Y la orquesta sigue tocando
W ASHINGTON.- "¿Un iceberg? -exclama el comandante Lightoller, segundo oficial del Titanic-. Los icebergs no llegan a estas latitudes."
"Le digo que sí", insiste Boxall, el cuarto oficial.
"Me di cuenta de que golpeamos algo", dice Lightoller. ¿Un iceberg? Duda de nuevo. "Tenemos agua en la cubierta F, señor", corrobora Boxall.
Domingo, 11.45 p.m. Muerte súbita, agonía lenta. Dos horas y media tarda en cerrarse el último aro de agua. El griterío, mientras tanto, resbala en la cubierta, inclinada, fría y húmeda como la noche.
Todos los pasajeros con los salvavidas puestos. ¡Niños y mujeres, primero! Los botes no alcanzan. En algunos van sólo varones. "Un millonario ofrece su fortuna a cambio de un lugar -narra Lawrence Beesley, el primer analista del desastre, en su libro The loss of the Titanic, its story and its lessons (La pérdida del Titanic, su historia y sus lecciones) , editado en 1912. Una mujer que iba en tercera clase acepta, pero no alcanza a ver un centavo." Ella muere ahogada con otros 814 pasajeros y con 688 miembros de la tripulación. Horror. Son 2208 antes de llegar a Nueva York. Destino que jamás alcanzarán. Son apenas 705 los rescatados por el transatlántico Carpathia.
Martes, 8.30 p.m. El Carpathia arriba a Nueva York. "Es mi deber informarles que ayer, lunes 15 de abril de 1912, a las 2.22 a.m., se ha hundido el R. M. S. Titanic, buque insignia de la compañía White Star Line. Perdimos más de 1500 personas. Mi más sentido pésame a los deudos."
E s el más moderno, el más grande, el más rápido, el más lujoso de la época. Un coloso. Con 300 metros de eslora y 30 de manga. Con dos hélices gemelas de siete metros de diámetro. Con otra de cinco metros. Con dos motores de vapor nutridos por 29 calderas. Con una capacidad de desplazamiento de 46.328 toneladas. Con botes salvavidas insuficientes en los que no cabe ni la mitad de la gente que va a bordo.
Por aquí, damas y caballeros. Pueden elegir la decoración de sus camarotes. Luis XIV, Luis XV, Luis XVI... ¿No les gustan? Vean el Renancentista. O el Imperio. ¿Qué tal? Tienen chimeneas de carbón y salas de estar. Cómodas las camas, ¿no? Primera clase, 870 libras. ¿Mucho? Bueno, el billete en tercera vale apenas dos libras.
Lo construyeron en los astilleros Harland & Wolff, de Belfast, Irlanda. Lo botaron el 31 de mayo de 1911. Lo presentaron como un símbolo del progreso.
No hay confusión ni ruido de ningún tipo, nada que pueda sugerir un peligro inminente, describe Elizabeth Shutes, otra sobreviviente. El golpe, seco, vulnera los remaches, sostiene Beesley. No quiebra las planchas de acero.
En uno de los salones, un jugador de póquer alza la vista. "Corran a la cubierta y vean si encuentran un trozo de hielo para esto", sonríe, señalando el vaso de whisky. La orquesta sigue tocando hasta después de la medianoche. Como si nada. Nadie imagina que el agua, bajo cero, comienza a colarse por el boquete.
Lentamente, casi majestuosamente, la inmensa popa se levanta con las hélices y el timón fuera del agua hasta que alcanza una posición perfectamente vertical, observa Lightoller, el único oficial que vivió para contarlo y para rendir cuentas. Entonces, se desliza suavemente bajo el agua del frío Atlántico. Como una plegaria, todo el mundo susurra: se ha ido... Y se ha ido. El insumergible Titanic se hunde en su viaje inaugural entre Gran Bretaña y los Estados Unidos.
D e no haberse hundido, el insumergible Titanic sería hoy un museo flotante. Un adelantado. Un legado de lo que, a principios de siglo, se consideraba status. Aunque ricos y pobres compartieran la travesía. Hasta baños turcos, gimnasios y un restaurante francés, con mozos de esa nacionalidad, tenía. Café Parisien se llamaba.
En el viaje inaugural lleva 35.000 huevos frescos, 40 toneladas de papas, 1000 botellas de vino, 15.000 de cerveza, 12.000 platos, 45.000 servilletas, 15.000 copas de champagne y 40.000 toallas de tamaños varios.
"¡Bienvenidos a bordo!", saluda el capitán, E. J. Smith, con dos millones de millas en su haber para la White Star Line. Está a punto de jubilarse. Es un honor para él guiar el timón del Titanic, en su último viaje como marino, desde Southampton, Gran Bretaña, hasta Nueva York, con breves escalas intermedias.
En el Atlántico, bravo el oleaje, Smith pretende batir récords de velocidad. Así consta en la revisión del Senado de los Estados Unidos. Puede ser la causa de la catástrofe. Pero no existen evidencias de que la compañía, cuyo director, Bruce Ismay, sobrevive, le haya ordenado que rompiera marca alguna, concluye.
El gobierno norteamericano debe compartir la responsabilidad con el británico, postula Beesley, por más que los botes hayan sido hechos en aquel país y hayan sido inspeccionados por sus autoridades. De la cantidad insuficiente, habla.
El Titanic transporta ciudadanos norteamericanos y entra en un puerto norteamericano, esgrime. Los Estados Unidos prácticamente no cuentan con una marina mercante, detalle que pasó inadvertido cuando se produjo el desastre, pero tienen tanto derecho, y responsabilidad, como Gran Bretaña de legislar sobre la velocidad de los buques.
Al Congreso concurren los sobrevivientes, como Lightoller. "Por lo que ha dicho, usted no respetó el interés de los pasajeros, primero mujeres y niños, en las filas de los botes", lo azuza el senador Smith. "Sí, señor", responde. "¿Por qué hizo eso? -brama Smith-. ¿Ordenes del capitán, reglas del mar?" Reglas, sí, admite Lightoller. Reglas de la naturaleza humana.
El naufragio en
La Nación
El miércoles 10 de abril de 1912 el Titanic partía en su viaje inaugural del puerto de Southampton. En esa época, las noticias viajaban más lentamente que los barcos, de modo que la primera información que dio
La Nación
sobre la catástrofe fue el martes 16, en un gran recuadro con títulos que se destacaban con fuerza. Ese recuadro tenía muchos títulos:
El naufragio del Titanic
Choque con un témpano
3150 pasajeros en peligro
Un radiograma anuncia la catástrofe
Noticias contradictorias
Rumor de 2500 ahogados
Detalles del salvamento
100 millones de pérdidas
Nombres de algunos viajeros
Leyendo la crónica se puede palpar la confusión reinante. Llegaban cables cargados de información contradictoria.
Se nota una discrepancia con respecto a la cantidad de pasajeros a bordo: 1470 por un lado, 3150 por otro, 2358 según otro cable. En un párrafo se aclara: el Titanic tenía 350 pasajeros de primera clase, 305 de segunda, 800 de tercera, 903 tripulantes, 3418 valijas de correspondencia y carga general por más de 30.000 toneladas. Un despacho proveniente de Nueva York indicaba que la oficina de la White Star Line, a la que pertenecía el Titanic, declaraba no tener noticia alguna del accidente. Sin embargo, otro cable llegado el mismo día confirmaba el hundimiento de la nave, admitido por sus fabricantes en una nota que decía: "El Titanic ha sufrido en su primer viaje una colisión con un iceberg, frente a los bancos de Terranova y se está hundiendo. Los 1470 pasajeros que lleva a bordo se embarcan con todo orden en los botes y chalupas salvavidas..."
Más adelante, otro cable alentador, pero lamentablemente erróneo: "Los diarios anuncian que, según un radiograma recibido por la estación Halifax, todos los pasajeros del Titanic están a salvo".
Sin embargo, poco duró esta ilusión: un despacho recibido del Olimpia anuncia que el vapor Carpathia llegó cerca del Titanic al alba y sólo encontró los botes del barco náufrago.
La crónica ganaba espacio. Se daban testimonios: "Un armador de Liverpool llegado últimamente a Nueva York a bordo del Germania y que ha atravesado el Atlántico un centenar de veces declara que nunca ha visto tantas masas de hielo en una latitud tan meridional".
Al día siguiente, en la edición del miércoles 17, el panorama ya era más claro. Se incluían toques de dramático colorido, como éste: "A las 12 del domingo el telegrafista del Titanic envió un radiograma a sus padres diciendo: marchamos lentamente. Es casi imposible que nos hundamos. No temáis nada".
Los lectores de La Nación tuvieron ese miércoles noción de la magnitud del desastre: "Fuera de los 868 sobrevivientes de la catástrofe del Titanic, recogidos por el Carpathia, no se sabe nada acerca de la suerte corrida por los restantes".
Otro cable era aún más descorazonador:"Parece que no queda absolutamnete nada del transatlántico, excepto la multitud de pequeños objetos flotantes y restos de maderas".
Comenzaron a publicarse los detalles del horror: "La mayor parte de los marineros y gente de servicio del Titanic dejan sus familias en Southampton en la mayor miseria. En todas partes reina una gran tristeza, pero en Southampton, donde tantas esposas esperan, el drama es más oprimente". Y también las historias de aquellos que tuvieron mejor fortuna: "El ex embajador de los Estados Unidos, Mr. Robert Bason, y su familia debían embarcarse en el Titanic para volver a América, donde el diplomático debe hacerse cargo de su nuevo puesto de director de la Universidad de Harvard, pero por una circunstancia nimia cambiaron de plan con suerte".
También comienzan las declaraciones que hacen hincapié en la valentía de los marineros ingleses que "sacrificaron sus vidas fuertes para que se salvaran las de los más débiles".
En la edición del viernes 19, se daba el siguiente informe sobre el suicidio del capitán Smith, en boca de un sobreviviente: "Lo que me aterró al llegar a la primera cubierta atraído por los gritos y las voces de mando fue el capitán Smith, que sobre el puente de mando se pegaba un tiro de revólver en la boca. El ingeniero jefe del departamento de máquinas también puso fin a su vida, y tres italianos inmigrantes murieron al luchar para apoderarse de los botes, de resultas de balazos disparados por los oficiales del buque".
Otro testimonio reproducido ese lejano viernes conmueve más que cualquier película, por dramática que sea: "Mientras el barco se hundía, la banda de música ejecutaba una pieza titulada Más cerca de ti, Dios mío , y cientos de hombres y mujeres de rodillas en el puente oraban en alta voz".