Volver al viejo ritual de los regalos de cumpleaños
Cuando yo era chica –y lo mismo ocurrió cuando mis hijos, hoy padres, cumplían años- cada una de mis amigas me traía un regalo en mi cumpleaños, yo los abría delante de ella y se lo agradecía. Todavía recuerdo ese ritual de papeles de colores y moños y la magia de la sorpresa ante cada uno de esos paquetes, pasaba las semanas siguientes jugando, ordenando, mirando esos nuevos tesoros que eran de verdad tesoros porque no había cajita feliz ni McDonalds, ni juguetes en los kioscos, lo máximo era el chocolate Jack que traía una sorpresa minúscula y fascinante que guardábamos en una caja, incluso atesoramos en un cajón hasta nuestra adultez esos diez o veinte juguetes o personajes de los chocolates que recibimos a lo largo de varios años. También recuerdo ir con mamá a comprar el regalo para cada amiga, yo la acompañaba porque conocía a la cumpleañera y sabía lo que podía gustarle y de paso ensayaba el comprar algo para otra persona y nada para mí, buena práctica fortalecedora del carácter.
Muchas cosas cambiaron: los chicos reciben regalos, a veces grandes, otras chiquitos, mucho más seguido que las generaciones anteriores. Las empresas, la televisión, la calle y los shoppings los bombardean intentando seducirlos para que digan "¡Compráme!", ellos y los chicos saben que a nosotros nos cuesta resistirnos. No creo que sea la única razón -pero seguramente es una de ellas- para una costumbre que crece: que los chicos –en realidad los padres-junten dinero para darle al cumpleañero de modo que él pueda comprarse lo que quiera. Es de verdad práctico, no tenemos que salimos a comprar algo cada vez. Los padres creemos con bastante razón que ellos tienen demasiados juguetes y preferimos que no reciban muchos regalitos sino que aprovechen para comprarse algo mejor que quizás no podemos regalarle, y de paso no se llenan sus cajones con tantas cosas chiquitas.
Pero... los chicos no manejan el concepto del dinero y de las cantidades hasta los ocho años aproximadamente, les cuesta elegir lo que prefieren, pueden incluso equivocarse al comprar, es mucha responsabilidad aprovechar ese momento, esa ida a la juguetería a para elegir bien y al mismo tiempo dejar muchos otros objetos fascinantes.
Me gustaría que pensemos en volver al viejo ritual por lo menos hasta los ocho o nueve años; para entender lo que propongo alcanza con verles la cara al recibir cada regalo y entender que vale la pena ese esfuerzo extra de las familias. ! Por sobre todo porque se pierde esa primera media hora en su cumpleaños de recibir y abrir los regalos que le trae cada amigo pensado especialmente para él.
Si en algún momento las mamás deciden juntar la plata que sean ellas o la madre del cumpleañero las que compren el regalo para que los chicos se lo entreguen entre todos en el festejo, para tener por lo menos un regalo para abrir. Y que dejemos el darle un sobre con plata para la adolescencia… o ¡para nunca!
Acaba de pasar el día del padre: hubiera sido triste que los hijos le dieran plata a su papá para que se compre algo, otra opción no tan triste pero tampoco muy atractiva hubiera sido preguntarle lo que necesita y comprarle eso. En cambio es fascinante (y cansador) salir con los chicos a buscar algo que le guste a papá, incluso, apoyados por mamá, hacerle algún dibujo o una carta personal… ¿por qué creer que un niño tendría que ser diferente y podría realmente disfrutar el sobrecito con plata?
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