Wim Wenders, de pintor a contador de historias
Cuando niño, Wim Wenders creía que el mundo era como las ruinas que veía en Düsseldorf. Había nacido en 1945, justo el año que terminó la Segunda Guerra Mundial, y el 90% de su ciudad natal se había convertido en escombros. "Pensaba que todo lucía así, pero no, había un mundo mejor allá afuera", recuerda. Lo descubrió gracias a unas reproducciones "baratas" de pinturas danesas y paisajes franceses que sus padres tenían en las paredes de casa. Ese también fue su primer contacto con la belleza, algo que ha logrado transmitir a través de sus películas.
El director alemán, actual presidente de la Academia de Cine Europeo, es uno de los nombres más personales del cine contemporáneo. Su extensa filmografía incluye joyas como la demoledora París, Texas (1984) y la hipnótica Las alas del deseo (1987), que le valieron numerosos reconocimientos, entre otros, en el Festival de Cannes, y lo convirtieron en un director de culto, cuando recién se acuñaba el término cine arte. "Espero que eso no me haya convertido en un líder de culto", le dice, entre risas, a LA NACION revista. "Ambas películas representaron un cambio masivo en mi vida. De golpe, estaba enfrentando todas las expectativas de tener que repetir estas exploraciones exitosas... En las últimas dos décadas me he vuelto más hacia los documentales, probablemente porque sentía que tenía mayor libertad y, también, porque he hecho mis mejores trabajos bajo circunstancias que ya no existen. Tanto París, Texas como Las alas del deseo se hicieron básicamente sin guion. En estos días, uno podría tomarse esa libertad con un documental, pero ya no con films de ficción, que se han vuelto más y más prefabricados... No se puede empezar un film sin que un guion haya sido alterado una y otra vez", se queja.
Precisamente, no ha sido por sus largometrajes –entre los que se cuentan logros como Tan lejos, tan cerca (1993) y desaciertos como El hotel del millón de dólares (2000)–, sino por su trabajo documental, que Wenders ha brillado en tiempos recientes. Tanto Buena Vista Social Club (1999, sobre los músicos veteranos que Ry Cooder reúne en La Habana para grabar un CD), como Pina (2011, inspirado en la coreógrafa Pina Bausch) y La sal de la tierra (2014, tras los pasos del fotógrafo Sebastião Salgado), obtuvieron nominaciones a los premios Oscar.
En la Argentina, donde Wenders ha filmado comerciales y mostrado su faceta de fotógrafo, se estrenó recientemente –en plataformas como ITunes y Google Play– Inmersión, película que ha recibido críticas contrapuestas desde que se exhibió en el Festival de Toronto, el año pasado, y que protagonizan James McAvoy (Expiación, deseo y pecado, El último rey de Escocia) y Alicia Vikander (La chica danesa, Ex Machina). En Europa, acaba de salir en DVD su documental El papa Francisco: un hombre de palabra, que debutó recientemente en Cannes y se mostró en unas funciones especiales, en octubre, en Buenos Aires.
Inmersión narra la historia de amor de un ingeniero hidráulico (McAvoy), que ha sido secuestrado por terroristas yihadistas que sospechan que es un espía, y una científica que se prepara para sumergirse en los fondos marinos (Vikander) y probar una teoría sobre el origen de la vida. Wenders dice que decidió hacer esta cinta porque "la novela del mismo nombre que escribió J. M. Ledgard era buenísima. Hablaba de cosas que conmueven e importan hoy, como el terrorismo y la violencia, por un lado, y el valor inapreciable de los océanos, por otro. Es la historia de dos personas que están destinadas y dispuestas a sobrepasar sus límites para luchar por un mundo mejor, cada una en sus respectivos campos, incluso si llegan a ser incompatibles. Esa historia de amor fue la verdadera razón para que quisiera hacer el film".
La experiencia de rodar con McAvoy y Vikander resultó satisfactoria. "Me dieron todo lo que un director puede esperar. Son personas muy auténticas, apasionadas y misteriosas, y se cuentan entre los mejores actores de su generación. Trabajar con ellos fue un sueño cumplido", afirma el realizador, que a los 73 años conserva cierto aire juvenil, acentuado por su melena revuelta y unas gafas con marco azul.
Ernst Wilhem Wenders estudió algo de medicina y mucha filosofía en la Universidad de Friburgo, antes de optar por el cine. También pensó en convertirse en cura. Y podría haberse dedicado a la pintura, una disciplina que practicó en serio en París, en 1966. Ese año, por las mañanas se formaba con el diseñador gráfico y grabador polaco Johnny Friedlaender, y pasaba las tardes en la Cinemateca Francesa, donde vio unas dos mil películas y se encandiló con los westerns de John Ford –a quien rendiría tributo en Alicia en las ciudades (1974)–. Entonces comprendió cómo un film podía impactar emocionalmente al público y decidió tomar una cámara. Hacer películas fue como una extensión de la pintura.
Por años, Wenders se consideró "un pintor del cine"; ahora se define como "un contador de historias". Una influencia determinante para él fue la película Más corazón que odio (1956), de Ford. El título en inglés, The searchers, significa los buscadores. En el film, un vaquero (John Wayne) regresa a casa para encontrarse con que su familia ha sido asesinada por los comanches y su sobrina (Natalie Wood), raptada. Acompañado por su sobrino Martin (Jeffrey Hunter), va en busca de la chica. "Algunas veces pienso que ese es mi tema principal: los buscadores. Gente que está buscando, tratando de definir para qué vive, tratando de encontrar su papel en la vida, buscando el amor: buscando, buscando, buscando...", dice Wenders.
El director, que debutó con Verano en la ciudad, en 1971, trabajó como crítico de un diario mientras estudiaba en la Escuela de Cine de Münich. En los 70, su nombre, junto con los de Rainer Werner Fassbinder, Werner Herzog y Volker Schlöndorff conformaron el llamado Nuevo Cine Alemán, movimiento cercano al cine de autor y la nouvelle vague, pero sin posturas formales frente al cine, caracterizado, además, por la colaboración mutua y por un revisionismo de la posguerra. En el caso de Wenders, su obra estaría fuertemente influida por el cine estadounidense. De hecho, hizo una trilogía de road movies: Alicia en las ciudades, Falso movimiento (1975) y En el curso del tiempo (1976).
En realidad, desde su infancia sintió fascinación por los Estados Unidos, país en el que vivió en dos ocasiones y donde filmó un puñado de películas. Allí, París, Texas, su gran road movie sobre la América texana y también sobre los estragos familiares de un hombre con amnesia, contó con los protagónicos de Harry Dean Stanton –que murió recientemente– y Nastassja Kinski, y, también, con el guion de Sam Shepard, la fotografía de Robby Müller y la guitarra slide de Ry Cooder. El film representó un alivio para Wenders, tras Hammett (1982), una accidentada cinta por encargo que, entre otras cosas, pasó por las manos de cuatro guionistas.
Criado en una familia católica, Wim creció leyendo Las aventuras de Tom Sawyer y Huckleberry Finn, de Mark Twain. Paralelamente, era asiduo a las tiras cómicas: coleccionaba desde Mickey Mouse hasta Superman. A los 10 años nació su interés por la música –tan presente en sus películas y en su vida–. De pronto, todo lo que sonaba en su casa era rock and roll, para decepción de sus padres alemanes, que lamentaban que sus gustos provinieran de los Estados Unidos.
Como cineasta, su salto internacional llegó con El amigo americano (1977), la adaptación de un libro de Patricia Highsmith, con las actuaciones de Dennis Hopper —como Tom Ripley–, Nicholas Ray y Bruno Ganz –quien más tarde haría del ángel que desea convertirse en humano, luego de enamorarse de una trapecista, en Las alas del deseo–. El film marcó su primera nominación a la Palma de Oro, en Cannes.
Entonces, Wenders hacía películas por el mero hecho de hacerlas y disfrutar del "viaje", mientras que, hoy, según él, las hace "para descubrir algo que no sabía, como haría un detective". Por ejemplo, sobre El papa Francisco: un hombre de palabra, dice que, tras dialogar con Bergoglio –acerca de temas como el consumismo, la ecología, la justicia y la pobreza, en diferentes momentos–, y de seguirlo en sus discursos ante los más desposeídos o en Naciones Unidas, encontró a "la persona más valiente, intrépida, humilde y amable" que ha conocido. "Es un verdadero líder mundial que habla con toda la autoridad de un hombre que practica lo que predica, un hombre capaz de presentarnos la brújula moral que nuestros políticos parecen haber perdido. Yo ya no soy católico, sino más bien me considero un cristiano ecuménico que trata de superar esas distinciones y ver lo mejor en todas las denominaciones cristianas; el papa Francisco representa eso para mí", subraya. Igualmente, admite que fue "consciente" de la resistencia que el papa enfrenta dentro del Vaticano: "Básicamente, filmamos de forma reservada. No todo el mundo está dispuesto a seguir su camino de transparencia o, respecto del escándalo masivo de pedofilia que la iglesia está enfrentando, su política de cero tolerancia. Así que yo también tenía conciencia de que nuestra película iba a encontrar controversia. Ahora, Un hombre de palabra no es solo para los católicos o cristianos. He visto a algunos ateos recalcitrantes conmovidos hasta las lágrimas...".
Wenders se lamenta por la falta de reflexión en el cine actual. Y, también, por el escaso silencio. "Hay que luchar por él. Hace que el espectador se concentre en lo que ve. La tecnología va en sentido contrario, prima que cada vez el cine se oiga más fuerte", ha dicho. Además de vivir en un mundo ruidoso y tener que luchar por el silencio, incluso en el cine, ¿qué otras cosas le preocupan? "La "verdad" se está volviendo una especie en peligro de extinción, no es algo que afecta solo a los animales, las plantas, el aire y el agua limpios. La ‘libertad, igualdad y fraternidad’ eran valores que todos dábamos por sentado. Ahora no, no lo son. Asistimos a un regreso de las ideas fascistas y nacionalistas, en todo el planeta", responde.
También tiene una opinión sobre liderazgos como los de Donald Trump (EE. UU.), Matteo Salvini (Italia), Rodrigo Duterte (Filipinas) y Jair Bolsonaro (Brasil). "El fascismo está a la vuelta de la esquina, y apenas a un pasito de distancia, en algunas partes del mundo. No me malentiendan: no pienso que los valores conservadores son automáticamente de la derecha o que bordean el fascismo. Yo confío en que políticos conservadores como John McCain combatirían el fascismo y el totalitarismo. Pero no tengo confianza en que hombres como Trump y compañía conozcan la diferencia o incluso sepan remotamente lo suficiente de historia como para no extralimitarse en sus poderes".
A pesar de todo lo que ocurre en el mundo –terrorismo incluido en los países desarrollados y reflejado en su película Inmersión–, asegura que posee una naturaleza optimista, "Incluso cuando filmo temas muy controvertidos o escabrosos, me niego a ser tragado por la oscuridad. No es saludable vivir de otra forma", señala, mientras, en privado escucha a Asaf Avidan –cuya voz e interpretación le pone la piel de gallina– y lee al fallecido actor y narrador Sam Shepard –"él escribía como nadie más: su prosa es dispersa, pura y aguda; su universo revela un entendimiento profundo del alma estadounidense"–. Lo dirigió en Llamando a las puertas del cielo (2005).
Del cine en español, Wenders dice que "hay un puñado de directores mexicanos que son geniales y que trabajan en la cima de nuestro oficio, todo el mundo sabe quiénes son. En cuanto a la Argentina, conozco el trabajo de Pablo Trapero, Lucrecia Martel y Juan José Campanella. Y hay otro director, German Kral (autor del documental Un tango más, sobre María Nieves y Juan Copes), que fue mi alumno".
Wenders se ha casado cinco veces, y ha hecho toda clase de cosas, entre ellas, publicar libros. En suma, ha llevado una buena vida. "Siempre pensé que envejecer significaría volverse más sabio. O, al menos, trabajar menos. ¡Para nada!", declara. "Nunca estuve más ocupado. Mi padre era un cirujano y debió retirarse a los 65 años, cuando estaba en su mejor momento. Como director, fotógrafo o escritor, podés continuar mientras tengas ganas. Bueno, a menos que te des cuenta de que estás sacando de quicio a los demás".