A sus 30 decidió que no quería mirar atrás. Se mudó 12 veces antes de instalarse definitivamente y se abrió a un cambio interior.
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Sucedió luego de un viaje en el que todo había salido de maravillas. Corría abril de 2013 y Paula Torraco regresaba a su departamento de la ciudad de Buenos Aires luego de un mes de haber recorrido Europa con sus amigas de la infancia. Finalmente estaba en casa, lista para descansar y retomar la rutina laboral. Sin embargo, en cuanto subió al ascensor algo le indicó que no todo iba a estar como ella esperaba. Y su sospecha se confirmó en cuanto abrió la puerta: le habían robado absolutamente todo.
“Me habían desvalijado. En ese momento, sin ser consciente de ello, algo en mi interior cambió. Por algún motivo, tenía muy claro que enojarme y llenarme de bronca solo iba a afectarme a mí”, recuerda. Criada en el barrio porteño de Boedo, había tenido una infancia feliz: junto a sus hermanos, pasaba mucho tiempo al aire libre y, además, como la familia era socia del Club Italiano, todos los fines de semana aprovechaba para hacer algún deporte. De hecho, siguiendo la tradición familiar, empezó a jugar al tenis desde muy chiquita. Siempre le habían gustado los deportes; en el colegio participaba en natación y hockey también. “En el club, cada uno tenía su grupito de amigos, así que los veranos transcurrían en la pileta y jugando al poliladron. Siempre que podíamos, nos íbamos un par de semanas a Miramar. Siento que fui muy afortunada de tener amigas que conozco desde los cuatro años, y que siguen siendo parte de mi vida hoy, con algunas nuevas incorporaciones a través del tiempo”.
Cuando llegó el momento de elegir una carrera universitaria, se inclinó por el diseño industrial. “Al terminar el secundario no sabía qué estudiar, y me llevaron a hacer un proceso de orientación vocacional, que tampoco me aclaró demasiado el panorama, ni me mostró un rumbo a seguir. Recuerdo que me dijeron podés estudiar lo que quieras. Ojalá los tests hubiesen estado menos enfocados en las capacidades y más en las causas que nos convocan. Finalmente, decidí seguir los pasos de mi papá y estudiar Arquitectura en la Universidad de Buenos Aires. Pero en el CBC, me enamoré del diseño industrial y su capacidad de mejorar la vida de las personas y del mundo, así que rendí las equivalencias y me cambié a mitad de año”.
Durante toda la carrera universitaria, trabajó en distintos estudios de diseño, para obtener experiencia laboral. La carrera le resultó tan intensa como apasionante. Los proyectos que más valoraba eran los que tenían una mirada sustentable. Su último trabajo como diseñadora fue en una empresa de equipamiento para supermercados. Luego de unos años, hizo un posgrado en la UBA también, para el que le otorgaron una beca por su buen desempeño académico durante la carrera.
Sin mirar atrás
Pero el shock que le había producido aquel robo rompió algo en su interior y Paula ya no quiso mirar atrás. Siempre había tenido la curiosidad de vivir un tiempo afuera y, como tenía que empezar de nuevo, decidió hacerlo en otro lugar. “Mi vida, que hasta ahora había seguido el manual perfecto del mandato cultural y del deber ser, empezaba a transformarse, para siempre”.
Un viaje lleno de preguntas
Fue a sus 30 que soltó todo lo conocido, se deshizo de los pocos bienes materiales que le habían quedado para llevar una vida más simple y dejó a su familia, sus amigas y sus años de carrera como diseñadora industrial para comenzar de cero en un lugar en el que no conocía a nadie y se hablaba un idioma, que ella aún no manejaba. El destino que había elegido para semejante aventura era Ámsterdam, la capital de los Países Bajos.
Sin embargo, rehacer su vida sola en Ámsterdam no fue tan fácil como pensaba. Los primeros meses fueron de exploración y de supervivencia. La comida y la ropa estaban cubiertas, aunque la seguridad de empleo y el alojamiento seguían siendo un desafío. Pronto se dio cuenta de que encontrar un trabajo como diseñadora industrial no sería fácil debido a la barrera del idioma. Por otro lado, encontrar alojamiento resultó incluso más difícil que conseguir un trabajo. Se mudó doce veces en tres años.
Al tiempo empezó a trabajar en servicio al cliente en una empresa farmacéutica. “Dejar mi carrera después de tantos años de esfuerzo, fue un ejercicio de entender mis prioridades. En ese momento, tenía que conseguir un trabajo que me permitiera vivir. Sin embargo, el cambio que más sentí fue pasar de estar siempre muy rodeada de familia y de amigos en Buenos Aires, a estar prácticamente sola cuando las visitas se iban. Yo no sabía estar sola, y ¡mucho menos pasar tanto tiempo dentro de casa!”
Siempre había sido muy curiosa y activa, así que comenzó a practicar yoga, a leer e iniciar un viaje interior. “Dicen que aunque regrese, nunca vuelve el que se fue. Y es verdad. Hay algo en tomar distancia. Me empecé a hacer muchas preguntas. Si ya no soy una diseñadora industrial, ¿quién soy? Si ya no tengo una vida social tan ocupada, ¿qué me gusta hacer en mi tiempo libre? ¿Cuál es mi pasión, cuál es mi hobby ¿En qué soy buena? ¿Qué quiero? ¿Cuáles son mis dones y talentos? ¿Cuál es mi propósito? ¿Estoy viviendo mi vida? ¿O simplemente estoy haciendo lo que se espera de mí? Si estaba tan desconectada de mí misma, ¿desde qué lugar operaba con el mundo que me rodeaba? En este viaje hacia el interior, se me hizo muy evidente que no sabía la respuesta a estas preguntas y que durante la mayor parte de mi vida había estado viviendo desde el deber ser en lugar de lo que hubiese sentido más genuino. Terminar el secundario, ir a la universidad, conseguir un trabajo, obtener el título de posgrado, perseguir promociones. Porque esa es la receta para triunfar en la vida”.
Era un trabajo interior intenso pero, hacerse esas preguntas le permitió mirar la vida con una nueva conciencia, que poco a poco se convirtió en acción. Gradualmente, comenzó a tomar diferentes decisiones en todas las áreas de su vida que transformaron para siempre la forma en que se conectaba con ella misma, con los demás y con el mundo que la rodeaba. Con mucho trabajo interior, aprendió a estar sola, y a disfrutarlo. Y comenzó a investigar y a integrar diferentes herramientas para una vida más consciente.
El estrés como apertura hacia lo nuevo
Esa búsqueda había estado motivada por diferentes momentos de estrés que había atravesado desde aquel robo en Buenos Aires. “En lo personal, me generaba mucha incomodidad sentir que no estaba en un trabajo o empresa que me llenara el alma, ni alineada con mi propósito, que para entonces ya estaba más claro en mí. Además creo que el expatriado/emigrante, siempre lleva la emoción del corazón partido, entre dos realidades, la de acá y el allá”. Es que en forma paralela a su descubrimiento interior, Paula Torraco había despegado en su puesto de trabajo y con ello habían aumentado las responsabilidades.
En dos años y medio, había pasado de Agente de Servicio al cliente a Gerente. Y después de cinco años se convirtió en Gerente Regional con equipos en Ámsterdam, Madrid y Milán. “Yo era muy buena en mi trabajo, considerada un talento, viajaba por toda Europa para reuniones que, como argentina, tenían una emoción extra. Una vez me invitaron a una reunión rápida de un día en Francia con los principales líderes solo para obtener más visibilidad. ¡No lo podía creer!”.
Sin embargo, aunque estaba ascendiendo, tachando todos los casilleros, sentía que faltaba algo. La introspección y la contemplación le ayudaron. Pero también la meditación, el yoga y el estilo de vida ayurvédico que la ayudó a estar alineada con los ritmos naturales de su cuerpo. “Y así fue que un día miré a mi equipo, compañeros y colegas. Mientras caminaba por la oficina, vi a algunos jóvenes tomando un Red Bull a las 9 a.m., otros cerca de la máquina de café, y otros que necesitaban una Coca-Cola a las 3 p.m. para pasar el resto del día. Había mucho estrés y casos de burnout. Me di cuenta de que a las personas que me rodeaban les faltaban las herramientas básicas de bienestar que había integrado en mi vida a lo largo de los años: meditación, mis hábitos conscientes de comer y dormir, alivio emocional, ejercicio, sentido de propósito”.
Y de pronto sintió que había encontrado su misión: llevar bienestar a su equipo de trabajo y al resto de la organización también. Con esa idea en mente, desarrolló un programa de concientización integral para acercar a la gente opciones para ser parte del mundo de manera más responsable, cuidando el bienestar y la reconexión personal y con el planeta. Entre otras cosas, organizó talleres de estilo de vida, de alimentación consciente, sobre la importancia del buen dormir, de mover el cuerpo, de practicar mindfulness y meditación.
Una partida anticipada
Con la llegada de COVID, el puesto que Paula había creado con tanto entusiasmo, pero que era temporario, no pudo sostenerse como tal y se presentó la posibilidad de volver a su rol anterior. Pero su corazón estaba en otro lado, en ayudar a los demás como coach e instructora de bienestar. Así que decidió escuchar lo que su cuerpo le decía y arregló su salida. No había mucho lugar para negociar, pero logró que la empresa le pagara unos cursos de capacitación. Se certificó como Instructora de Estilo de Vida Ayurvédico (Chopra) y completó un máster en Liderazgo Consciente.
“Ya no creo que los títulos hablen de mi capacidad como persona, pero sí creo en el aprendizaje continuo, no por la acumulación de información, sino para llegar a la sabiduría que da la experiencia. En paralelo, empecé a armar mi propio proyecto To Be Honest, con la ayuda de una muy buena pareja de amigos. El nombre hace referencia a la necesidad de sincerarse con uno mismo, como primer paso necesario para emprender cualquier proceso de transformación personal. No fue un camino sencillo, en el medio aparecieron muchos miedos y preocupaciones”.
Renacer en Ámsterdam
Paula asegura que le encanta su vida en Ámsterdam. “Hay una sensación de libertad y seguridad, y muchas oportunidades si te animás a ir por ellas. La escala de la ciudad es ideal: tiene todo (cultura, deporte, etc.) a una distancia cercana. Esto pareciera ser algo menor, pero siento que mejoró mi calidad de vida porque tengo más tiempo y flexibilidad al poder ir en bici a todos lados. Hay mucha conciencia ambiental y otra cosa que valoro muchísimo es la oferta de comida basada en plantas. La mayoría de mis amigos son expats también, de Argentina. No los busqué necesariamente, pero es como tener un pedacito de casa acá”.
La historia de Paula, como muchas otras, habla de la capacidad de reinventarse, una y otra vez. “Me gusta mucho recordar la frase de Viktor Frankl que dice que entre estímulo y respuesta hay un espacio. En ese espacio está nuestro poder para elegir nuestra respuesta. En nuestra respuesta radica nuestro crecimiento y nuestra libertad. Siempre tenemos la posibilidad de elegir algo que nos haga ser nuestra mejor versión”.
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