Recluido en el aislamiento inesperado de estos tiempos, Gabriel le dio comienzo a una nueva aventura, que lejos de parecerse a una de sus tantas travesías en movimiento, surgió calma, aunque no por ello menos intensa. El hombre de 54 años tomó el coraje de explorar las sensaciones provocadas por un suelo colmado de luces y sombras, signadas por el rótulo de ser un argentino emigrado, un foráneo en otras tierras.
"Sí, estoy contento de poder vivir en Viena, la ciudad con la mejor calidad de vida del mundo", asegura hoy al encarar este proceso. "Pero también recuerdo las palabras de la empleada pública al momento de darme mi primer visado austriaco, allá por los años ´80: `Usted estese contento de que le permitimos estar aquí, en nuestro país. Sea por favor un buen huésped´. Lo cierto es que Austria me demostró ser una nación de contrastes y contradicciones. Una en donde, a veces, todo parece ser una ilusión. Su conducta coincide con su preferencia de olvidar su participación clave en el inicio de las guerras mundiales; se perciben como víctimas y no como perpetradores, y en su invención de la diplomacia y la magnitud de su burocracia, aprendieron a ser condescendientes para obtener réditos y a nunca decir que sí o que no. Para ello existe el `jein´".
Hacia un nuevo destino
Allá, por el año 1986, Gabriel había quedado impactado con las palabras de uno de sus profesores universitarios. Al joven, que fantaseaba con volar lejos y cambiar el rumbo de su vida, le daba la impresión de que aquel hombre no cesaba de nombrar a Viena, y que de su boca brotaban maravillas. "Quiero irme a vivir a Austria", les dijo a sus padres, quienes lo observaron con incredulidad. Su tío, por otro lado, le aseguró que, a lo sumo, en dos semanas estaría de regreso.
Decidido, y sin dejarse influenciar por terceros, el joven vendió todas sus posesiones y trabajó fuerte para juntar el dinero suficiente para costearse la salida del país. A sus veinte años llegó a Ezeiza con una valija llena de sueños y la actitud de quien siempre espera lo mejor.
El vuelo fue una odisea. El avión aterrizó primero en Dakar, para luego continuar hacia Moscú y, tras una noche en un hotel, prosiguió su ruta hacia Budapest, en donde por fin lo aguardaba su conexión a Viena. "Llegué en pleno invierno vistiendo una remera, había montañas de nieve por todos lados, y no hablaba una palabra de alemán, solo inglés o criollo", dice Gabriel mientras recuerda aquellos días. "Tenía un título argentino que no valía nada, mi valija con un par de cosas que por aquel entonces sentía importantes, y casi no traía ropa de invierno. En mi bolsillo, apenas 400 dólares".
Al salir del aeropuerto vienés, Gabriel subió a un taxi y el hombre al volante le preguntó acerca de su destino. No lo había pensado. Por aquella época, sin Google ni AirBnb, solo cabía la pura aventura rebosante de sorpresas continuas. Había oído hablar tanto de la famosa Ópera de Viena que, casi sin titubear, le indicó que lo llevara hacia allí. "De camino al centro el conductor me dio un buen consejo que tomé bien a pecho: `Aprenda alemán. ¡Acá sin el idioma no se va a ninguna parte!"
Gabriel jamás olvidará aquel instante, cuando se halló de pie frente a la ópera envuelto en una fascinación que le pareció eterna, pero que finalmente el frío olvidado fue capaz quebrar. Afuera oscurecía, nevaba copiosamente y su atuendo de verano porteño comenzó a pasarle factura. Se refugió en un café y, sin perder la calma, se dispuso a pensar en dónde podría pasar la noche y recuperar algo de su temperatura corporal. Al rato, empezó a caminar por una calle hasta que se topó con un letrero en el que pudo leer la palabra "Pension". "Mirá vos", se dijo, "Igual que en español". Allí, un matrimonio amable le dio una habitación por un par de días y, a su vez, lo ayudó a conseguir un cuarto en una casa de estudiantes y, tal como había hecho el taxista, le recomendó aprender alemán.
"Me encerré dieciséis horas por jornada a aprender el idioma, a los pocos meses ya podía comunicarme sin problemas, y hoy en día - luego de décadas - lo hablo, leo, y escribo perfectamente. Es el mismo consejo que le doy a quienes quieren venirse por Austria".
De otros hábitos y neurosis
Gabriel había llegado a un pequeño país situado en el centro de Europa, compuesto por nueve provincias, hoy habitado por casi nueve millones de habitantes. Entre empleos provisorios y el estudio incesante, las semanas transcurrieron primero intensas y luego cobraron una mayor velocidad. De pronto, el año había pasado y las características positivas y tediosas de su nuevo hogar se hicieron notar con claridad. Ante Gabriel, se develaba una sociedad gobernada por normas muy rígidas y amante de las intrigas, una característica muy típica proveniente de la época de la corte imperial.
Por supuesto, las bondades de los Alpes y la naturaleza le resultaron innegables desde un comienzo. Tan solo el agua de la canilla, superior a cualquiera embotellada, le hablaba de un entorno privilegiado en donde todo lo verde tenía una importancia suprema para los habitantes locales, que a su vez siempre demostraron un respeto extremo por los animales. "Estos tienen un rango en la constitución del país, se defiende sus derechos, y es frecuente ver a los austriacos hablar con sus mascotas o interpretar qué es lo que el animal piensa, siente, quiere, etc. Los perros, asimismo, deben pagar impuesto. Por otro lado, siguiendo la línea de la naturaleza, en este país surgió la ola de lo `Bio´ - lo orgánico y se pagan precios exorbitantes por cosas producidas sin pesticidas", afirma.
"Al principio me impactó comprobar que la envidia y la denuncia juegan un rol muy importante en la vida de las personas. Aman la tranquilidad a tal punto que en todo el país existe el toque de queda: después de las 22 no se puede hacer ruido hasta las 6 de la mañana, si no de inmediato llaman a la policía. Por otro lado, si te fue bien con tus cosas enseguida te miran torcido. Hoy creo que, si Sigmund Freud hubiera comenzado con sus teorías del psicoanálisis en otra ciudad del mundo, no le hubiera funcionado el tema. Austria es el país de los individualistas colectivos, ellos viven atrapados en sus fobias y sus neurosis, todo el mundo está mal de los nervios y les encanta filosofar sobre el tema que sea", observa.
Con el paso de los meses que se transformaron en años, los rasgos controvertidos se tornaron cada día más evidentes. Bajo la mirada de Gabriel emergió una sociedad orgullosa de lo que tiene o finge tener, que vive de las apariencias. "Hasta el que junta la basura en la calle te da cátedra de lo que sea, son un pueblo de `todologos´ y no les gusta admitir que se equivocan o que no saben algo. La autocrítica no existe y la crítica no está bien vista. Si querés hacerte enemigos en Austria, criticalos y verás como enseguida te rechazan. Hasta tengo amigos que, mientras hablás, controlan en Google si lo que se dice es correcto. ¡Y si te equivocaste se viene la próxima cátedra! Hay que tenerles mucha, pero mucha paciencia, así como ellos también la tienen con nosotros, los extranjeros. En Viena conviven personas de decenas de países y cada uno trae en su mochilita las costumbres propias. Se tarda un par de años hasta que uno entiende las diferencias y se adapta".
Gabriel luchó por su espacio vienés con éxito, pero, aun así, su sensación de vivir en una comunidad en la cual los locales tienden a rechazar sistemáticamente todo lo diferente, fue creciente; una sociedad que hasta parece temerle a su propia sombra y cuya actitud convierte al país en un lugar de tránsito para la mayoría de los extranjeros: arraigarse implica un desafío titánico.
"Aunque te hayas integrado perfectamente, hables el alemán mejor que ellos y te haya ido bien, apenas se toman un par de cervezas te recuerdan que vos no sos austriaco y que nunca lo vas a ser. Para ellos serlo va más allá de tener el pasaporte, que dicho sea de paso es muy difícil adquirir. Austria es uno de los países más restrictivos de la Comunidad Europea. En estas décadas he visto muchos argentinos arribar llenos de ilusiones y, así como llegaron, se fueron".
La invención cultural y otras costumbres
Hoy, con tantos días para sí mismo en sus manos, Gabriel también reflexiona acerca de cómo su cotidianidad lo ha arrastrado, una y otra vez, a pensamientos densos de una Austria a la que, a pesar de todo, le está agradecida. Un país en donde sabe que mucho fue creado, como la primera estación meteorológica o el primer jardín zoológico, y un arte que traspasó fronteras y almas. Se trata de una tierra en donde los músicos, patrocinados por los Habsburgos, siempre fueron estrellas, algo que dejó huellas profundas y una atmósfera de epicentro cultural que se respira hasta el día de hoy en cada rincón.
"Acá hay mucha historia y mucha tradición. La cultura en general es algo que tiene un valor muy alto en esta sociedad, entonces ir a los conciertos o al teatro, a museos y exhibiciones forma parte de la vida cotidiana. No es raro escuchar que el que te arregla el coche tiene un abono para la ópera a donde va con su mujer una vez a la semana, o que una maestra que asiste a los conciertos de la filarmónica comente con la camarera lo bueno que estuvo. No conozco otra ciudad en el mundo que tenga una ópera que cambie la programación a diario y que ofrezca más de 300 funciones con decenas de obras diferentes en una temporada. Por otro lado, les encanta el baile de salón, hay escuelas en donde la gente va a aprender a bailar el tango, el cha cha, la rumba y, por supuesto, el famoso vals vienés. En invierno se inaugura la temporada de los bailes en todo el país, pero sobre todo en Viena, donde a la gente le encanta vestirse bien e ir a pasar una noche de baile hasta la madrugada, la oportunidad perfecta para mostrarle a todo el mundo su destreza corpórea y para chusmear e intrigar discretamente", afirma entre risas.
"También debo decir que es un pueblo muy solidario. Enseguida se forman grupos de ayuda y la gente se arremanga sin chistar, dona plata, junta ropa y comida, o lo que sea necesario. Cuando hay catástrofes naturales, como avalanchas o inundaciones, la gente se pide el día libre en el trabajo para dirigirse a la región afectada y ayudar como pueda. Ahora con lo del coronavirus todo el mundo está pendiente de cómo colaborar: ya se formaron grupos de asistencia a las personas ancianas, de cuidado de niños porque tuvieron que cerrar las escuelas, y hasta para pasearte el perro porque vos no podés", continúa complacido.
Calidad de vida, calidad humana
Para Gabriel, hoy su lugar en Viena es un lugar de privilegio. Siente que supo aprovechar las cualidades de una ciudad que es considerada como la mejor del mundo en relación a la calidad de vida, pero que logró salir de aquello que él llama el "Sistema Austria", un régimen regulado al extremo, en donde el ciudadano se ve atrapado por el funcionamiento rígido de sus instituciones. Según el argentino, bajo este marco se delinea un país de empleados y no emprendedores, en donde los lugareños viven como en un mundo paralelo, lleno de reglas y convenciones acompañados de una burocracia asfixiante, en el cual para todo se necesita una certificación y un permiso; en donde las apariencias y los títulos honoríficos (al igual que los académicos) son muy importantes, aunque la mayoría solo existan o tengan validez en Austria, un lugar en el mundo que Gabriel considera que se podría definir como un experimento socio-comunista, en donde el Estado se encarga de todo.
"Si seguimos así lo único que va a poder decidir la gente es si quieren tomar el café con leche y azúcar o sin, ya que el resto lo decide el Estado por vos. Acá todo está prohibido al menos que explícitamente esté permitido. Los austriacos son difíciles de carácter y para evitar los conflictos sonrío y sigo de largo sin perder tiempo, porque a veces son capaces de quitarte en pocos minutos la energía de vida y el optimismo que puedas tener. Ellos están muy orgullosos de ser como son, vuelteros. Siempre digo para qué simplificar algo si se lo puede complicar también, y para mí esa es la esencia de la mentalidad local: acá la gente piensa que si algo es complicado automáticamente es mejor. En lo personal, vivo ocupado por mis cosas y contento de poder hacer lo que me gusta. Viajé por el mundo, aprendí varios idiomas, llevo una vida linda y sana", afirma el hombre que trabaja en finanzas.
"Tengo amistades con pocos austriacos y muchos extranjeros. Acá hay más de 20.000 diplomáticos y es más fácil forjar un vínculo con alguien de otra parte del mundo que con un autóctono", opina. "El local normalmente te enfrenta con desconfianza y una cierta distancia. Me tomó muchos años hacerme un círculo de amigos. El besuqueo y los abrazos no les gusta mucho que digamos, a menos que los conozcas desde hace varios años.Gesticular con las manos y los brazos cuando hablás tampoco les agrada para nada y está considerado como una debilidad de carácter. Acá dicen que nosotros, los latinos, vivimos en un `circo emocional´. El idioma alemán determina bastante el carácter, ya que es muy lógico en su estructura y no da para mucho margen de confusión", continúa. "Los vieneses tienen la famosa melancolía que es parte de su personalidad natural, y la acompañan con mucho alcohol y cigarrillos. Se dice que Austria era el último paraíso para los fumadores en el mundo, pero desde el año pasado ya no se permite fumar en lugares cerrados".
Regresos y aprendizajes
Hoy, en el silencio de su hogar, a Gabriel también lo invade cierta melancolía. Al pensar en la Argentina y en sus regresos, su corazón se estremece. A su suelo natal volvió pocas veces y, en cada una de aquellas ocasiones, se topó con una ciudad alterada, enojada, emocionalmente afectada, algo que pudo notar en el trato más distante de su gente y en el descuido general.
"A mis familiares siempre los encuentro iguales: ellos eligieron la rutina, y lo único diferente es que cada vez tengo más sobrinos y me cuesta acordarme de todos los nombres", sonríe. "Me he reencontrado también con viejos amigos y veo que la vida nos ha llevado por distintos caminos, pero gracias a Dios están todos bien y con buena salud. Es lindo escuchar sus historias y ver cómo han crecido. Está bien comerse un asadito y tomarse unos mates, comprarse un alfajor y pasear un poco, respirar el aire de Buenos Aires, pero también está bien volverse a Ezeiza y dejar todo eso atrás de nuevo. Un cierto sentimiento de tristeza me acompaña siempre, porque sigo sin entender cómo un país con tanta riqueza y con tanto potencial humano le cuesta tanto enderezar la economía y hacer las cosas como corresponde y para el bien común de todos los argentinos. Pareciera ser una nación que le encanta tropezar, una y otra vez, con la misma piedra".
34 años atrás un joven Gabriel, encandilado por las palabras de un profesor amante de Viena, decidió que era tiempo de cambiar el destino de su vida. Aquel hombre letrado, sin saberlo, le había trasmitido el primer y crucial aprendizaje acerca de su futuro hogar: quien aprecia Austria, no puede dejar de hablar de ella y de su belleza extraordinaria, a pesar de todo.
"Mi experiencia me enseñó que la Argentina no es el epicentro del planeta, y que los austriacos llevan mucho más tiempo y tienen una historia mucho más larga que la nuestra", reflexiona. "El choque cultural fue inmenso. Acá en Austria aprendí a tener mucha paciencia, y tuve la oportunidad de entender que la gran mayoría de las diferencias tienen un origen marcado por lo histórico social y lo geográfico. Lo que allá en la Argentina es normal, acá sería algo impensable y hasta escandaloso. Por otra parte, lo que acá es normal, allá haría que la gente termine incluso a las trompadas. No me arrepiento en absoluto de mi decisión, hasta ahora fue todo muy pero muy interesante, nunca dejé de enriquecerme, y tuve oportunidades antes impensadas. Lo más hermoso para mí es que sigo aprendiendo cosas nuevas a diario y agradezco tener la oportunidad de viajar a diversos rincones de la tierra. Traspasar las fronteras te ayuda a entender la dimensión de las cosas y a encontrar tu lugar en el mundo; en el camino, la vida te brinda todo aquello que necesitás para crecer y realizarte".
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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