Washington Cucurto, el escritor (y dibujante) del pueblo
Santiago Vega, más conocido como Washington Cucurto, encontró frente al Obelisco un espacio extremo. El lugar está cubierto con su colección de trabajos, bocetos, croquis e intervenciones de revistas que transportan su mirada infantil y extrañada del mundo. La muestra se titula "Deseo & ternura" y está montada en un monoambiente.
Escritor y poeta, Cucurto es un gran referente de la literatura periférica local. Acaso sea, aunque muchos lo desconocen, el escritor de su generación –nació en 1973– más leído, más festejado y más vilipendiado a la vez dentro del campo literario argentino. Cucurto es una máquina de hacer libros (se contabilizan en su haber una veintena entre poesía, cómic y novelas), un nombre que, más que una referencia, debería pensarse como una designación.
Fue otro escritor, Fabián Casas, quien en una reunión entre los integrantes de la revista 18 Whiskys (que en la década de los 90 duró solo dos números, suficientes para abrazar un estado de culto), que ante la llegada de Santiago, el novato del grupo, lo bautizó Washington. "Yo no sabía nada de literatura y fue ese grupo [compuesto por Daniel Durand, Juan Desiderio, Alejandro Ricagno, Laura Wittner, José Villa, Mario Varela, Sergio Raimondi, Rodolfo Edwards, Osvaldo Bossi, y otros tantos] el que me enseñó casi todo. Una noche, Juan Gelman invitó al grupo a cenar a Barracas y yo fui de colado. Pero como entraba a laburar temprano [era repositor de supermercado], me fui antes que los demás. Por entonces usaba mucho la palabra curtir, y antes de irme les dije: ‘Yo no curto beber hasta tan tarde’. Pero se me trabucó la lengua y dije: ‘Yo no cucurto’. Se ve que la siguieron conmigo porque al otro día ya era Washington Cucurto".
Su obra siempre recurre a las minorías y a los marginales y entre sus publicaciones se destacan Zelarayán (Deldiego, 1998), el puntapié inicial; Cosa de negros (2003); Veinte pungas contra un pasajero (Vox, 2003); Las aventuras del señor maíz (2005) y El amor es más que una novela de quinientas páginas y otro relatos (Mansalva, 2012), popularizada como El amor es más Cucu. Son textos que fueron trabajosamente traducidos al alemán, al inglés, al persa, al chino y al coreano. Su lista por ahora es inagotable: hasta pensó en hacer una biografía sobre Don Ramón, el personaje del El Chavo del 8: "La empecé, pero la dejé, algún día la voy a continuar", se esperanza. Ricardo Piglia lo consideró el nuevo Roberto Arlt.
Sus trabajos explotaron en el contexto de las potencias estéticas y teóricas liberadas por la crisis de los años 90, que tuvieron su estallido en 2001. Al calor de la crisis fundó Eloísa Cartonera, junto con el diseñador Javier Barilaro, un sello de trabajadores cartoneros que difunde literatura latinoamericana contemporánea. Ahora instaló, frente al Obelisco, en un monoambiente transformado en galería, otra de sus operaciones barrosas de hibridación y mezcla de discursos. Su colección de pinturas, bocetos, croquis e intervenciones de revistas. Lo hizo junto a Martín Llambí, el ideólogo de esta nueva puesta.
A través de sus libros, novelas, entrevistas y poesías desbordantes de historias, Cucurto situó su literatura en los bordes de las ciudad de Buenos Aires, allí donde se talla el verdadero lenguaje. El más real. Dice el gran John le Carré que un escritor no es experto en nada salvo en sí mismo. La frase calza perfecto en su mundo. Pero el estilo cucurtiano no se ancla en las letras. Sus pinturas siguen la lógica del exceso de su escritura, considerada realismo atolondrado.
Los personajes de sus libros reviven en sus lienzos reciclados. Esa distopía convierte al escritor en un mimeógrafo humano, un actor siempre dispuesto a comenzar su obra. "Después de hacer las tapas de los libros de Eloísa Cartonera, hice también la de El amor es más Cucu. Dibujé historietas también. Es algo que me fascina mucho. Muchas de mis pinturas tienen textos, otras no. Algunos visitantes a la muestra [N. de la R: que se cursan a través de un correo electrónico y nunca pueden superar las dos personas], dicen que yo pinto en 1D", festeja la ocurrencia.
En la muestra hay mucho collage.
Me encanta la técnica del collage. Es algo muy tranquilizador practicarla. La recomiendo antes que cualquier otro sedante. Hacer collage es muy fácil porque vivimos en una ciudad que está cubierta de papeles. Yo saco material de todos lados: calles, paredes, bares. Al principio solo dibujaba, pero me di cuenta de que es mucho más fácil y divertido hacer historietas con collages.
¿Hiciste muchas?
Sí, tengo unas cuantas. La primera que hice se tituló Néstor en Malvinas, en la que Néstor se enamora de una mujer en Bombay. Es cortita, pero a Néstor lo dibujé rebien (risas).
¿La colección de historietas tienen un anclaje en la realidad?
A veces sí, a veces no. Por ejemplo, hay una serie que llamo Mona, adiós o Mono, adiós, historietas que fueron dedicadas a Florencia Peña y a Carlos Tevez. Hay otra de Flor Peña titulada Fantasía, que hice cuando apareció el video íntimo. Quería bancar a Flor como sea y se me ocurrió hacer eso. Pero los trabajos son variados. Hay retratos y hay pinturas con trazos más salvajes.
"Deseo & ternura" tiene muchas peculiaridades. La muestra está instalada frente al Obelisco, en la casa-estudio donde mora Martín Llambí, músico y periodista que trabajó en galerías de arte. La colección se montó sobre las paredes y los pisos del estudio, mezclada con libros de Cucurto y carpetas, grandes volúmenes en los que archivan poesía manuscrita e historietas que no renuncian al lenguaje ardoroso del autor nacido en Quilmes.
Llambí conoció a Cucurto hace unos años y se reencontraron hace poco. "Nos conocimos en 2005 en el mundito literario –cuenta Llambí–. Conservo muchos amigos en ese ámbito porque tengo una editorial de e-books llamada La Colección, donde publico a autores desconocidos. Cucurto es parte del mainstream en el campo editorial. Nunca lo hubiera publicado. Pero en el campo del arte, no. Fue uno de los motivos por los que se me ocurrió hacer la muestra. Hace unos meses nos cruzamos en la 9 de Julio y los dos estábamos recién mudados. Somos vecinos y contextualizamos este momento con esta muestra. Cuando pensamos en montar los trabajos acá, me dijo que estaba loco, que había poco lugar, pero di vuelta todo el estudio y cuando volvió, estaba todo colgado. No lo podía creer. Se dio un choque de planetas. De ese desmembramiento sale 'Deseo & ternura'".
Lo de Cucurto es poesía visual, un arte que tiene que ver con el juego, con la ingenuidad. Llambí revela que la muestra motivó a su hijo Gregorio, de 3 años, a pintar por primera vez una figura gestual: un indígena con arco y flecha. "Creo que fue su defensa. Porque algunas pinturas de Cucu lo hacían llorar", dice el padre. Llambí define el estilo del escritor como barrero. "Digo barrero por el barro y porque barre con toda la lógica del mundo del arte. Aunque en ese caso se llamaría barredor, ¿no? Hay quienes consideran su trabajo como art brut, un primitivismo asumido, pero es una expresión muy sobrevaluada".
El barrerismo cucurtiano aglutina pinturas partidas, lienzos que se cortaron a la mitad por cuestiones de espacio y que se representan en dos frentes que pueden unirse. Algunas tienen dos caras. "Las pinturas que no me gustan las elimino con una nueva arriba. Hubo compradores que no se dieron cuenta de que se llevaban dos pinturas hasta que llegaron a sus casas. Porque en el reverso de la principal había otra que quedó olvidada. Lo bueno es que se llevaron dos al precio de una", resalta las bondades del antimétodo.
El muestrario incluye personajes populares y notables, como Ayrton Senna, que evoca al piloto brasileño campeón mundial de Fórmula 1; o el de su compatriota, el poeta Lima Barreto, junto a otros más salvajes. "Ayer decían que Cucurto es un Dalí atolondrado y que jamás va a perder el tiempo con estudios académicos. Pintar le resulta muy liberador y se siente libre. Cree que debe ser parecido a la música. Como un fluir", revela Llambí los comentarios que surgen de las visitas.
Cuando Llambí recibió las pinturas armaron una travesura. Le ofrecieron la colección a una galería y en la biografía de Cucurto destacaron, además de todos sus trabajos escritos, que sus pinturas estaban influidas por las enseñanzas personales de Ralf Winkler, artista conocido como A.R. Penk.
Los trabajos realizados por Penck fueron expuestos en galerías de arte y algunos museos en Occidente a partir de principios de la década de 1980. Sus mayores habilidades fueron con la pintura pictográfica y con su característico arte totémico: el uso de formas primitivas para el trazado de formas humanas.
Las esculturas de Penck, aunque menos familiares que las de Cucurto, evocan los mismos temas primitivos que sus pinturas y dibujos. Fueron confeccionadas con materiales comunes: madera, botellas, cajas de cartón, papel de estaño, alambres y engrudo, pintadas con simplicidad y espontaneidad. Cucu habría aprendido estas técnicas con el artista alemán cara a cara, encuentros en los que el artista teutón habría encontrado en el escritor argentino a su mejor discípulo. "La historia cerraba a la perfección, excepto que en el momento en que Cucurto estuvo en Alemania, Penk ya estaba gagá [risas]. Una alternativa era que él hubiera estudiado con Penk en Nueva York, en la década de los ochenta, pero Cucurto era muy chiquito y ¡ni siquiera era Cucurto! Cucurto propuso una tercera coartada: decir que era contemporáneo de Penk y que tenía ochenta años, pero habría que haber eliminado todos los datos y las fotos de Cucurto en Google, ya que tiene cuarenta años menos que Penk. Quisimos engañar al mundo del arte, pero no lo logramos", consigna Llambí.
Cucurto ofrece su visión: "Para mí el robo nunca fue malo en la literatura; tampoco en la pintura. Son valores que no tengo. Hacer las cosas serias, de no caer en el ridículo nunca me gustaron y me rebelo contra eso. A cambio, utilizo el humor. Me río de mí mismo y de cosas que considero que tienen poco valor. Toda esa mezcla genera un lenguaje propio. De esta colección rescato eso".
¿Cómo es una visita a esta muestra?
Primero tenés que conectarte con Martín, porque este espacio es muy pequeño y pueden venir de a uno o de a dos. Es un concepto nuevo, el de las minigalerías. Espacios poco convencionales para el desarrollo del arte. A veces estoy yo, pero en general Martín recibe a las visitas. Es decir que es con invitación. Nereo, un amigo de Martín, dice que es exclusivísimo (risas). Yo no creo eso, porque las pinturas se ofrecen a precios populares: desde 500 pesos. El recorrido no es muy largo, como verás, pero te podés quedar todo el tiempo que quieras, porque hay mucho para ver. Martín a veces toca la guitarra. Él es un excelente anfitrión. Y cuando salís, tenés al Obelisco. El centro de la ciudad.
¿Es la primera vez que exponés estos trabajos?
Esta colección se expuso en el museo Castagnino, en la ciudad de Rosario, bajo el título de "Pájaro afrodisíaco", creo que en 2016. Mi primera muestra fue "Explosión acuarela", la curó Facundo Soto, amigo y escritor [N. de la R.: autor de Conversaciones con Cucurto, de editorial Blatt & Ríos]. Ese fue en Espacio Jungla, en el barrio del Abasto.
¿Qué es lo que más te gusta de este proyecto?
Me gusta que sea experimental. Tan experimental que hasta llevamos pulgas al estudio. Habíamos recogido unos marcos en la calle que estaban bichados, pero ya lo solucionamos, no teman [risas]. Me gustó la idea de Martín de que no haya horarios fijos. Y gané una linda amistad. No hay nada más especial que eso.
¿Quién fue el primero que te vio pintar?
Pedrito Mairal, en Rennes, Francia. En 2015, fuimos becados y estuvimos en aquella ciudad. Compartíamos un cuarto, Pedro escribía y yo lanzaba mis trazos. Me apoyó mucho en esto. Ahora que preguntás, también debo agradecerle a la revista Orsai, de Hernán Casciari, que hace unos números publicó una ilustración mía en la tapa y sortearon entre los lectores el original de ese dibujo.
¿Dónde tenés tu atelier?
No tengo lugar fijo, puedo pintar en el departamento en donde vivo, en la avenida Córdoba. O en un campito en Florencio Varela, un lugar que creamos a partir de Eloísa Cartonera. Voy para allá los fines de semana. Pero es muy grande y la soledad se siente mucho.
YO LO VI PINTAR A CUCURTO
Por Pedro Mairal
Yo lo vi pintar a Cucurto. Coincidimos dos meses a principios del 2015 en una residencia de artistas en Francia, en la ciudad de Rennes. Cucurto ya llegó con la idea de pintar y se llevó una valijita con pasteles, marcadores y acrílicos. Al principio pintaba en papeles oficio una serie de travestis y mujeres desnudas, con frases, con paisajes urbanos detrás, y también retratos de escritores como Laiseca, Perlongher. Coloridos y eróticos pero todavía algo estáticos. No sé bien qué le pasó después, pero fue como una explosión, un enchastre de color y energía plástica.
De pronto se liberó de la serie, del formato. Empezó a pintar en afiches que yo le ayudaba a arrancar de la calle cuando volvíamos de los bares casi de madrugada en el frío helado de una primavera que no terminaba de llegar. Con dos o tres rollos enormes de papel, Cucurto subía los cuatro pisos del departamento donde nos alojábamos y a veces se quedaba pintando de noche, y pintaba desde la mañana siguiente hasta la tarde sin darse cuenta de que había pasado todo el día. ¿Qué hora es?, le preguntaba yo desde mi habitación. Las diez de la mañana, me gritaba él desde su estudio. Yo miraba el reloj: eran las cinco de la tarde.
Y fui testigo también de cómo iban entrando en sus cuadros las cosas que le iban pasando, cosas que hablábamos, frases que nos llamaban la atención, poemas, mails, pedazos de canciones. Cucurto tiene un radar gigante para captar lo que le sirve en su arte. Lo agarra al boleo y, tal como lo hace en su escritura, lo zampa en su pintura y lo convierte en algo completamente personal. En esos dos meses en Francia, trabajamos dando talleres literarios con hijos de inmigrantes, congoleños, angoleños, marroquíes. Las caras de los inmigrantes, su alienación, sus ojos desconfiados, su soledad, todo eso entró en sus cuadros, en colores terrosos y una confusión de cuerpos que buscan tener una identidad.
Lo vi absorber influencias como una esponja, garabateando cuadernos como Frida Kahlo, haciendo collages a lo Lamborghini, mirando en silencio dibujos de Picasso. Me acuerdo que cuando descubrió a Basquiat, buscaba sus cuadros en Google y me gritaba desde su estudio: "¡Este grone la rompe, Pedrito!". Uno puede pensar que se obsesiona, y quizá es cierto, pero creo que los obsesivos no son permeables, no se dejan influenciar. Cucurto es una máquina de mirar y escuchar, después está su fuerza para plasmar el mundo. Y subrayo la palabra fuerza porque eso se percibe en su obra. Fuerza vital, fuerza física, fuerza expresiva. Es desfachatado pintando, tiene absoluta libertad. Así van saliendo sus demonios, sus mujeres, sus hombres sexuales. Porque su pintura es sobre todo sexual, trata en gran medida del deseo.
¿Es expresionista, primitivo, bestial, lírico, violento, lúdico? Todo eso a la vez y más, puede ser delicado y puede ser también como el simple acto feliz de estar vivo mamarracheando la hoja. ¿Qué hay en los cuadros de Cucurto? Irresponsabilidad estética, colores sacándose chispas, libertad completa, mugre, intuición, amor desesperado y ternura. Cada día estoy más convencido de que Cucurto es un genio. Nunca deja de sorprenderme. Todavía lo veo pintando desaforado con la camiseta verde mosca de la selección mexicana, todavía lo oigo gritándome desde su estudio: ¡Pedrito, qué linda que es Francia!