humanos para apoyar a las dictaduras que más violan los derechos humanos, son algunas de las situaciones que generaron el colosal hartazgo social que se expresó en las urnas. Es tanto el rechazo que produce y tan alta su imagen negativa que luego de ser dos veces presidenta de la Nación tuvo que ungir con su dedo a tres candidatos rechazados por su guardia de hierro, La Cámpora. Hablo de Daniel Scioli, Alberto Fernández y Sergio Massa.
Nadie los definiría ideológicamente como revolucionarios. Pero esa apuesta de disfrazar su proyecto de centrista y moderado, tampoco funcionó. Scioli perdió con Macri, Alberto fue un fiasco que defraudó hasta a sus amigos y Sergio hizo todas las trampas de fullero posible pero fracasó. Fue barrido por Milei, casi casi un recién llegado y sin una estructura partidaria fuerte.
Por eso sostengo que Cristina es la gran perdedora. La mariscal de la derrota que deberá refugiarse en la provincia de Buenos Aires aunque Axel Kicillof trate de ganar autonomía. Para colmo, el peor momento de su vida política se completa con que dentro de 17 días se queda sin fueros y la justicia está avanzando con varias de las causas que la tienen en el banquillo de los acusados y acusadas.
No solo La Libertad Avanza. También La Justicia Avanza. Hoy el fiscal Carlos Stornelli denunció a Pablo Biró por sus declaraciones golpistas y amenazantes. Los Albini, padre e hijo, están dispuestos señalar a los verdaderos jefes de la corrupción del caso Chocolate. Martín Insaurralde va a tener que explicar muchas cosas oscuras. La rigurosa investigación del espionaje ilegal está descubriendo datos de gravedad institucional, como algunos espías que, al parecer, conocen los detalles del asesinato de Alberto Nisman. El inminente ministro de Justicia, Mariano Cúneo Libarona hoy se reunió con la Corte Suprema.
Está claro que la operación contra los supremos que estaban perpetrando los soldados de Cristina ya no tiene ninguna posibilidad de éxito. Rodolfo Tailhade, Leopoldo Moreau y Eduardo Valdés se van a tener que dedicar a otra cosa.
Cristina corre serios riesgos de terminar presa. Tal vez por su edad quede en detención domiciliaria pero si tiene que llevar una tobillera electrónica sería una gran humillación de la que tratará como siempre, que no haya fotos.
La Corte Suprema podría dejar firme la condena que tiene en la causa Vialidad. Hoy Héctor Gambini en Clarín lo tituló con claridad: “La era Milei deja a Cristina a la intemperie”, el blindaje a Cristina no se pudo concretar. Va a tener que declarar en la causa Nisman porque ella siendo presidenta dijo que el fiscal se suicidó, después dijo que los mataron y otra vez que se suicidó. Debe declarar ante los jueces. El año que viene Cristina estará sentada frente al tribunal acusada de encubrir a los terroristas que volaron la AMIA. Y faltan los avances en la causa Hotesur- Los Sauces, y el tenebroso pacto con Irán. Parece que Cristina, la mariscal de la derrota, está atrapada y sin salida. De nada vale que corra, el incendio va con ella.