Tras una semana con muchos cambios el gobierno nacional, el conductor se refirió al flamante ascenso del nuevo “súper ministro”
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En su habitual columna de opinión en la apertura de La Cornisa, Luis Majul habló de a las próximas medidas que podría adoptar el nuevo súper ministro. “A Sergio Massa, no le queda más que una opción. Ajustazo o fracaso. “‘Plata o mierda’, como dice el dicho”, ironizó el conductor de LN+ en el inicio de su editorial.
A continuación, la columna completa de Luis Majul.
A Sergio Massa, no le queda más que una opción. Ajustazo o fracaso. “Plata o mierda”, como dice el dicho. No hay caminos intermedios. No hay tiempo ni dinero para hacer magia o tomar atajos. Tampoco para hacer que la bomba le explote al siguiente. Es más: para salir del desastre, Massa tendrá que hacer el “mega ajuste” todo junto. De una sola vez.
No lo decimos nosotros. Lo dicen todos los economistas con sentido común. De todas las ideologías. En voz baja o en voz alta.
Ajustazo significa:
- Un tarifazo. Muy por encima de lo que esperan Cristina o La Cámpora.
- Una fuerte devaluación del peso, para achicar la brecha entre el dólar paralelo y el oficial.
- Un abrupto corte de la emisión monetaria, para evitar que siga aumentando la inflación.
- Una nueva licuación de los haberes jubilatorios y los salarios públicos.
- Una reforma laboral en serio, para que crezca el empleo formal y legítimo.
- Un anuncio que demuestre, que el gobierno no va a gastar ni un centavo más de lo que recauda.
- Un nuevo impuestazo a la clase media, por si todo lo anterior no alcanzara para ordenar las cuentas y estabilizar la economía.
Además, el Banco Central deberá fijar tasas de interés por encima de la inflación. Y no solo eso. Además deberá unificar los 35 tipos de dólar que hoy operan en el mercado. Es decir: el nuevo ministro está obligado a hacer todo el trabajo que Alberto, Cristina y el propio Massa, hasta ahora, no quisieron o no pudieron hacer.
Será eso o:
- Una devaluación descontrolada y desordenada.
- Una hiperinflación.
- Argentinos en la calle, pidiendo que se vayan todos.
A esta conclusión, palabras más, palabras menos, llegó también nuestro compañero Joaquín Morales Solá, en su durísimo editorial de hoy titulado: Después de Massa ya no habrá nada más.
La gran pregunta no es si Massa quiere. Porque a Massa nunca le importaron los medios, sino el fin. Porque Massa sería, según la mirada de Jorge Fernández Díaz, “un Machiavelo de cabotaje para restaurar confianza”.
La gran pregunta, entonces, es si puede. O mejor dicho: si Cristina lo va a dejar. Si ella va a abjurar de todo lo que viene diciendo desde hace años, o si va a transformar a Massa en una nueva marioneta, como lo hizo con Alberto.
Quienes la conocen, dicen que, sobre Massa, Cristina sigue pensando lo mismo que en julio de 2016, cuando le ordenó, a su mayordomo político, Oscar Parrilli, que lo mandara “al frente de una buena vez”, con una acusación que lo pusiera bajo sospecha de corrupción.
Si nos obligaran a apostar, y según la información que manejamos, diría que:
- Cristina, al principio, no va a decir ni si ni no. Ni blanco ni negro.
- Lo va a dejar jugar. Lo va a dejar hacer.
Es más: quizá se tome una nueva foto con él, en su despacho del Senado. Pero no va a asistir a la asunción. Y menos le va a dar un apoyo explícito, por anticipado.
- Pero cuando empiece a percibir que Massa prepara un super ajuste, lo intentará acotar o esmerilar, igual que lo hizo con Alberto. A través de Juan Grabois, de Hebe de Bonafini, o de sus franquiciados de la izquierda. Desde Andrés Larroque a los del Partido Obrero.
Será una carrera contra el tiempo.
- La carrera de Massa, apurado, para disparar la última bala que le queda, y así salvar su dilatada carrera política.
- La carrera de Cristina, para conservar su cada vez más duro núcleo de votantes.
- Y la de Alberto, para llegar, aunque sea boqueando, a diciembre de 2023.
O, en palabras de Morales Solá será una lucha entre los componentes de “la coalición de los desesperados. La coalición de los desahuciados”. Es más. Aún cuando Massa pueda tomar las decisiones correctas, nada le asegurará que la mayor parte de la sociedad lo vaya a terminar apoyando.
Por dos razones. Una: por su falta de credibilidad original. Dos: porque, todavía, millones de argentinos, escuchan la palabra ajuste y huyen despavoridos. Y una cosa más: Si, al final, Massa se coloca el casco y pone en marcha el trabajo sucio; es probable, que el gran beneficiario no sea él, sino los dirigentes del gobierno que viene.
Porque los frutos dulces de las decisiones amargas no aparecerán de manera inmediata, sino después de varios meses. Como un deja vú del trabajo sucio que hizo Eduardo Duhalde, de la mano de Roberto Lavagna, y Remes Lesnicov. Fue en enero de 2002, después del estallido del 19 y 20 de diciembre de 2001, y de la calesita loca de los cinco presidentes.
Lo recuerdo bien, porque Duhalde había asumido con las ínfulas de un salvador, prometiéndonos a los argentinos: “El que puso dólares, recibirá dólares”. ¿Te acordás? Pero en cambio tuvo que salir de la convertibilidad, devaluar la moneda y disponer una pesificación asimétrica. Una pesificación que hizo perder, a los millones de argentinos que quedaron enganchados, casi el 30 por ciento de su ahorro, en dólares.
Ahora no hay dudas. Fue Duhalde, y la tonelada de soja a más de 600 dólares, lo que hizo ver a Kirchner, como uno de los mejores presidentes desde 1983. Hasta que en 2006 quiso controlar la inflación manipulando el INDEC y todo se empezó a ir al demonio. Ahora solo resta esperar, igual que pasó con Alberto, con qué Sergio Massa nos vamos a encontrar.
¿El que se ufana de mantener línea directa con el gobierno de los Estados Unidos o el que avaló, siendo jefe de gabinete, la estatización de las AFJP, dispuesta por el condenado por corrupción Amado Boudou? ¿El que instruyó a sus diputados para que se abstuvieran de votar a favor del proyecto de estatización de YPF o el que acaba de otorgar a los empleados legislativos un aumento de casi el 70 por ciento? ¿El que habló de los ñoquis y la corrupción de La Cámpora o el que acaba de declarar en el juicio de Vialidad que para él, Cristina y Lázaro no hicieron nada malo? En las últimas horas, uno de los economistas a los que consulta Massa, le dijo: “De este quilombo no salimos sin un ajuste rápido y fuerte”. Y Massa le respondió: “Los ajustes fuertes no se hacen en un día. Se hacen área por área, ¿entendes? Es bisturí. No motosierra”.
Quizá, cuando salga un minuto de la vorágine en la que se metió, pueda disfrutar del documental sobre el exprimer ministro de Israel, Shimon Pérez, el hombre que llevó la inflación del 500 por ciento al 16 por ciento mensual, peleándose con sus mejores amigos y recortando el gasto de una sola vez, con bisturí, motosierra y sin anestesia.