Walker Evans, el cazador oculto
Nadie sospecha qué esconde bajo su abrigo el hombre que viaja en el subte neoyorquino, a fines de la década de 1930. Los pasajeros bostezan, leen el diario o se sumergen en sus pensamientos, con la mirada perdida en el vacío. No son conscientes de que ese extraño está a punto de dispararles.
"Se parece a la caza. Usás una máquina y disparás para matar. Si tenés la imagen que querés, diste en el blanco", dirá años más tarde sobre la fotografía Walker Evans, aquel hombre que retrataba a sus anónimos compañeros de viaje "sin máscaras", con una cámara oculta.
Para entonces se había convertido en "uno de los artistas más influyentes del siglo XX", como lo presenta el Museo Metropolitano de Nueva York. Esta institución adquirió en 1994 el archivo del fotógrafo, fallecido dos décadas antes, y lo abrió al público en 2000 con una retrospectiva de su obra. En 1938 había debutado con la primera muestra individual consagrada a un fotógrafo en el Museo de Arte Moderno de la misma ciudad, que le dedicaría otra exposición en 1971. Varias fotografías vintage que integraron esta última se exhiben ahora en la porteña Fototeca FOLA.
Nacido en 1903 en Saint Louis, Missouri, desde niño coleccionaba postales y tomaba fotos de su familia con una pequeña cámara Kodak. ¿Qué hizo que llegara a inspirar a colegas famosos como Robert Frank, Diane Arbus, Lee Friedlander y Bernd e Hilla Becher. Pionero de la tradición documental en la fotografía estadounidense, durante cincuenta años registró la escena de su país con una composición precisa y la sutileza de un poeta. Una mirada sociológica y sensible caracteriza su estética directa, sin juicios, con foco en la vida cotidiana del hombre común.
Hay algo en esas imágenes del escritor en el que soñaba convertirse cuando viajó a París en 1926. En la capital francesa produjo ensayos y cuentos acompañado por su cámara. De regreso en Manhattan, un año más tarde, trabajó en librerías y en la Biblioteca Pública de Nueva York, y trasladó las formas literarias a las fotografías.
Las primeras revelan la influencia del modernismo europeo, pero pronto encontró un estilo propio. Las que lo harían famoso fueron las realizadas a mediados de la década de 1930, en plena Depresión, cuando logró reflejar el espíritu y el sufrimiento de una nación entera.
El gobierno le había encargado registrar las condiciones de los campesinos en varios Estados del sureste del país... y él se tomó la tarea con gran libertad. En 1936 trabajó con el periodista y escritor James Agee en un ensayo sobre tres familias de Alabama encargado por la revista Fortune. Finalmente se transformó en Let Us Praise Famous Men (Elogiemos ahora a hombres famosos, 1941), un libro de 500 páginas. Según muchos críticos, fue la producción más relevante de su carrera.
Otro objeto de culto para las siguientes generaciones fue el catálogo de American Photographs, la retrospectiva de 1938 en el MoMA. Ochenta años más tarde fue recreada en la sede del museo en San Francisco, tras haberse alojado el año pasado en el parisino Centro Pompidou.
Integrar sus pasiones, la literatura y la fotografía, fue uno de sus grandes logros. Durante dos décadas fue editor de la revista Fortune, donde tomaba fotos y escribía textos para crear ensayos de gran calidad.
La innovación lo sedujo hasta el final de su vida. En 1973, mientras ejercía la docencia en la Universidad de Yale, retomó los antiguos temas –carteles, pósteres y letras– con una cámara Polaroid y material ilimitado ofrecido por la marca. "Miren fijo, curioseen, escuchen –aconsejaba a sus alumnos–. Es una forma de educar su ojo. Mueran sabiendo algo. No estarán aquí mucho tiempo".
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