Hace un par de años, un grupo de amigas de mi escuela iba a salir a marchar por la legalización del aborto. Yo le pregunté a mi mamá si podía ir con ellas, y ella me dijo que no, de ninguna manera; que era muy chica para estar ahí sola, que le daba miedo lo que pudiera pasar. Y entonces yo le dije "Está bien. Si no me dejás ir con ellas, acompañame vos". Y mi mamá, que no pisaba una marcha desde la época de Alfonsín, vino conmigo al Congreso. Me acuerdo de su cara cuando llegamos. Miró a su alrededor y me dijo, con una sonrisa y muchísima sorpresa: "Guau, está lleno de chicos". En realidad, éramos todas chicas.
Esto, que para mi mamá, resultó tan sorprendente e inesperado, es algo que hoy para mí es muy natural. Hablar de política, decir lo que pienso, salir a marchar por lo que me parece justo, son cosas que hago a menudo. Creo que en algún punto tiene que ver con que crecí con una dieta casi estricta de libros y películas sobre chicos que cambiaban el mundo. Harry Potter, "Los juegos del hambre", "Divergente", "Las crónicas de Narnia". Son las historias de mi generación. En todas hay villanos que oprimen, que discriminan, que dicen ser mejores. Y en todas estas historias hay adolescentes, chicos como yo, que se levantan contra eso y luchan, dan todo de sí mismos para vencer a ese sistema y construir algo mejor, más abierto, más libre.
A mí no me sorprende para nada, entonces, la actitud que veo en muchos adolescentes respecto a la política. Incluso a veces parece que no nos dejan otra opción. Porque nos educaron pensando que cuando uno está viviendo en una distopía, un mundo futurístico indeseable y oscuro, hay que luchar para cambiarlo. Y después nos metieron de cabeza en una distopía aterradora, como la del cambio climático, dónde somos nosotros, los jóvenes, los que vamos a pagar la cuenta.
A veces miro a mi alrededor y pienso que estamos viviendo en uno de esos libros. Pero donde hay una de esas distopías también tienen que estar los protagonistas que se rebelan. En cualquier lugar donde haya un Voldemort, tiene que haber un Harry. Y una Hermione, por supuesto.
Para mí la política no es algo abstracto que existe más allá de nuestra cotidianeidad. Al contrario, pienso que está presente en todos los espacios de nuestras vidas: en la cultura que consumimos, en lo que pensamos que está bien o mal, en las historias que elegimos contar y las versiones que elegimos creer. Incluso los vínculos para mí tienen una dimensión política.
Me pasa que, a veces, mis amigos y familiares me critican por llamarle la atención a la gente que hace comentarios xenófobos o por discutir sobre cosas "políticas". Y mientras muchos prefieren evitar estos temas para no generar peleas o situaciones incómodas, yo entiendo que hay ciertas cosas por las que vale la pena pelearse. Y que discutir con alguien por su posición política no es lo mismo que pelearnos porque yo soy de Boca y vos de River que, al final del día, no es más que una diferencia totalmente artificial y sin importancia.
Lo que pensamos políticamente nos hace como personas. Por eso, si algún familiar mío hace un comentario machista le voy a discutir. Si tengo un amigo que está en contra del aborto, o del matrimonio igualitario, no evito el tema para mantener la paz. Lo hablo; escucho su opinión y le presento la mía, sin vergüenza. Y, a la hora de entablar una relación cercana con alguien, pienso en estas cosas. Porque no me puede dar lo mismo la manera en la que él o ella piensa en el otro y en cómo merece ser tratado. Porque esa opinión dice algo sobre cómo esa persona me ve a mí.
Cuando algunos dicen "mejor callarse" yo digo hablemos, aunque nos de miedo, aunque sea incómodo, aunque nos paralice, porque solo hablando se construye nuestro futuro y nuestro presente. Ojalá, cada vez más veamos, a las marchas y a los espacios políticos en general, no como algo que da miedo, algo peligroso, sino como un lugar de crecimiento personal y social, de unión e inspiración. Y, sobre todo, que ahí siempre haya lugar para los adolescentes. Y que se pueda mirar alrededor y decir con orgullo, sin ni un poquito de sorpresa: "Está lleno de chicos".
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