
Y la ganadora es... Cecilia Roth
Con varios galardones por Todo sobre mi madre, hoy alterna el rodaje de Una noche con Sabrina Love con su pasión suprema: Martín, el hijo que tiene con Fito Páez
Tiradas por el suelo y con los brazos abiertos, tienen una extraña forma de dar la bienvenida. Apenas se ingresa en el set de filmación de Una noche con Sabrina Love hay que cuidarse de no pisar el pie, la cabeza o alguna curva neumática de las varias muñecas inflables que hay reptando por el piso.
Más adelante y en tierra firme, decenas de personas caminan bañadas por una luz tenue y rosada, entran y salen de alguno de los tantos decorados en los que se rueda la película de Alejandro Agresti. Todos están vacíos, salvo el central: en el espinazo del set hay una cama redonda con almohadones parecidos a salvavidas de látex. Allí, en un bordecito, pequeños y ajenos al caos técnico, están Cecilia Roth y Agresti. El la abraza, ella se deja abrazar plácidamente. Al fondo, una nave espacial con luces de colores flota sobre un cielo de estrellas falsas.
Esta es la primera película que los encuentra juntos. El argumento, basado en la novela de Pedro Mairal, narra la historia de un chico del interior que gana un concurso para pasar una noche con Sabrina Love, la estrella porno del momento. Y Sabrina no es otra que Cecilia, la mujer que tiene en las manos una obra que sigue hirviendo: Todo sobre mi madre, la última creación de Almodóvar, no para de ganar premios (ver recuadro) y muerde los talones del Oscar a la mejor película extranjera.
Poco tiene que ver Manuela, la madre descarnada que pierde un hijo en el film español, con esta mujer nueva que descansa al borde de una cama redonda. Cecilia se levanta en silencio sobre unos zapatos de taco aguja, transparentes. La robe de chambre leopardina y diáfana permite ver, quizás intuir, un cuerpo bello y rotundo. El pelo rubísimo y lacio le enmarca la cara dura de polvos y retoques. Llega hasta el decorado de la habitación de Sabrina, se recuesta sobre una cama doble y todos debemos salir.
Hoy se ruedan las escenas de sexo y, en los momentos clave, más de la mitad del staff tiene vedado el ingreso al set de filmación. Cinco horas más tarde aparecerá Cecilia, los ojos de malva cansados, el velo de leopardo acariciándola entera. Dirá que restan quién sabe cuántas horas más de filmación. Que aún tienen que volverla a maquillar y que el tren no para hasta la madrugada.
-Lo que me agota es la espera, pero en el momento de trabajo te elevás. Podés llegar con una jaqueca terrible, un cansancio brutal, dolor de muelas, un problema grave en el corazón, y de repente todo cambia. Tiene que ver con lo creativo, con que estás trascendiendo la realidad. Es un paréntesis, y tal vez sea eso lo que me atrae: que estás despegado de todo lo demás, aunque después vuelvan los dolores y el cansancio.
Son las 7 de la tarde del día siguiente, y Cecilia no parece dolorida ni cansada. Se la ve feliz y los motivos se recuestan en su falda. Martín y sus ocho meses, y sus ojos de noche furiosamente negra, presencian la charla en silencio absoluto. Cuesta pensar que Cecilia, la madre boba de amor, la que llena mamaderas y lleva al niño a cuestas para no extrañar, haga de estrella porno como si toda su vida hubiera sido el triple X. Ella dice que el cambio fue de afuera hacia adentro, y las evidencias se intuyen fácilmente: el pelo demasiado rubio, y unas uñas de acrílico cuadrado y blanquecino agazapadas en la punta de los dedos.
-Sabrina tiene características opuestas a las mías físicamente. Sin embargo, el primer día de rodaje me di cuenta de que todo lo preparado a nivel físico estaba muy bien, pero que tenía que empezar por mí. Me vi obligada a buscar puntos en común, porque si empiezo criticando al personaje y diciendo que yo nunca sería una actriz porno, eso sería terrible. Por otro lado, no empecé a trabajar sólo desde mi porno side o mi lado salvaje, como dice un tema de Fito. Busco entender qué tipo de persona es ella, más allá de su profesión, y ahí sí puedo encontrarme. Tengo la sensación de que Sabrina ya perdió la conciencia de cuál es el nivel de exposición de su trabajo.
Y Cecilia también. O tal vez sea injusto pensarlo de ese modo: no quiere aceptar que su trabajo implique una exposición tan grande. Sin haberlos pedido, ella y Fito, su esposo con flamantes papeles, encontraron cámaras, periodistas y fotógrafos tirando arroces, flashes y micrófonos después del casamiento por civil. Por la calle, una cuadra de caminata -como la que hizo desde su remise hasta el equipado motorhome que oficia de camarín- es un aluvión de besos, abrazos y muestras de fanatismo.
-¡Te quiero! ¡Sos divina! ¡Te merecés el Oscar! ¡Tu hijo es hermoso! -gritó una vecina con voz de violín desde un esmirriado balcón de Villa Urquiza. Cecilia agradeció, sonriente y tranquila.
-¿Te molesta vivir en un país cholulo?
-No, la gente dice las cosas que siente. No hay que resistirse tanto al amor.
-¿Y a la prensa?
-Mirá, no quiero buscar respuestas cuando mi cabeza no las tiene -suelta el aire hasta desinflarse-. No me entra que parte del periodismo tenga mala leche.
-¿Creés que por eso Todo sobre mi madre no tuvo la repercusión que sí hubo en el exterior?
-En parte, sí. No sé qué pasó. Es como si la Argentina no tuviera nada que ver con esta película, y me produce tanta extrañeza... no entiendo cómo no hay una identificación. Lo que pasa en la calle, como lo de esta señora del balcón, es tan distinto de lo que sucede en los medios...
-¿Pensás que éste es el precio por haber pasado parte de tu vida en España?
-No lo sé. De todos modos, creo que España no me hizo pagar ningún precio. Es un país al que le tengo que estar profundamente agradecida.
Antes de Madrid había un departamento en Capital Federal, un hermano y un tocadiscos sonando a toda hora. Su papá trabajaba en el diario La Opinión y su mamá, Dina Roth, era -y es- una conocida cantante de ritmos sefaradíes y poesía española y latinoamericana. En ese 1976, cuando se exiliaron "por precaución", Dina dejaría varias cosas en la Argentina, entre ellas la voz. "Sólo ahora, veinte años después, volvió a cantar maravillosamente. Eramos una familia muy musical. De hecho, mi hermano, Ariel, es músico, y me hubiera encantado saber tocar algún instrumento y cantar bien. Siempre fui la sorda de la familia, porque todos eran verdaderamente buenos. Yo bailaba. Mis primeros deseos cuando era chica eran ser bailarina clásica, pero creo que a mis viejos, típicos padres progres de los años 70, les horrorizaba la idea. Recuerdo a los 5 años haber pedido que me regalaran unas zapatillas de punta, me hacía muchísima ilusión la idea de ser bailarina de ballet. Pero nunca me las regalaron. Me dieron unas de baile comunes, para danza contemporánea".
La niña Roth rápidamente cambió el pas de deux por el teatro. Los quince años la encontraron protagonizando un corto que -de tan intrascendente- ella rescató del olvido hace pocos días. "Lo hacía el director de una agencia de publicidad en la que trabajaba de cadete un novio mío, de 18 años, un chico muy guapo. Era cine de arte. Nunca lo vi, pero fue mi primera vez frente a una cámara para actuar. Ni me acuerdo el argumento, pero sí recuerdo que, con dos o tres chicas más, teníamos que adorar a ese novio mío que era guapísimo." Suelta carcajadas frescas, rítmicas, encadenadas como golpes de metralla de agua. Cecilia, diáfana y fuerte a la vez, cuenta que pronto llegaron los 18 años, y con ellos la vida más allá del océano. El avión la dejó en una ciudad incandescente y despierta. Después de tanto franquismo, Madrid estaba amaneciendo ferozmente. Mientras en la Argentina la dictadura militar obligaba al miedo, Madrid reía y se limpiaba los últimos restos de barro y silencio.
Allí, después de dos meses de encierro enfermizo en una casa cercana a la estación República Argentina, volvió a nacer Cecilia. Retomó las clases de teatro, se enamoró perdidamente de un fotógrafo vasco y con su hermano Ariel -más las parejas respectivas- alquilaron un departamento. La España efervescente y loca les presentó bares, fiestas y aledaños. En alguna de esas esquinas de lo que luego se llamaría esquemáticamente movida, Cecilia conoció a un tal Pedro Almodóvar, un muchacho loquillo que trabajaba como empleado en la Telefónica. "Me acuerdo de cuando rodamos Pepi... -sonríe, en referencia a Pepi, Luci y Bom y otras chicas del montón, una de las primeras de Almodóvar-. Tardamos todo un año, porque solamente filmábamos los fines de semana con el vestuario que teníamos y lo que hubiera a mano. Recuerdo cuando hice la publicidad de las bragas Ponte en la mitad de la calle. Rodar era como una fiesta entre amigos. Y lo que tiene Pedro es que sigue con esa actitud: sigue siendo muy familiero. Va y viene con los mismos actores."
-¿Qué cosas cambiaron en ambos desde Pepi hasta ahora?
-Creo que los dos hemos cambiado mucho en un sentido: hemos aprendido a lidiar con nuestra naturaleza y el entorno. La nuestra es una relación muy pasional, llena de amor, celos y posesividad. Victoria Abril definía a Pedro como un amante al que nunca podés terminar de satisfacer porque siempre está pidiendo más. Hasta que da vuelta la cara y está con otra, ja. Pedro es muy afectivo, fiel y emocional con sus amigos. En ese sentido es como Fito: los dos son profundamente tiernos, frágiles, y pueden parecer dictadores y autoritarios, pero a la vez son muy cercanos y pueden desaparecer en un segundo también. Y además tienen que lidiar con supuestas ideas de lo que ellos son, algo que a mí me está empezando a pasar, y te la encargo... Entre un periodista y una actriz hay una jefa de prensa, una película, rumores, y lo sufro mucho. Sería más fácil que todo fuera más natural. Y creo que es eso lo que ha cambiado: todo nuestro entorno y la forma en que nos relacionamos con él. No es sencillo, con naturalezas tan intensas... Pero creo que estamos madurando bien, sin duda.
Alguien acerca al motorhome tres vasitos de plástico: dos con café y uno con leche. Sólo a una inexperta se le puede ocurrir que un crío de ocho meses toma leche común. "No, no... mi memé tiene su lechita...", aclara Cecilia como si cantara, y saca un cartoncito plus-ultra-pasteurizado. Y mira a Martín. Y Martín la mira feliz con sus ojos de aceituna morena.
-¿Qué sentís al encontrarte con tus amigos de aquellos tiempos y ver que todos están casados, pensando en la lechita del nene...?
-¡Y desde mucho antes que yo, porque soy de las más tardías! Me parece que hay que seguir lo que te va demandando el propio ritmo, uno no puede oponerse a la naturaleza porque es patético.
-No les da por ponerse nostálgicos.
-Bueno... yo tengo cierta tendencia a la melancolía o la nostalgia, pero creo que es como un adorno, algo que uno siempre tiene adentro. Supongo que uno hereda la nostalgia, o mejor dicho es patrimonio de la humanidad. Hay todo un refranero popular alrededor de la nostalgia y de lo perdido. Debe tener que ver con la conciencia de la finitud, supongo que eso debe ser la nostalgia. La idea de que aquello que pasó es irrecuperable. Cuando nos juntamos con amigos y decimos te acordás, no sé por qué razón siempre recordamos el 83, que coincide con la democracia aquí, donde yo no estaba para nada. Es más: en ese entonces no sabía si quería volver a la Argentina, hasta que me di cuenta de que no quería otra cosa.
Se comió los mohines españoles uno a uno. Apenas llegó a Madrid, Cecilia se inventó españolísima: cambió su acento, se rodeó de amigos más ibéricos que un jamón de Jabugo, y dejó los lagrimones del exilio en un frasco que luego tiró al mar. "Me quise rearmar española, pero porque era muy doloroso lo que pasaba aquí, me daba mucha vergüenza ser argentina. Y de un modo totalmente inconsciente empecé a hacerme parte de aquello que en definitiva no me pertenecía. Después, cuando pasaron los años y volví a la Argentina, me produjo un enorme dolor encontrarme con ese vacío de nueve años que había tapado con un invento de un pasado que no era el mío." Regresó a Buenos Aires insalubre y frágil, después de una ruptura amorosa que la atravesó hasta herirla demasiado. La idea era quedarse un mes, pero antes de partir, una mañana cualquiera sonó el teléfono. Era María Herminia Avellaneda, vieja amiga de la familia, ofreciéndole un papel en la telenovela Extraños y amantes, la primera y última que haría en su vida. "Para mí ésa fue una especie de internación en una clínica de rehabilitación en Buenos Aires. Es increíble, tanto azar... Mi mamá tiene una frase que a mí me encanta: cuando hay cosas que no se resuelven, no intentes ir en contra: hacé la plancha. Eso hice yo, y sin darme cuenta me quedé. Nunca decidí hacerlo, creo que tampoco lo tengo decidido todavía. Pero me fui quedando, me volví a enamorar, me casé, estuve unos cinco años, me separé, me volví a enamorar... Siempre hay una historia de amor atrás."
La última se llama Fito Páez: un "chavalito light" con el que se había cruzado un par de veces y cuya música, en rigor, jamás había escuchado atentamente. La saga que sigue es conocida: hay una fiesta en Punta del Este, charlan, se conocen, se siguen conociendo, se enamoran perdidamente, se juntan, se casan y nace Martín. Y ellos renacen con él. Con ese nene de mirada absorta que ni siquiera gatea de tan pequeño. Ese nene que hoy está tendido sobre una toalla, en una quinta que ella y Fito alquilan por el verano.
Cuenta Cecilia que hubo sólo tres votos contra la llegada del crío: los de Coco, Rosita y Negrita, tres gatos celosos como hijos malcriados con hermanito nuevo. "Los tengo desde hace muchos años y siempre han sido como mis hijos, hasta que me di cuenta de que no, no lo son porque aparece el verdadero y pobrecitos los gatos, porque ya no les doy demasiada bola. Ahora se están conectando más con Martín y está todo mejor, pero al principio lo odiaban."
Habla mientras se sienta a plena luz, en medio de un parque con caminos de piedra, chicharras, colibríes, flores lilas, plantas y pileta. Alza la cara hacia el cielo y el maquillador la unta como a un lienzo virgen. La única condición que puso Cecilia para hacer la nota fue que la producción fotográfica -vestuario, peinado y maquillaje- estuvierana cargo de tres amigos de su confianza. La exposición parece tener sus costos: sumo cuidado de la imagen, gaseosas diet, meriendas de pan integral con queso blanco. Hasta ahora, las precauciones no invadieron la propia naturaleza. Cecilia no tiene un solo avance de bisturí.
-¿Cómo es la relación con tu cuerpo?
-Durante mucho tiempo me entrené aeróbicamente y siempre corría y hacía gimnasia con una chica que venía a buscarme, tipo paseadora de perro. Pero desde que nació Martín empecé a hacer yoga tres veces por semana, me copé muchísimo. Antes necesitaba un trabajo de mayor desgaste energético superficial. Me gusta correr, intento seguir corriendo, pero esta vez mi cuerpo me pedía un trabajo mucho más interno.
-¿Cómo vivís el tema de las cirugías?
-En este momento no lo pienso como algo cercano, pero posiblemente en algún momento aparezca la necesidad por mi trabajo. Pero me da mucha rabia que me pase eso, porque hay una diferencia muy grande entre las actrices europeas y las americanas. No ves prácticamente ninguna actriz europea que se haya operado. Allá sí hay papeles femeninos para mujeres mayores de cuarenta, mientras que en el imperio cinematográfico americano después de los treinta y cinco no hay más papeles. Me gustaría no llegar a tener ganas de hacerme una cirugía.
Rubia y envuelta en un vestido negro, Cecilia posa madura, encantadora y fuerte como una abeja reina. A los 41 años, es capaz de nublar la cámara con un solo pestañeo aunque después sea tan madraza como siempre. La interminable despedida de Martín, minutos antes de abandonar la quinta para seguir con el rodaje, hace pensar que mamá se va a la guerra y tal vez no vuelva.
-¿Cómo hacés cuando te tenés que ir a festivales?
-Lo llevo conmigo. De todos modos, tuve que decir que no a varias ofertas de trabajo. Lo único que seguro sale es lo de la película de Fito, que seguramente la rodemos este año junto con Leticia Bredice. Pero después, ha habido alternativas que implicaban irse de aquí mucho tiempo, y eso por ahora no es bueno para Martín. Por suerte, milagrosamente apareció la película de Agresti... como de una galera.
-¿Y después de Agresti qué?
-No sé...
La risa tan ancha abre el telón de sus dientes perfectos, le llena de arruguitas los ojos tibios.
-...por ahora estoy haciendo la plancha.
Historia de un incorrecto
Nació en un pueblo llamado Calzada de Calatrava, y pudo progresar en la vida. Pedro Almodóvar pasó de empleado telefónico a marca indiscutida del cine español. Sus películas, habitadas por seres insatisfechos, absurdos y dramáticos, marcaron un estilo personal que despierta amor u odio. Y que fue mutando con el tiempo: Pedro pasó del punk y el humor revulsivo a los boleros; de una estética pop, urbana y ecléctica a un cine si se quiere más sobrio, socialmente crítico y austero. Aunque, eso sí, los cambios no alteraron demasiado el sarcasmo, la ironía y la sátira que pululan filosas por cada una de sus películas. Por políticamente incorrecto, ganó pocos premios en su vida. Aun cuando tiene más de una docena de films en el morral, y una procesión de actrices muere por ingresar en lo que en forma simplista se dio en llamar el clan de las chicas Almodóvar: un grupete que tuvo y tiene socias vitalicias como Carmen Maura (con la que luego se distanció), Victoria Abril, Kiti Manver, Rossy de Palma, Marisa Paredes, la insólita Chus Lampreave y Cecilia Roth. Y es de la mano de Cecilia -o viceversa- que Pedro acaso levante un Oscar en la próxima entrega de galardones. Todo sobre mi madre viene arrasando con los premios: trofeo del público y distinción oficial como mejor película del año en los Premios Europeos de Cine (una especie de Oscar continental); primer puesto entre los títulos extranjeros otorgado por el National Board of Review of Motion Pictures (una entidad con 90 años de historia) y Globo de Oro a la mejor película.
Además, el film fue distinguido por el jurado en Cannes y recibió siete premios Goya.
Paso a Paso
Además de sus trabajos en televisión (entre otros, la novela Extraños y amantes, los ciclos Atreverse y Amores, de Alejandro Doria, y las series Nueve lunas y Laura y Zoe), Cecilia Roth tiene un largo paso por el cine:
- 1976: No toquen a la nena , de Juan José Jusid.
- 1977: Crecer de golpe , de Sergio Renán.
- 1979: Arrebato, del español Iván Zulueta, y El curso en que amamos a Kim Novak, del español Juan José Porto.
- 1980: Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón, de Pedro Almodóvar.
1981:Trágala perro, del español Antonio Artero.
- 1982: Laberinto de pasiones, de P. Almodóvar; y Best Seller, del español Inigo Botas.
- 1983: Entre tinieblas, de P. Almodóvar; y El Señor Galíndez, de Rodolfo Kuhn.
- 1981: ¿Qué he hecho yo para merecer esto?, de P. Almodóvar; y El jardín secreto, del español Carlos Suárez.
- 1987: Cudzoziemka, de Adolfo Aristarain y Ryszard Ber.
- 1988: Los Amores de Kafka, de Beda Docampo Feijóo.
- 1992: Un lugar en el mundo, de A. Aristarain, y Desencuentros, de Leandro Manfrini.
- 1997: Martín (Hache), de A. Aristarain, y Cenizas del Paraíso, de Marcelo Piñeyro.
- 1999: Segunda piel, del español Gerardo Vera, y Todo sobre mi madre, de P. Almodóvar.
Por muchas de estas películas, ganó varios premios: el Goya (el mayor galardón ibérico), el Ondas de Barcelona y el Anfora de Melilla como mejor actriz por Martín (Hache); el reconocimiento a la trayectoria en el Festival de Huelva; el de la Academia Europea de Cine como mejor actriz europea (1999); el de mejor actriz de 1999 (según el crítico del semanario Newsweek); y el Goya a mejor actriz por Todo sobre mi madre .
Agresti:"La elegì por su cabeza"
Tiene 38 años, 15 películas hechas y varios premios a lo largo de su carrera. Para posproducir su primer largo, El hombre que ganó la razón (1986), caminó medio Europa hasta terminar consiguiendo el dinero en Holanda. Ese trabajo, que terminó seleccionado para el Festival de Berlín, fue la antesala de una larga saga de películas: las más conocidas aquí son El amor es una mujer gorda (1988), El acto en cuestión (1993), Buenos Aires viceversa (1996), La Cruz (1998) y El viento se llevó lo qué (1998). Para junio de este año, entre tanto, se espera el estreno de Una noche con Sabrina Love . "Decidí adaptar la historia porque me gustó mucho -explica Agresti-: es casi en primera persona y trata sobre el viaje a la ciudad de un adolescente del interior al que, de golpe y en el transcurso de muy pocos días, le suceden cosas bastante interesantes que lo hacen crecer. Me gustan esas estructuras de una persona viajando y descubriendo situaciones; lo usé en otras películas mías."
-¿Por qué elegiste a Cecilia Roth?
-Porque la admiro mucho como actriz. Viví muchos años en Europa y allá ella está muy bien catalogada. Y aparte de trabajar bien es muy inteligente, puedo tener con ella un diálogo interesante y juntos crear un personaje, situaciones. Me gusta por su cabeza.
Agradecimientos: Rodolfo Olmedo (peinado), Oscar Mulet (maquillaje), Virginia Schlesinger (vestuario), Adriana San Román (producción general) y casas Vidrio y Valeria Leik.
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