Heredero de una familia de regatistas, encabeza una cruzada ambiental para fomentar la creación de áreas marinas protegidas y difundir la necesidad de preservar el planeta
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Su nombre ganó popularidad cuando empezó a circular en los medios como el novio de Juana Viale, el hombre con quien la nieta de Mirtha Legrand se atrevió a atravesar el océano en velero hace pocas semanas en una cruzada de concientización. Pero Yago Lange es mucho más. A sus 35 años, fue regatista olímpico -afición que heredó de su padre, el reconocido medallista olímpico Santiago Lange- y es un experto en cuestiones ambientales, sobre todo en lo que se refiere al cuidado de las aguas del planeta. Un aventurero que, desde su épica, interpela a la ciudadanía y a sus gobernantes.
“No me voy a dormir tranquilo, lo que veo me preocupa”, dice. Ante un escenario que más adelante definirá como “aterrador”, decidió no quedarse de brazos cruzados. Antes de que llegue fin de año, de hecho, en el Senado debería aprobarse un proyecto que ya tiene media sanción de la Cámara de Diputados y que lo cuenta como principal impulsor.
“Tiene que salir, estoy juntado firmas para eso”, explica respecto de esa ley que subsanaría algo de todo lo que se ha hecho mal en torno a determinadas protecciones ecológicas. “Me enorgullece decir que soy un exdeportista olímpico, no me gusta que me digan ‘activista’ ni ‘ambientalista’; soy una persona que ama el agua y la naturaleza y hago proyectos para conocerlas y protegerlas”, dice.
Yago Lange, cuyo apellido es bien conocido en la zona de San Isidro, llega a la entrevista con LA NACION en bicicleta. “No tengo auto”, comenta con orgullo, como si fuera una declaración de principios.
La charla comienza en el andén de la estación Las Barrancas del Tren de la Costa y se desarrolla durante una caminata que llega a un parque ribereño desde donde se aprecia la majestuosidad del Río de la Plata, la silueta recortada de esa Buenos Aires sobredimensionada de cemento y smog. “Basta con mirar alrededor para darnos cuenta de todo lo que hacemos mal, de lo que contaminamos”, insiste Yago.
En cuanto a su presente, asegura: “Hago deportes, pero ya no me entreno como para ir a las Olimpíadas”, remarca para que no queden dudas sobre dónde está hoy su foco. En 2016 participó de las Olimpíadas en Río de Janeiro y luego cumplió con el ciclo previo para descollar en las de Tokio en 2020. “Veníamos muy fuerte con mi hermano, llegamos a estar terceros en el ranking mundial, ganar eventos internacionales, hasta lograr la medalla de plata en los Panamericanos”, recuerda. Sin embargo, ese derrotero se vio atravesado por otros intereses: “Comencé a involucrarme en temas ambientales, me distraje, y ya no pude compaginar las dos cosas”.
Todo empezó en 2018, cuando navegando por el Río de la Plata, con Klaus, uno de sus hermanos, Yago Lange chocó literalmente contra un montículo de desperdicios. Su vida cambió.
“Se hizo evidente eso de estar rodeado de basura, algo que se fue incrementando con el tiempo. Hoy mismo, cuando estoy en el agua, observo cómo la contaminación avanza”, explica. “Aquello me llevó a convocar, desde mis redes sociales, a una limpieza masiva. Luego de esa experiencia me replanteé qué hacer; a pesar que mi realidad, viajando por el mundo compitiendo, era buenísima”.
Esa suerte de despertar motivó su propia investigación sobre la temática. “Me di cuenta de que los temas del agua necesitaban acción y me dije ´acá estoy´”.
En la caminata con LA NACION, bordea la costa y hace notar aquellos signos menos evidentes de la contaminación. “Detalles” no menores que se sobredimensionan luego de una sudestada con los deshechos que dejan las aguas del río sobre la ribera. Una especie de “devolución” de la naturaleza de aquello que el ser humano le suma para contaminarla.
Conversar con este hombre que se alimenta con lo que nace de su propia huerta anclada en el jardín de su madre, implica un replanteo de acciones naturalizadas. “Gran parte de la basura que vemos en el río viene de la ciudad, donde los tachos están al lado de las alcantarillas. La gente tira basura a la calle, los perros rompen las bolsas y el sistema de residuos no está bien definido, eso hace que todo llegue a las alcantarillas y de ahí al río”. Sentido común. Tan a la vista y, sin embargo, ausente ante la mirada de la mayoría de la gente.
“Participé en más de 300 acciones de limpieza, pero uno llega a un parque y ve que el tacho de basura está colocado a metros del río, donde un viento puede volcarlo y hacer que los desperdicios caigan al agua”, remarca Yago.
En 2019, en una de esas jornadas de limpieza con decenas de colaboradores voluntarios, juntó 10.000 kilos de basura en el Delta. “Es una realidad que se ve en toda la costa”, dice. Y subraya que “no solo es un problema lo más visible, como las botellas de plástico, sino también los pequeños pedacitos, como el microplástico o las partículas de telgopor”. Explica, también, que muchas marinas están realizadas con ese material y que flotan sin ser recubiertas para su protección. “Están en contacto directo con el agua, el telgopor se va descomponiendo y esas partículas muy pequeñas que se separan van contaminando”.
A veces, a Yago le cuesta conciliar el sueño y su ánimo no siempre es el mejor. “Me voy a mi casa y hay algo de efecto negativo cuando uno ve que no hay soluciones”, comparte. Pero como un Quijote de la aguas, él también va detrás de sus molinos de viento buscando crear otra realidad.
Epopeya de los mares
“Fue una experiencia alucinante vivir a bordo”, cuenta sobre su última hazaña deportiva, que vivenció junto a cuatro compañeros de travesía, entre ellos su novia, Juana Viale.
La pasión por las regatas y la navegación a vela, sumada a su preocupación por el cuidado ambiental, lo llevaron a desarrollar la aventura de atravesar el Océano Atlántico, en una experiencia que resultó mucho más que un acto de supervivencia. “El barco se transforma en tu propio planeta; se trata de aprender a convivir allí”, dice Yago.
-¿Cómo se aplicó esta concepción en la práctica?
-Aún nos falta poder comprar una desalinizadora de agua, pero ya viajamos con paneles solares para generar nuestra propia energía; racionalizamos los alimentos, porque no había un supermercado en el medio del mar; estuvimos atentos a los vientos para movilizarnos con las velas. Se trata de estar en sintonía con los recursos que se tienen.
La embarcación tenía dos tanques de 500 litros de agua para satisfacer las necesidades esenciales: “No usábamos el agua libremente, reducíamos la cantidad de baños, y tampoco se podían encender las luces porque sí, ya que, de noche, los paneles solares no funcionan”.
En cierta forma, algunos hábitos aplicados serían los pertinentes en la vida cotidiana de cualquiera. “Lo que hacíamos en el barco es lo que todos deberíamos hacer en nuestras casas”. Es decir, cuidar los recursos.
El trecho desde Barcelona a Gibraltar llevó seis días; de ahí, en igual cantidad de tiempo, Lange y los suyos llegaron a las Islas Canarias. En nueve días más, pudieron avistar Cabo Verde y, finalmente, 16 días sin tocar tierra, desde Cabo Verde hasta el archipiélago Fernando de Noronha, en Brasil.
En la cuenta de YouTube Blue Ocean Sailing se puede ver parte del itinerario con Juana Viale ejerciendo el rol de narradora. Las imágenes son realmente poéticas.
-Más allá de los impactante, ¿hubo algún momento crítico?
-Sí, navegando la costa brasileña atravesamos una situación particular y, en el océano, hubo que pasar por olas enormes. Sin embargo, lo grave era tirar una red por la superficie durante una hora y, al levantarla, encontrarnos con microplásticos, algo que consumen los animales y que, en consecuencia, ingresa en la cadena alimenticia. Una tormenta eléctrica fue lo de menos, la incidencia de los humanos en las aguas resultó la constatación más peligrosa.
-¿Cómo fue la logística del periplo?
-Nos dividíamos las tareas. Mientras algunos hacían guardia para no perder el rumbo, otros dormían y otro podía estar cocinando. Nos rotábamos.
-El clima también habrá sido un escollo a sortear.
-Cuando cruzamos el Ecuador, el calor era de verdad agobiante.
-¿Cómo se organizaban dentro de una superficie tan pequeña?
-Las diversas personalidades ayudaron a una gran convivencia.
-Ser pareja de Juana Viale y que ella haya participado del derrotero, ¿ayudó a visibilizar las temáticas sobre las que estás trabajando?
-Ambos creemos en la importancia del cuidado ambiental; Juana es muy mediática y ella usa su voz para hablar sobre estos temas; le encanta navegar y ya sumó muchas millas, está aprendiendo un montón. Cuando damos a conocer lo que hicimos, claramente hay una intención buena detrás.
-¿Cuándo nació el proyecto del cruce?
-El año pasado, cuando fuimos a navegar a Isla de los Estados, con el propósito de difundir el tema de áreas marinas protegidas.
-Entiendo que la preparación física previa debe ser fundamental.
-Sí, pero también hay que trabajar sobre lo mental y la predisposición.
-No se trata de un tipo de experiencia que todo el mundo pueda llevar a cabo, requiere de cierta emocionalidad muy trabajada, ¿no?
-Uno nunca está listo, el mar es imprevisible, jamás lo vamos a dominar, pero la predisposición es importante y eso estuvo presente en todos nosotros.
El navegante reconoce que en el cruce se dieron “conversaciones alucinantes” y que, gracias a un sistema de internet satelital, pudieron mantener charlas en vivo con diversos colegios. “Compartíamos la experiencia con los chicos, les mostrábamos, en tiempo real, el microplástico que sacábamos del agua. La idea era que la pata de la educación estuviese presente”.
Además de Yago Lange y Juana Viale, participaron de la travesía Marko Magister (fotógrafo y camarógrafo), Sebastián Vereertbrugghen (fotógrafo y camarógrafo) y Mary Sackmann (redes sociales). “Hoy puedo decir que el barco es mi casa y que no se trata solo de navegar”.
Desvelo
Por estas horas, Yago Lange está trabajando en torno a las áreas marinas protegidas, que existen tanto a nivel nacional como internacional. “Hay 53 parques nacionales en tierra y solo tres áreas marinas protegidas nacionales en Argentina”. Suena a poco.
-¿Cómo se revierte esta realidad?
-Los que conocen del tema, científicos y biólogos, sostienen que para el año 2030 tiene que estar protegido el treinta por ciento de las costas. Hoy, en la Argentina, ese porcentaje es menor al diez por ciento.
-Concretamente, ¿cuál es tu cruzada actual?
-Estoy apoyando la creación del “área protegida marina agujero azul”, que se aprobó en Diputados, pero aún falta la aprobación de Senadores para convertirse en ley. Si antes de fin de año no se vota esta ley, se cae todo el proceso, por eso estoy buscando hacer público este tema para recibir el apoyo ciudadano.
En change.org se lanzó una campaña que lleva más de 20.000 firmas. “La idea es sumar la mayor cantidad posible de adherentes para exigirles a nuestros senadores que traten y aprueben la ley”.
-¿A qué te referís cuando hablás del “agujero azul”?
-Se encuentra en la milla 200. Allí hay barcos internacionales pescando en nuestro fondo marino. Incluso, las aguas pueden ser internacionales, pero la plataforma marina le corresponde a la Argentina. Si logramos proteger eso, podemos defendernos de la pesca internacional. Nuestras aguas están siendo arrasadas por las flotas chinas, españolas, coreanas; ¿qué estamos haciendo?
Suelen aparecer imágenes de “ciudades” encendidas en el mar. Se trata de los barcos que, ilegalmente, usurpan las aguas nacionales con la consecuente depredación y con los daños irreparables en el ecosistema. “No vemos lo que pasa en el mar, no estoy en contra de la pesca, pero promuevo que se regule y pesque mejor”.
Lange se refiere no solo a la substracción y el saqueo, sino también a los modos con los que se lleva a cabo la práctica. “En Península Valdés hay 20.000 kilos de plástico en una playa”.
-Las imágenes en torno a este tema son impactantes, hablan de una catástrofe ambiental.
-Desde que se visibilizó, hace dos años, hubo muy poco accionar de parte del gobierno de Chubut. ¿Cómo nos manejamos ante un bien común?
-Las cajas de plástico que se ven esparcidas en la playa, ¿pertenecen a la actividad pesquera?
-Sí, a la pesca de arrastre, del langostino.
En un documental que realizó con LA NACION puede apreciarse cómo se manipulan abordo desprolijamente esos cajones plásticos, muchos de los cuales terminan cayendo al mar. “La carga y descarga en los puertos también es un tema a pensar. En Rawson, en temporada de pesca, se cargan 80.000 cajas por día y la forma en la que se hace no se puede creer”.
Desde ya, la agresión al equilibrio ambiental y la protección natural implica el amparo de la fauna. “En las playas de Chubut se ven a los elefantes marinos con las panzas lastimadas, los pingüinos nidifican entre las cajas de pesca, los animales conviven con plástico; en otro lugar donde habitan pingüinos hemos sacado más de diez mil kilos de basura, pero se tardó más de un año en que sean recogidos por el gobierno”.
A pesar de lo dramático de la situación, Lange afirma categórico: “Esto es lo que se ve, solo la punta del iceberg”.
-¿Cuál es el problema en torno a la pesca de arrastre?
-Es como si, desde un helicóptero, tirásemos una red en un parque con la finalidad de recolectar solamente margaritas, pero esa red es enorme, terminaría destruyendo todo, desde árboles hasta pájaros que quedarían atrapados. En el mar, las redes se arrojan y arrastran, pero no solo sacan langostinos, más del treinta por ciento de lo que levantan lo descartan porque no es el propósito de esa pesca y, gran parte de eso, vuelve muerto. Además, en el arrastre, se destruye el fondo marino, que es el hábitat de los animales. El problema es que eso no lo vemos. Falta una colaboración entre la industria y las políticas públicas con una mirada del mar mucho más respetuosa y cuidadosa.
Para despejar cualquier duda, Lange asegura: “No aspiro a ningún cargo público ni político, no estoy haciendo campaña, lo que busco es proteger porque amo el agua, la naturaleza, y siempre voy a estar ayudando en causas nobles, me interesa abrir el debate”.
-¿Has recibido alguna intimidación por darle visibilidad a algunos de estos temas que tocan intereses muy instalados?
-Sí, por supuesto que sí, me ha pasado. Con el tema de las cajas de pesca en Chubut, se puso “picante” en algunos momentos, entonces tomé distancia, me alejé un poco. No me sucedió sólo a mí, pasa siempre con temas ambientales que tocan los intereses económicos y políticos tanto en nuestro país como a nivel internacional, no son cosas de películas.
Prefiere no ahondar en detalles sobre su propia experiencia en torno a estas intimidaciones. “Ya pasó, estoy bien”.
Concientizar
La tarea de Yago Lange también se extiende a la posibilidad de impulsar la toma de conciencia en los más jóvenes a través de acciones directas concretas. En más de una oportunidad, realizó “juntadas de basura” en las costas del Río de la Plata en la que participaron alumnos de diversas instituciones educativas.
Un año atrás, en el parque público de la costa sanisidrense donde se lleva a cabo esta entrevista, logró convocar a 1200 chicos de diez colegios. Previamente, en 2019, aglutinó a 400 alumnos que recolectaron más de cinco mil kilos de basura. “La educación es clave, es importante que se entienda que la limpieza no es la solución final, hay que entender desde dónde viene el problema. Los jóvenes pueden llevar estas ideas a sus casas e impulsar el reciclaje”.
-El reciclaje es otra de las aristas que no se termina de instalar.
-Cuántos y cuánto estamos gestionando el tema orgánico de nuestros residuos a través del compost. El compostaje implica devolver lo orgánico a la tierra y que resulte fértil. Si uno observa los residuos que se generan en su casa, casi la mitad es orgánico y se puede compostar. Ponemos un foco muy grande en el plástico, pero también hay que darles importancia a otras cuestiones, como lo nocivo de tirar toda la basura junta para su descarte indiscriminado. Por otra parte, hay un colapso en los basurales no solo de nuestro país, sino del mundo.
-¿Qué sucede con el llamado “efecto invernadero?
-La basura que se acumula en un basural está generando gas metano que es un gas de efecto invernadero, con la consecuencia directa del derretimiento de los glaciares.
Para alertar sobre esta situación, a través de la técnica del “foiler” (navegar sin tocar el agua gracias a la sustentación de una vela), logró la autorización para navegar entre los glaciares.
La complejidad del tema lo llevó a investigar profundamente, pero también a dar conocer algunos conceptos desde el sentido común: “Dos de tres respiraciones vienen de los océanos y el resto de los árboles. Qué estamos haciendo para cuidar las aguas, la tierra y los alimentos que consumimos; cómo descartamos. Por otra parte, en Argentina los problemas socioeconómicos son enormes y hay que prestarles atención”.
ADN
“La pasión por el agua es una influencia tanto de mi madre como de mi padre. La familia materna es reacuática, pero se habla siempre de mi papá, porque competía”. Los Lange siempre vivieron en la zona de San Isidro, allí donde ese río -que la ciudad suele mirar de lejos- es un compañero de vida. “Hubo un momento, con mis viejos separados, donde con mis hermanos vivimos en un barco, fue una experiencia muy buena”.
-¿Siempre te interesó la regata como deporte?
-Como mi viejo se dedicaba a eso, de chico no me interesaba competir. Arranqué a los 18 y lo practiqué durante más de 12 años. Ahí forjé mucho mi vínculo con el agua, pero desde una mirada competitiva.
-¿Le tenés miedo a algo?
-Claro, a muchas cosas.
-Sin embargo, nada te detiene.
-Pero tengo mis miedos.
-Convengamos que poseés un temple especial.
-No lo sé, lo estoy descubriendo. Mucha gente cruzó el Atlántico. Más que miedo, te diría que le tengo respeto al agua, por eso es importante rodearse de la gente correcta.
-Luego de cruzar el océano, ¿qué fue lo primero que se cruzó por tu cabeza cuando tocaste tierra?
-Agradecí.
-Ya hubo convivencia en el mar. En tierra, ¿convivís con Juana Viale?
-Yo viajo mucho… ¿tenemos que hablar también sobre eso?
Toma su bicicleta y parte bordeando el río. Antes, deja flotando su afán matriz: “Necesitamos educación, conocimiento y la acción de todos”.
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