Alejandra Ferrari vivía en el extranjero cuando ocurrió lo que temía. Una infidelidad la hizo patear el tablero.
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Todo parecía indicar que su vida transcurría felizmente. O al menos eso era lo que ella se había convencido en creer. Tenía dos hijos y uno en camino. Un deseo muy profundo se estaba cumpliendo. Había trabajado en marketing y también elegido dejar en suspenso aquella carrera para pasar más tiempo con sus hijos que en aquel momento eran pequeños. Vivían en el extranjero, sin familia ni amigos cercanos, por lo que había considerado que esa elección era necesaria. Económicamente también estaban cosechando logros. Su marido trabajaba donde siempre había querido y habían podido comprar una casa, la casa de sus sueños.
“Todo era supuestamente fantástico y estaba 100% alineado a mis creencias de ese momento. Tengo que estar con mis hijos, tengo que criarlos yo, tengo que ser una mamá perfecta, tengo que ser la mejor amiga, tengo que mantener mi matrimonio a toda costa para que no se cumpliera la premisa de que cuando hay padres separados, los hijos también terminan separados”.
Corría junio de 2001 y Alejandra Ferrari tenía 34 años cuando decidió, junto al padre de sus hijos, que era un buen momento para probar suerte en el exterior. Diez años antes, ella había fantaseado con conocer la vida en otro país pero la realidad era que no se había animado. Y ahora se presentaba una oportunidad que no quisieron dejar pasar. Hija de padre militar, tenía más de 19 mudanzas en su haber y empezar de nuevo era algo que no la asustaba. Así, con ese espíritu aventurero, el matrimonio se asentó primero en El Salvador y luego en Albania, para hacer la experiencia en el Viejo Continente.
Con un título como Analista en Comercialización y Dirección de empresas y un posgrado en Negociación en la Universidad de Palermo, durante quince años se había desempeñado en el área de marketing. Por eso, cuando también sintió que dejar su carrera para acompañar a sus hijos era lo correcto, tampoco tuvo miedo. “Por suerte, si bien no tenía familia ni amigos cerca, contaba con ayuda. Si estás bien económicamente hay mucho personal para contratar con cama. Y tenía esa posibilidad. Dejé de trabajar porque necesitaba estar más cerca de mis hijos que se enfermaban mucho con otitis, neumonías y bronquitis”.
Engaños y mentiras: ¿el límite en la relación?
Hasta que un día tocó fondo. Supo que una mujer estaba con el papá de sus hijos y ese fue el límite. “Me enteré gracias a dos amigas. Me llamaron, me vinieron a ver y me lo dijeron. Ellas habían testeado mi postura frente a la situación una semana antes en un grupo de WhatsApp. ¿Le contarías a tu amiga una infidelidad de su pareja? Había respondido que sí, que si no me contaban no las consideraba amigas. Así lo hicieron y me dieron la libertad de elegir. Ahí pude comprender cuánto sufrimiento había escondido porque esas cosas no suceden de un día al otro. Él era un hombre muy ausente y yo había estado mucho tiempo sola en todo sentido: sin compañía como mujer ni contención de parte de él como mamá”.
Muy rápidamente supo que tenía que volver a la Argentina, había tenido dos neumonías y sus fuerzas y su cuerpo ya no iban a aguantar mucho más. La negociación con el padre de sus hijos no fue fácil. Le propuso volver ella sola con los chicos y ver qué les pasaba en ese intento de mejorar las cosas. De regreso rearmó su vida, como pudo. “El calor de la familia ayudó. También el apoyo de los viejos amigos y de los nuevos amigos. Pero mi angustia crecía y crecía. Ahora le había agregado la culpa a todo esto. Mi falta de límites conmigo misma se reflejaba en la vida con mis hijos. Era un caos”.
A campo y corazón abierto
Un día, unas amigas del colegio secundario a quienes no veía hacía mucho tiempo, la invitaron a un campo. “Sabía que tenía que estar ahí aunque no lo podía explicar la importancia con palabras. Dejé a mis hijos al cuidado de mis hermanas y partí. Ya en el campo, una de mis amigas, me hizo un mapa de sueños y maravillosamente supe que era por ahí”. El mapa de sueños es una herramienta de visualización que se hace a través del juego con revistas: la propuesta es recortar imágenes que llamen la atención aunque -en un primer momento- no tengan significado aparente ni sean del entendimiento racional de quien las elige.
Alejandra comenzó a involucrarse cada vez más con el coaching de prosperidad, que se basa en la ley de atracción de lo necesario para que cada persona encuentre aquello que la hace feliz. Cada día se sentía más liviana. Cumplía con los agradecimientos que tenía que hacer por día y aparecía la magia que le duraba unas cuantas horas. “Pero lo más maravilloso apareció cuando trabajé mis creencias limitantes. En un fin de semana encontré 35 creencias limitantes. No lo podía creer. Que de padres separados, salen hijos separados, que valía si producía, que era una histérica, que no tenía tiempo, que era culpable y que me iba a quedar sola y sin pareja ya que nadie iba a quererme con hijos tan pequeños, fueron algunas de las creencias que descubrí que limitaban mi crecimiento interior”.
Adiós a la creencias limitantes
Pero no quiso bajar los brazos. ¡Tantas veces había empezado de cero y ahora era necesario que lo hiciera, una vez más, por ella y por sus hijos! El coaching la fue ordenando. “Trabajaba cosas, me ordenaba y lo que deseaba, aparecía. Me formé, estudié, hice cursos en la Escuela Argentina de Programación Neurolingüística y nunca dejé de estudiar. Me animé al trabajo en forma independiente, puse mi consultora y el primer cliente fue un amigo de una íntima amiga que le ofreció mi CV para que me contactaran con gente de la industria farmacéutica y me preguntó si lo podía ayudar que estaba pasando de vender productos a servicios. Le gustó tanto cómo habíamos trabajado que comenzó a recomendarme y así me fui haciendo conocida del boca en boca”.
También pudo poner orden en su vida familiar y la de sus hijos. A pesar del dolor por todo lo sucedido, pudo divorciarse en buenos términos. Y, en ese proceso de abrirse a lo nuevo, también conoció a su actual marido. “Increíblemente lo conocí por Internet. Nunca lo hubiera imaginado porque mis creencias eran que eso no estaba bien. Pero cuando conocí a Leandro -que era viudo y había sufrido por la trágica muerte de su mujer- supe que no podía dejar pasar esa oportunidad. El cambio no fue fácil, pero tampoco imposible. Descubrí que, al conectarme conmigo misma y descubrirme, realmente pude salir del automatismo e incorporar nuevas creencias más liberadoras que me llevaron a vivir una vida plena y feliz”.
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