Yves Saint Laurent: el ultimo gigante
Decadente, caótico, autodestructivo y manipulador, Saint Laurent es un artista que revolucionó la alta costura. Pero ahora su imperio tambalea. Sus líneas de inspiración excesiva ya no coinciden con el nuevo estilo, absolutamente racional, de la moda
Yves Saint Laurent, el más grande diseñador de moda vivo, no sabe cuándo llegó el momento de retirarse. Es un hombre extremo. Si alguien le regala su marca favorita de cigarrillos, Peter Stuyvesant, no hay manera de detenerlo. "Fuma 150 por día", dice Pierre Bergé que, como cerebro comercial de Saint Laurent y como la persona más próxima al creador durante los últimos 42 años, lo ha visto pasar por excesos casi fatales. Y esos excesos no se limitan a las drogas y al alcohol. "He tenido una extraordinaria vida sexual", me confesó Saint Laurent en septiembre último. Sin duda, con mirar la delgada figura de Saint Laurent en las décadas del 60 y 70, cuando se hizo fotografiar desnudo para una publicidad de perfume, basta para advertir su extraordinaria energía. "Salvaje, malhablado, verdaderamente divertido." Así lo describía Karl Lagerfeld.
En la actualidad, Saint Laurent rara vez sale de su departamento de la Rue de Babylone. Su imagen pública es la de un solitario con los nervios destruidos, mandoneado por el agresivo Bergé. Hoy resulta difícil imaginarlo como el hombre que hacía morir de risa a sus amigos o que provocaba tan despiadadamente a Bergé -entonces su amante-, que una vez éste lo corrió por una escalera, cuchillo en mano. Recordando el departamento de la Place Vauban que Saint Laurent compartía con Bergé durante la década del 60, su amigo Klossowski -hijo del pintor Balthus- dice: "Yves tenía un cuarto diminuto, con una puerta batiente y una ventana, muy angosta, para escaparse. Nadie sabe adónde iba".
¿Y cómo describir el efecto que causa entrar en su departamento de la Rue de Babylone? ¿Cómo hizo este hombre, entre todos esos cigarrillos y bebidas y escapes por la ventana, para tener la energía suficiente, no sólo para acumular un Goya, un par de Picasso, un Matisse, un Ingres, una colección de camafeos superada tan sólo por la de Catalina la Grande, sino también para disponer todo eso de manera que refleje tan perfectamente la compleja personalidad del coleccionista? La respuesta es que Saint Laurent es muy fuerte. Es cierto que ha sufrido y que con frecuencia se lo describe como una planta frágil, pero en realidad sus sufrimientos son más bien los de un roble que los de un sauce. Y en ningún aspecto Saint Laurent es más excesivo que en su talento. Los vestidos Mondrian, los smokings, el look safari, el estilo militar que creó para Catherine Deneuve en Belle de jour, eldesfile de 1940, realizado en 1971, que enfureció a todo el mundo. Saint Laurent no creó tan sólo la silueta de hombros cuadrados que reemplazó al trajecito Chanel, sino que la impuso en el mundo. Y siempre que estuvo en un estado desastroso, por drogas o alcohol, o metido de cabeza en una relación amorosa destructiva, conservó fuerzas para crear.
Saint Laurent tiene ahora 64 años. Tenía 21 cuando saltó a la fama como sucesor de Christian Dior. Desde entonces, ha vivido en una suerte de adolescencia perpetua, rodeado por los mismos amigos durante 30 o 40 años, protegido por el mismo hombre y adorado por una serie de perritos que reciben, uno tras otro, el mismo nombre. "Para Yves todo debe ser siempre igual -dice Bergé, sonriendo-, porque tiene miedo de que las cosas puedan reemplazarse." Esta negativa a admitir las pérdidas normales de la vida ha marcado a Saint Laurent con una inocencia permanente. "Yves vive en las nubes", dicen todos sus amigos. Pero eso no explica por qué un chico flaco de Orán, Argelia, consiguió ser una estrella a los 21 años ni tener su propia casa de modas a los 25. "Ambición, ambición y ambición", dice otro amigo de Yves, el diseñador Fernando Sánchez.
Durante la década pasada, la gente le prestó más atención a la apariencia de Saint Laurent que a su persona. Estaba tan mal a principios de la década del 90 -aletargado por los tranquilizantes e hinchado a causa de las 25 Coca-Colas diarias que bebía en vez de alcohol-, que a veces Bergé tenía que empujarlo para que subiera a la pasarela después de los desfiles.
Aunque las colecciones presentadas por Saint Laurent en los años 90 fueron casi todas reediciones de sus mayores éxitos, hubo otros diseñadores capaces de dar un giro moderno a sus estilos clásicos, y ninguno más capaz que Tom Ford, que convirtió a Gucci en la marca más moderna. A fines de 1999, Gucci compró la empresa Saint Laurent. La venta, de casi mil millones de dólares, dio a Gucci las divisiones de confecciones y fragancias; Saint Laurent y Bergé sólo conservaron la casa de haute couture. La transacción concitó gran atención de los medios, no sólo por la cifra involucrada, sino también por sus resonancias simbólicas. Ford representa todo lo nuevo y excitante; Saint Laurent, lo envejecido y passé.
Bergé insiste en que Saint Laurent no rivaliza en absoluto con Ford: "Yves nunca ha visto siquiera un vestido de Gucci -dice-. Para él, no existen". Pero en julio último, cuando Saint Laurent presentó su desfile de otoño, con Ford sentado en primera fila, todos sus amigos advirtieron que el diseñador lanzaba un desafío. Las ropas que mostró eran casi pecaminosas, con los traseros desnudos que se entreveían a través del encaje. Cada modelo parecía una lección de chic francés. Y el día del primer desfile de confecciones de Ford, el 13 de octubre, cuando todos suponían que Saint Laurent estaba en Marruecos, se encontraba en realidad a pocas cuadras, en su casa de la Rue de Babylone. Bergé dijo que había regresado a París simplemente por el calor. Pero Madison Cox, un norteamericano amigo de ambos desde la década del 80, afirmó: "Creo que todo este asunto de Gucci tiene muy inquieto a Yves. Cualquiera lo estaría, como cuando en el barrio aparece un chico nuevo al que todo el mundo adora".
¿Por qué ocuparnos ahora del mundo de Saint Laurent? Porque de su vida irracional y extrema salió la moda más coherente. Porque hemos entrado en la era de Ford, el racional, un hombre que describe su trabajo como "una interpretación del estilo del mundo, convirtiéndolo en cosas que la gente desea". Tal como dice John Fairchild, el ex editor de Women´s Wear Daily: "Tom es totalmente seguro, y el punto fuerte de Saint Laurent es que es totalmente inseguro". Esta transición señala el final de una época, de un desfile de talentos que empezó con Poiret y Chanel, siguió con Schiaparelli, Dior y Balenciaga y termina con Saint Laurent. Todas ellas eran personas originales, en cierto grado raras, que cambiaron la manera de vestir de las mujeres.Y ninguno lo hizo con mayor claridad y furia autodestructiva que Yves Saint Laurent.
Después de presenciar el show de octubre de Tom Ford, un desfile frío, en blanco y negro, Bergé subió a su auto y llamó a Saint Laurent. "El quería conocer mi opinión -dice-, y yo se la dije. Pero no se la diré a usted." De todos modos, la gente de Saint Laurent estaba jubilosa. La prensa juzgó el desfile como un suceso "tibio".
En París, muchos opinan que, aunque Bergé y Saint Laurent hayan vendido el negocio, no piensan abandonar. En septiembre, empezaron a vender algunos artículos en la boutique que conservan en la Rue Faubourg Sain-Honoré. La gente de Gucci no estaba precisamente encantada. Ford se ha encontrado con Saint Laurent en cuatro ocasiones, y dice que ambos se llevaron bien. Por lo que parece, sin embargo, esas reuniones fueron puramente de cortesía. Sin duda, Gucci manejará el negocio mucho mejor que Bergé. "Bergé cuidó mucho a Yves -dice un amigo-, pero cuidó menos el negocio." El punto fuerte de Ford es que no se limita a los viejos métodos. Es incapaz de pasarse toda una noche perfeccionando un bolsillo, como Saint Laurent. Da a sus clientes lo que quieren: ropas que les quedan bien, que funcionan como objetos de status. Y es un buen especialista en marketing. Sus boutiques, sus avisos, todo transmite el mismo mensaje: limpio, cool, sexy.
El hecho de que Ford no sea un diseñador del calibre de Saint Laurent sólo le importará a la gente con memoria. Su ropa se verá diferente a la de Saint Laurent: carecerá del impulso poético y romántico, de la energía vital que tan desenfrenadamente Saint Laurent puso en sus creaciones.