Sin cambiar nada de su estilo parsimonioso para narrar sus cuentos humorísticos, asegura que cada vez son más los adolescentes que se acercan en la calle para saludarlo y sacarse fotos
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Noche de risas y de reflexiones, en Hablemos de otra cosa. No es para menos: el invitado de esta semana es el gran Luis Landriscina, un cuentista de aquellos, pero también actor y autor no solo de historias rurales y risueñas, sino también de temas musicales y poemas.
Entrevistado por Pablo Sirvén en LN+, en su casa ubicada en la zona norte del Gran Buenos Aires, Landriscina matiza la conversación con algunas historias y momentos humorísticos.
“Yo cuento cuentos, no chistes”, aclara desde el vamos. A don Luis le gusta desde siempre desarrollar sus historias de manera pausada, haciendo gala de su mirada casi sociológica sobre personajes, situaciones y lugares. Es un gran administrador de tiempos. Va dosificando, como preparando el momento para la carcajada final, suscitando sonrisas intermedias. “Los cuentos míos son de observaciones de conductas humanas. Me defino como un narrador de usos y costumbres”, dice a manera de presentación.
¿Qué es lo que hace reír? “La sorpresa. Hay un desafío no confesado entre el que escucha y el que cuenta. El que escucha dice ‘a qué sé cómo termina’. Y el que cuenta dice ‘a qué no’”, responde el maestro.
Reconoce Landriscina que “es una habilidad contar un chiste atrás de otro, sobre todo acordarse”. Lo suyo es otra cosa: es llevar al que escucha casi al clima del fogón, sin urgencias, con pausas y entonaciones, con climas y descripciones que transportan al que escucha. A veces ha llegado a matizar tanto sus narraciones que hasta llegó a olvidarse qué relato estaba contando. Ahí pide ayuda a sus oyentes que rápidamente le recuerdan de qué iba la historia que narraba.
Penúltimo de ocho hermanos, solo él queda vivo. Pascual, el mayor, fue una de las víctimas del bombardeo de la Plaza de Mayo, el 16 de junio de 1955. Cuando nació el último, su madre murió en el parto y sus padrinos cuidaron de Luis y sus hermanos. El último murió el año pasado por culpa del Covid. “Creo en la vida eterna, pero no tengo ningún apuro. Tuve varios encuentros con la parca pero me le escapé”, anota risueñamente antes de ponerse más serio: “Yo digo que la muerte no es una. Vas agregando muertes al alma y la última es la que te voltea. Cada muerte de mis amigos y de mi familia la almacené en el alma. La de Favaloro fue una de mis muertes, la de [Juan Manuel] Fangio, la de Froilán [González], que eran amigos; la muerte de mi hermano, que no pude ver ni enfermo ni muerto por el Covid”.
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A pesar de los sinsabores tempranos de su infancia y los más recientes, Landriscina conserva su espíritu jovial, a los 86 años y aunque retirado formalmente de los escenarios, suele subirse otra vez a ellos cuando lo convocan para juntar fondos para alguna buena causa, como sucedió hace unos días en Rosario.
“Gracias a YouTube muchos chicos jóvenes me piden fotos en la calle”, dice orgulloso el maestro que se ha convertido en una verdadera estrella de ese sitio internacional para compartir videos y sorprende la atracción que también genera en TikTok.
Por lo visto, su forma tranquila y sin excitación para comunicarse con la audiencia no ha perdido vigencia y sigue rindiendo tantos frutos como para alcanzar también a las nuevas generaciones.
En su cuenta propia de YouTube, que tiene 138.000 seguidores, presenta videos de muy cuidada factura, en los que no solo continúa mostrando sus habilidades como charlista risueño, sino que también abre el espacio a artistas que interpretan algunos de sus temas. Es el caso del cantautor santafesino Diego Alberto que interpreta la canción “El que no atiende, no entiende”, que Landriscina compuso con Antonio Tarragó Ros.
El tema introduce al capítulo de la famosa “grieta” que divide tan tajantemente a los argentinos. Landriscina tiene la teoría, y así lo expresa en la letra de la canción, que muchos de los desencuentros se deben a que no prestamos atención cuando habla el otro. “Nos falta voluntad para escuchar”, apunta. Y agrega: “Hay mucho celo político en reconocerle virtudes al otro. La gente, cuando juzga, nunca es para absolver, es siempre para condenar”.
Otro tema musical también de su autoría, en este caso “La culpa”, interpretado por Lucía Ceresani, amplía la cuestión. “Nos falta grandeza para reconocer lo que está bien”, dice.
Le preocupa la pérdida de la cultura del trabajo y los efectos de la mala alimentación en los primeros años de vida. “Necesitamos que los chicos estén bien nutridos; los dos primeros años son básicos”, remarca.
También hay espacio en el programa para repasar situaciones jocosas que suceden durante la preparación de las fiestas de fin de año. Landriscina apela a su lado más histriónico y se compenetra de cada papel. También busca entonaciones y gesticula cuando repasa los entuertos entre suegras y nueras. Y, obviamente, hay un momento para evocar a Don Verídico, uno de sus personajes más entrañables.
“Tengo las cuerdas vocales embromadas -anuncia- y me quedo afónico cuando hablo mucho”.
Guadalupe Mancebo, su esposa, le acerca discretamente un mate. El año que viene cumplirán 60 años de casados. “La patrona -cuenta- me alcanza el mate para que no me fallen las cuerdas vocales”.
Don Luis informa, asimismo, que con la pandemia escribió mucho. “Me quedan cosas por hacer”, avisa que seguirá tan activo como hasta ahora.
Hablemos de otra cosa se emite los sábados, a las 22, por LN+.
LA NACION