Sebastián Zuccardi representa a una generación de winemakers comprometida con demostrar que Argentina tiene potencial para seguir sorprendiendo con sus vinos a partir del viñedo. Reconocido como una de las personalidades del vino más influyentes de Mendoza, no detiene su búsqueda de la esencia de cada uno de los terruños donde trabaja.
—¿Cómo pensás que evolucionó el rol del enólogo argentino en los últimos años?
—Me parece difícil separar el rol del enólogo del agrónomo y tenemos que hablar más del hacedor de vino (winemaker). Antes el enólogo era una persona ligada solamente a la bodega pero actualmente esa división con el viñedo ya no es tan fuerte. Hoy el enólogo debe conocer de dónde viene la uva, debe conocer el viñedo. Otra cosa que ha pasado es que muchos agrónomos (como es mi caso y el de tantos otros) hemos entrado en la bodega. Yo realmente no creo tanto en la figura de enólogo o agrónomo, sino que creo más en una persona que hace vino y que para eso necesita un conocimiento, no siempre técnico, del lugar, del manejo del viñedo y de la bodega. Estoy convencido de que es imposible tomar decisiones enológicas recién cuando la uva llega a la bodega ya que la información que tenés es muy poca. Creo que todas las decisiones de vinificación se deben tomar en el viñedo.
—Te convertiste en una de las figuras más relevantes de la vitivinicultura local. ¿Qué sentís que hiciste distinto para llegar a ese lugar?
—Antes que nada, yo soy consecuencia de una historia y una familia que lleva tres generaciones trabajando en un lugar. Por esto creo que no he hecho algo yo solo sino que tiene que ver con el trabajo de una familia y de un equipo. Pero si tengo que decir cuál fue el aporte más importante creo que fue valorizar el terruño, dejar de buscar el vino perfecto y pensar en vinos que cuenten la historia de un lugar, la filosofía de una familia y la característica de la añada. Pensar en la identidad de los vinos, en la unidad.
El poder compartir en un viñedo o alrededor de una mesa los vinos y las historias de la gente con la que pude trabajar me llenó de inspiración y energía.
—Tenés en tu haber unas cuantas vendimias en Argentina y en otros países. ¿Qué es lo que más disfrutás del tiempo de cosecha?
—Siempre recuerdo la generosidad del vino y las personas, no importa el lugar. El vino tiene un idioma diferente que tiene que ver con la pasión, con el dar y eso me ha llevado a que estos viajes hayan sido clave en mi forma de ver y vivir el vino. El poder compartir en un viñedo o alrededor de una mesa los vinos y las historias de la gente con la que pude trabajar me llenó de inspiración y energía. Aprendí que el lugar es indivisible de las personas.
—En materia de terruños, ¿cuáles son tus favoritos de Argentina y por qué?
—Soy un productor trabajando y apasionado por un lugar pero, si tengo que elegir, elijo el Valle de Uco y allí tres lugares que me gustan mucho como Paraje Altamira, Gualtallary y San Pablo. Los elijo por la personalidad particular de sus vinos, que son una combinación única e irrepetible del paisaje, clima, suelo y de quienes cultivamos la vid ahí. Pero siento que esas tierras tienen una energía que se transmite al vino.
—¿Cómo convencerías de beber vino argentino a alguien que nunca lo probó?
—Con un buen asado para mostrarle nuestra cultura y con vinos que muestren lugares y personas. El vino es consecuencia de una cultura y hay que reflejar la experiencia completa.
—¿Qué vinos tomás más allá de los propios y cuáles sentís que te influenciaron más?
—Mi vida es el vino. Soy un apasionado y me gusta visitar lugares, compartir con otros productores y viajar a través del vino. Trato de probar mucho y sería injusto hablar de un solo lugar o de un solo productor pero sin dudas Borgoña y Barolo como clásicos me influenciaron mucho. Sin embargo, destinos como Jerez, Sicilia, Galicia o Tenerife han sido muy importantes para abrir la cabeza, inspirarme y llenarme de energía.
—¿Qué legado te gustaría dejarle a la vitivinicultura nacional?
—No creo en los legados, creo en el trabajo en conjunto, en la búsqueda de desarrollo de una región. Cada generación debe ir dejando a la que viene en un escalón más arriba del que partió y, en vez de marcar diferencias, hay que procurar la suma, el apoyo, las construcciones comunes, evangelizar. Gracias al trabajo de la generación anterior, la nuestra se está pudiendo enfocar mucho más en el conocimiento y la expresión de los lugares, mostrando que Argentina tiene un potencial de identidad muy fuerte. En ese sentido, estamos reafirmando al Malbec como el mejor vehículo de expresión, pero comprendiendo que el camino es de unicidad e identidad.
Esta nota se publicó en el especial LAS NUEVAS CLAVES DEL VINO Vol. #2 de Revista BRANDO.
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