"¿Querés ver cómo hago una figura?", dice con voz muy bajita. Sin esperar respuesta y con un movimiento ágil, se pega la pierna derecha a la oreja y se queda unos segundos estática. Estira el pie que tiene en el piso y se queda inmóvil en puntas, sobre su dedo gordo. Y sonríe, mientras su hermano menor pide ver la pantera rosa en el televisor del living. Todo esto sucede en el piso siete de la torre K delbarrio Ejército de los Andes, conocido como Fuerte Apache. El departamento lo vigila Rinti, un ovejero alemán que solo deja de ladrar cuando Zaira lo acaricia.
Zaira Quiroz Camacho tiene ocho años, es muy delgada e introvertida, y comenzó el segundo año del Instituto Superior de Arte del Teatro Colón, donde estudia para ser bailarina. Es la octava de nueve hermanos que viven con sus padres, Sandro y Elizabeth.
Su rutina parece imposible para una niña, pero las ganas de cumplir el sueño de formar parte del Ballet Estable del Colón hace que todo sea más fácil. Todos los días se levanta a las cuatro de la mañana y toma un desayuno muy nutrido para emprender su viaje desde el barrio hasta el Teatro Colón. Allí ensaya hasta el mediodía y luego vuelve a su casa para ir al colegio. Hay días en los que Zaira solo duerme tres o cuatro horas; a veces, su mamá Elizabeth decide pagar una noche de hotel en el centro para viajar menos, descansar un poco más y así rendir mejor. El esfuerzo económico que hace la familia para acompañar el sueño de su hija es muy grande, y por momentos se vuelve cuesta arriba.
En puntas de pie
Con apenas seis años, Zaira usaba la computadora de la familia para buscar videos. Cuando Elizabeth se detenía a mirarla, ella estaba dando algunos saltitos en puntas de pie, imitando a una bailarina que hacía una coreografía en la pantalla. "¿Por qué hacés eso, Zaira? ¿De dónde lo sacaste?", le preguntaba. Con el paso del tiempo, supo que miraba a Maya Plisétskaya, la brillante bailarina rusa que en ese video interpretaba El lago de los cisnes. Zaira se pasaba horas copiando los pasos, imitando los saltos e imaginando cómo sería la vida de una bailarina.
¿Cómo decidiste llevarla a tomar clases de danzas?
Elizabeth: Hubo un momento en que uno de sus hermanos, Seth, me dijo: "Mami, tenés que llevar a Zaira a que aprenda a bailar". Hasta ese momento yo no lo había pensado, pero decidí hacerle caso. Busqué opciones, llegué a la Fundación Julio Bocca, tomó algunas clases y se formó en sus primeros pasos. Aprendió mucho, pero llegó un momento que quiso que le exigieran más".
Íbamos juntas en colectivo y un día pasamos por el frente del Colón. Le conté qué era y me dijo: ¿Ma, y por qué no me traés a bailar acá?
¿Cómo llegaron al Colón?
Elizabeth: Tomaba clases en el centro, íbamos juntas en colectivo y un día pasamos por el frente del Colón. Le conté qué era, y me dijo: ¿Ma, y por qué no me traés a bailar acá? Mi marido y yo nos habíamos quedado sin trabajo en 2015 y la situación era muy compleja, pero decidí hacer el esfuerzo por ella. Cuando fui a inscribirla, escuché una charla entre madres: algunas nenas venían entrenando hacía un año, otras eran hijas de bailarinas. Yo me puse renerviosa y dudé en anotarla, pero en el teatro me dijeron que no exigían entrenamiento previo. Así que lo hice.
Zaira, elegida entre 200
"Yo voy a quedar, mami, vos quedate tranquila". Las palabras de Zaira tenían una seguridad que Elizabeth no comprendía. Desde el minuto uno ella, con su pelo lacio largo y el cuerpo delgadísimo, estuvo segura de que iba a pasar las pruebas para el ingreso. En ese proceso de admisión se presentaron 200 chicas de entre ocho y once años: en la primera prueba física, el médico le dijo a Zaira que tenía las medidas "perfectas" para bailar y una elasticidad y elongación pocas veces vistas. Elizabeth le dijo a su hija que si no era elegida no se preocupara, que lo intentarían al año siguiente. Con los ojos vidriosos, reconoce que se sintió mal por no haberle podido brindar un entrenamiento previo.
"Era muy triste sentir que ella no estaba en igualdad de condiciones. Eso me ponía nerviosa, pero después entendí que, de algún modo, ella sola se preparó", cuenta emocionada Elizabeth.
"Primero nos pusieron un número a cada una. En la primera prueba nos pesaron, midieron, nos hicieron estirar las piernas y elongar. En la segunda nos midieron empeine y nos hicieron hacer algunos saltos. Fui pasando y cada vez éramos menos, hasta la selección final, que quedamos 15 chicas y 2 varones", recuerda Zaira mientras le da un abrazo a su hermano más chico y prepara las puntas para hacer una foto.
Tuve la sensación de que Zaira había encontrado su lugar en el mundo. Cuando me abrazó, me dijo ‘mami, yo de acá no me quiero ir más’. Y para mí, eso fue suficiente
La primera clase que tuvo en el Teatro Colón, Elizabeth la esperó afuera. Cuando la vio salir con una sonrisa enorme y dando saltos, supo que ese era el lugar donde quería estar su hija. La vio diferente, transformada. "No me voy a olvidar nunca de su cara. Estaba feliz de una manera que no había estado nunca, tuve la sensación de que Zaira había encontrado su lugar en el mundo. Cuando me abrazó, me dijo ‘mami, yo de acá no me quiero ir más’. Y para mí, eso fue suficiente".
La educación en el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón abarca desde el estudio del idioma francés, hasta la historia de la música, aprender a tocar un instrumento y por supuesto, la preparación física y técnica en la danza.
Esfuerzos que valen la pena
En la casa de los Quiroz son nueve hermanos y si bien algunos se vieron obligados a modificar su rutina, todos están muy orgullosos y siempre dispuestos a darle una mano a Elizabeth para llevarla a entrenar. El día a día no es fácil: a la mañana salen muy temprano, cuando a veces ni siquiera salió el sol; el barrio a oscuras se vuelve peligroso, incluso han pasado alguna situación de tensión por intentos de robo. Para llegar a las 7 de la mañana al teatro se levantan a las 4 o 4.30 y se toman un colectivo; si el tránsito es complicado y ven que no llegan, se toman un colectivo más y el subte. El viaje dura entre hora y media y dos horas, y lo mismo para volver a Fuerte Apache para que Zaira vaya al colegio.
"El año pasado fue difícil, no esperábamos tanta competencia de las demás nenas. Hubo compañeras que le rompieron las medias, la encerraron en el baño y le dijeron cosas horribles por el barrio en que vivimos. Imaginate que para mí comprar medias nuevas es un esfuerzo enorme… Pero bueno, Zaira se volvió más fuerte, ahora se planta y eso me enorgullece", cuenta Elizabeth con una mezcla de bronca y fortaleza.
La rutina es dura y agotadora, pero el objetivo es claro y las dos saben que no se van a dar por vencidas. Hay días en que Elizabeth no da más, y cuando esperan el colectivo, se relaja en un banco para descansar unos minutos. Mientras, Zaira se para en el cordón de la vereda y practica pasos de baile. No para ni un segundo, ni siquiera en la madrugada y tras dormir muy poco.
Sumado al esfuerzo físico y al exigente entrenamiento, la dieta es bastante estricta y en el menú es necesario incorporar proteínas, vegetales y carnes.
Por eso, sus padres hacen un esfuerzo muy grande para comprarle lo que necesita y que coma la menor cantidad de grasas posible. La profesión de Sandro, el papá, ayuda, porque trabaja en gastronomía y aporta ideas para que la alimentación sea completa y saludable.
El futuro
Todo lo que viene por delante para esta pequeña gran bailarina es prometedor. Los profesores y maestros del Colón que pudieron evaluar a Zaira sostuvieron que las condiciones que tiene son únicas, sobre todo por no haber tenido ningún tipo de preparación o entrenamiento. En ese grupo se incluye Karina Olmedo, primera bailarina del Ballet Estable del Teatro Colón desde los 16 años y otra gran referente de la pequeña. "La conocí cuando tomaron la prueba el primer día y fue muy buena y generosa. Ese día salí feliz de la audición", cuenta Zaira.
En el Teatro Colón la formación es gratuita, pero todos los gastos que van de la mano corren por cuenta de la familia: la malla, las medias, las puntas y la formación externa. Durante el verano que pasó, los padres decidieron pagar clases particulares de danza para que perfeccione la técnica. "Sé que le falta un enorme camino, sobre todo en la técnica. Son ocho años para terminar el ciclo y llegar a donde quiere llegar", asegura la madre, orgullosa. A fines del año pasado, Zaira fue elegida para bailar en El Cascanueces, una obra infantil. En uno de los asientos, Elizabeth la vio brillar en el escenario. Tal vez, la primera de muchas veces más.
Zaira agradece a su abuela Luz Angelica, Diego Achili, Andrea Picasso y Marcela Shciliro, cuatro personas que la acompañan y ayudan para que pueda cumplir su sueño
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